El Fracaso y otros trastos

Si hay algo a lo que el ideal de sociedad actual no soporta es la idea de la falla, de no cumplir con lo esperado, especialmente en una sociedad marcada por la sombra cada vez más densa de la "eficiencia" y el resultado. Hay al menos un par de aspectos del este término de los que creo que es bueno ocuparse.

En primer lugar se puede situar el fracaso como la postura que aparece como queja de los sujetos en la clínica: ese típico "no soy suficientemente ... " que se presenta como insoportable, una situación deficitaria en el sujeto que muestra su estado de falta, su carencia frente al Otro.

Ante esto se puede responder buscando nuevamente la homeostasis imaginaria de la que se apartó cuando apareció la angustia asociada con la presentificación de la carencia, y para esto hay muchas herramientas disponibles en el mercado, que podemos llamar "objetos compensadores" que tienen como clave la cultura del consumo, como quien resana con ese cemento la grieta que dejaba ver lo Real (insoportable) de la incompletud del sujeto, o su insuficiencia natural que lo hace necesitar de los demás. El goce desmedido del objeto corta el lazo con los semenjantes.

Esa es una salida, una posibilidad que aparece fácilmente; pero la lógica del movimiento es la necesidad imperiosa de hacer callar lo angustiante. Ahora, podríamos llamar a eso fracaso, pues el proceso de hacer desaparecer la angustia, que en el sistema actual se ve asociada con lo inesperado, lo que está fuera de lo planificado, tiene como fin la precarización del sujeto, haciéndolo cada vez más invisible, más programado, retraído bajo la palabra del Amo, que va deshaciendo los lazos sociales del sujeto, pudiendo quedar robotizado en la búsqueda de tapar lo que no se puede soportar. Hay una seguridad en el cobijo del Amo, una promesa de protección, de allí el discurso de la ciencia, que aspira a saberlo todo, y ahora, como síntoma actual, predecirlo.

Para ponerlo claro, la lógica del consumo revierte al sujeto sobre sí mismo con los objetos de satisfacción que lo calmarían, pero a la larga este silencio del sujeto termina por desaparecerlo, dejarlo paupérrimo en el goce repetitivo del objeto que tapona lo no programado de la contingencia, de la vida.

Se reconoce, entonces, un alivio en el fracaso, una identificación con la propia posición de goce: "soy desempleado", "soy ineficiente", "soy mal padre", por ejemplo, que se sostiene imaginariamente en el discurso del sujeto gracias a las explicaciones venidas del Otro de la ciencia o de la sociedad: quizá sea bueno recordar ahora a lo que el Amo aspira cuando lanza ciertos objetos al mercado (para tener más energía, más memoria, ser más atractivo, ser mejor amante, padre, trabajador, etc) o publicita descubrimientos como el gen del divorcio; es muy claro que la tendencia es hacer de la humanidad un espacio biológico programable donde se elimine lo demás, la palabra del sufriente y su síntoma, perennizando a los individuos en la dependencia.

Es interesante pensar en la palabra del Amo y su seducción, pensar en la astucia en la venta de sus ideales que apuntan siempre al sedimento más temido de la subjetividad, lo que falta y no se quiere ver, lo que necesita ser cubierto con una sábana.

Cuando sólo existe la palabra de ese Otro y el sujeto calla, queda aislado, sin deseo, dependiente de lo que pueda caer de la mesa del Amo. Hará falta hacer una construcción, una invención de un nuevo vínculo con el semejante que pueda dar curso a la angustia, de forma que la falta del sujeto pueda ser la causa del deseo, de la búsqueda de otra cosa fuera de la satisfacción estándar que se ofrece en cualquier esquina.

El fracaso, diremos entonces, se puede centrar en el trámite de la angustia y en los efectos de aquella elección, lo humano o no del camino que se elija, y saber que siempre el fracaso, como el dolor, tiene algo que decirnos.

El Buen Freud

Hace un par de días me detuve en Biography Channel porque estaba comenzando la biografía de Sigmund Freud. Me pareció un buen momento para dejar de leer y hacerme algo de canchita.

Ya anticipaba yo mientras me acomodaba en el mueble que sería una hora de televisión difícil, que me iban a tratar de tumbar los ideales con el cuentazo del "Libro Negro del Psicoanálisis" y que por otro lado se podría ser muy complaciente con él en otros aspectos. En fin nada que no se pudiera ajustar.

Creo que los datos biográficos y la investigación periodística estuvieron bien, pero tan periodística fue la primera parte que todo transcurría sin sobresaltos, era un poco sosón el programa. Hasta que (como siempre ocurre) apareció una mujer, y allí empezaron las interpretaciones y ciertas acusaciones que me parece interesante revisar.

Hay algo que podemos decir de Freud y de su descubrimiento, que no se le puede mezquinar en la historia, y es hacer de la palabra un arte de curar. La "talking cure" inaugurada con Anna O. fue eso, un descubrimiento y como toda la historia del psicoanálisis, es el paciente quien descubre. Allí está su potencia también: en su ética.

Es previsible que haya gente que diga más de lo que está en capacidad de decir en cualquier lugar, y más aún tratándose de un una personalidad que despierta tanta polémica, pero desde que tengo este pequeño rincón virtual, tengo este impulso incontenible de señalar a cualquiera y reservarme el derecho hablar de todo lo que me parece o no, y por ello aquí van algunos puntos que me gustaría aclarar acerca de éste episodio.

  • Para tratar de acercarse a la idea de la sexualidad como "núcleo neurótico", hay que centrar, en principio la dinámica de la época y lo que se producía en los sujetos: el disfrute sexual era reprimido socialmente, era lo normalmente insportable en las histéricas de los primeros casos psicoanalíticos. Tratar de ridiculizar que lo sexual haya estado detrás de los casos de histeria consignados por Freud argumentando que hay fuerzas más importantes en la vida de un ser humano no invalida la investigación del psicoanálisis, es más bien tonto, pues se desconoce el descubrimiento de que detrás del síntoma hay un nudo, algo a tratar, pero eso, en esta sociedad de las soluciones rápidas es un pensamiento poco popular. En resumen, para pensar en el psicoanálisis, hay que pensar en la época y en sus síntomas, y eso, es un proceso interminable.
  • La teoría de la libido no sólo tiene que ver con una perspectiva "coital", sino con la energía vital que se pone en juego en tal o cual cosa. Pensemos en un caudal, un cauce de rio irrigado por la libido, donde el lecho es la relación con algun objeto o actividad más o menos fija.
  • Hay una conocida frase freudiana en la que contraindica el tratamiento "a mayores de 50 años y a mujeres de 30 años a más", esto despertó un par de comentarios socarrones, donde se insinuaba que Freud despreciaba secretamente a las mujeres. Esto pasa cuando se quiere mirar con una lente actual palabras dichas hace cerca a 100 años. Lo que no se dice es que la frase continúa diciendo la razon: "porque sus tendencias libidinales ya están irremediablemente fijas". Esto quiere decir que las personas en aquella época se asían mucho más firmemente a sus objetos de satisfacción, configurando una pulsión difícilmente abordable. Ahora la cosa es un poco diferente: el flujo de información y los estilos de vida modernos repletos de objetos de la tecnología hacen volátil lo que antes era fijo en la libido. Esta recomendación es comparable a decir en la actualidad "que los ancianos de más de 70 a 80 años difícilmente cambiarán".
  • Pero lo que realmente escandalizó a esta activista feminista fue la diferencia que hacía el pene en el pensamiento freudiano. En un arranque de democracia anatómica bramó una protesta por lo que ella juzgaba era una injusticia pensar que "las mujeres realmente envidian ese maravilloso órgano" (sic). Creo que si Freud viviera la pondría como prueba de que hay penisneid. Freud se refiere a una salida compleja del Edipo, que tiene como fin la diferencia de no separar el goce del amor, como si se separa con el órgano masculino, de allí que Freud marca que "las mujeres tienen alguna mayor dificultad en la sublimación", pues ellas ordenaron su pulsión de otra manera, donde ellas se ocupan más de lo particular, de la estética, lo emocional y los goces adyacentes; los hombres van por el lado de la civilización, afirmando el falo a cada paso. Pareciera así que el pene es más bien un limitante, un concentrador de goce.
Fuera de lo que se pueda señalar, como la superpoblación de objetos egipcios o eróticos en su consultorio, su supuesta poca actividad sexual o su posición de padre y sus demandas de total lealtad, hay un personaje crucial en la historia del siglo XX y de la cultura actual, cuya resonancia no puede ser escondida: el padre del psicoanálisis, el buen Freud.

El Club del Paréntesis o la candidez de Don Juan.

Fragmento del artículo "Entre Don Juan y Cándido", recortado y reescrito para la revista de psicoanálisis "La Bella Carnicera"


No hace falta mucho esfuerzo encontrar comunidades de goce actuales que sostienen un típico “autismo”, dada la cualidad puramente virtual de sus relaciones y en las que se puede reconocer una intención de preservar sus lazos de esa forma.


Tal parece que se persiguiera una completud en términos de realidad virtual, donde la cibercultura ha establecido el ideal de “igualdad radical”, estandarizando y coagulando modos de goce, pero que a diferencia de este efecto democrático, en el mundo real se produce una segregación de “lo otro”, tanto como el consiguiente debilitamiento de los vínculos y la reducción de espacios “no programados”.


Se refleja aquí el orden de homogenización que trae consigo lo global que se ofrece como un lugar sin fisuras ni fronteras, en que emerge la lógica universalizante del discurso científico de la mano con la ya referida intolerancia a la diferencia y a lo no esperado. Así, bloggers, gamers, hackers, crackers y demás, fundan espacios virtuales (totalmente cerrados o de difícil acceso a los curiosos) donde la igualdad imaginaria es la norma, en detrimento de los lazos en la realidad y con la falta en el Otro.


Particularmente he quedado sorprendido de algunos de los hallazgos de mi pequeña investigación; con estas intentonas de barramiento de la no relación sexual, el encuentro, se constata, con la ética del celibato de la que hablaba Lacan se encuentra vigente: un anhelo de no tener que pasar por el dolor de la renuncia, o si es necesario absolutamente, poder garantizar que la pérdida sea lo menos cuantiosa posible.


Se trata de la fabricación de un ideal de felicidad humana, donde se encuentre una píldora toda, una anestesia general al sujeto que desaparece así tras el discurso social o el de la ciencia.


En la cultura actual se abren ciertos espacios donde los sujetos ponen sus soledades tal vez buscando la patente de la suficiencia de sus goces, pero donde los grupos que se forman empujan por su propia estructuración al autismo de un goce “personalizable”, aparentemente a la medida, pero universal al fin: un borrador de sujetos.


Hay expresiones en la actualidad muy interesantes que dan cuenta de esta tendencia también en la ciudad. Mencionaré una en especial, que por graciosa me llamó de forma especial la atención: “El Club del Paréntesis”1.


El nombre es revelador, como suele ocurrir en estos casos: se denota con “club”, lo común aparente de los individuos, en tanto que el “paréntesis” identifica la calidad autosatisfactoria del mismo. Este club se trata de una comunidad imaginaria donde se pone en relieve la sustracción de los participantes del supuesto ideal social de los compromisos, matrimonios, o siquiera relaciones que impliquen una demanda medianamente severa.


La razón para ello se podría encontrar en un cierto amor elemental, un ensalzamiento de la propia individualidad con un tufillo (hidalgamente aceptado) de “egoísmo sano”. Un escape de la moral hipócrita de la ciudad –denuncian-, una sustracción que crea un campo donde los individuos pueden retozar en un goce autista hasta saciarse, un lugar donde se sabe lo que se quiere, o mejor dicho, se sabe lo que no.


Pienso, después de esto, que la búsqueda de la satisfacción mediante la recusación del sujeto de la castración, hace juego al discurso capitalista, pues es su producto, haciendo resonar ese engaño en el que viven estos escépticos sexuales. En este caso la obturación de la dimensión del deseo por la sobrepoblación de objetos a disposición proveídos de forma incesante por una cultura de lo descartable, de la metonimia y lo automático.


Se puede ver una cierta homogenización entre los sexos en este club, y en un más amplio espectro, en la época. El hombre, en particular, parece descolocado, abraza el salvavidas de la posición de objeto antes de hundirse: accede a este movimiento, desesperado.


En las comunidades de goce actuales hay una idea de tránsito, el transito entre objetos y satisfacciones provistas por estos. Un paso que dice que algo no se encuentra, que no convence. Allí está la lista de Don Juan y su función de búsqueda de La Mujer fálica, aquella que lo complete: el paso de una a otra constante, el una por una, diciendo lo necesario cada vez, la palabra de amor que saca a la compañera de turno de la lista para hacerla caer y la insatisfacción consiguiente que la devuelve al papel con un check.


Don Juan como fantasma masculino se centra en las mujeres comprometidas, propiedad de otro, que son todas sombras de la marca indeleble de la madre idealizada y así va errando su goce. Un macho a la antigua acumula mujeres, en una rivalidad imaginaria con otros hombres, con el fantasma del falo siempre erecto y dispuesto a conseguir más. Una muestra de la idiotez intrínseca a ese goce.


Lo autista se marca como una salvaguarda al propio deseo, al encuentro con una castración insoportable en el cuerpo de la mujer. Hay algo que aparece como seguro en la inhibición: el discurso capitalista se encarga de mantener al sujeto en este simulacro de seguridad, idiotizándolos en su goce del consumo inacabable, como el bombardeo de objetos de autosatisfacción para taponar lo que se pueda escapar, sin asirse finalmente a nada, tanto como lo voraz del “choque y fuga” consuetudinario de hoy.


Ahora podríamos introducir una pregunta si en el grupo en cuestión no hay mujeres enamoradas, y aún más, se terminan encontrando en la misma búsqueda, ¿es necesaria la lista de Don Juan en un Club del Paréntesis?.


Cándidamente un sujeto asumiría tal vez que esa es la mejor manera de gozar en el mejor de los mundos posibles, teniendo como norte un optimismo incauto: el de ser autosuficientes y el de estar aferrado al irrenunciable lifestyle, o estilo de gozar posmoderno, lo cual diremos que es una falacia astuta, que oculta la paradoja del célibe casado, pero con su propio goce del cuerpo: la paradoja de alguien que ha elegido como pareja sexual a su propio Uno fálico.


Podríamos decir que existe una resistencia del sujeto actual a condescender con el goce fálico, a vivir el deseo bajo la forma de un amor, que se muestra aquí amenazante.


Es más posible y frecuente encontrar la queja de este sistema de rotación donjuanesco en las mujeres. En el hombre no suele aparecer mientras esta estrategia le permita acceder a dicha forma de goce, al propio, como una forma de evitar el encuentro con el Otro goce. De esta forma se las arreglaría para hacer existir “la mujer que no existe”, la que quedaría fuera de la serie, y que lo amaría.


La dinámica de estos gadgets hechos a medida del sujeto y su uso, llevan a rechazar el lazo con la mujer o su perspectiva, y lo llevan a la ilusión panglossiana2 del orden absoluto: esto está aquí para mi propio goce, sin reparar en los costos ni efectos, que bajo la vía de malestar, síntoma o angustia, se podrían poner de manifiesto.


Finalmente, creo que se podría tomar la idea de la inhibición como una ventana al síntoma masculino, como que lo deja en un silencio que no permite la negociación con las mujeres ante su retirada del lugar de objeto y su alocamiento contemporáneo. Dar pie al movimiento de la mujer y viceversa, una suerte de complicidad que devuelva el lazo y la dimensión de lo nuevo de cada encuentro: en definitiva, algo del hombre tiene que pasar por su partenaire, visto que para el hombre, la mujer es síntoma.


Posiblemente la mejor manera de hacer frente a estos devaneos actuales sea el habla, desde el amor y de la mujer, dando lugar nuevamente al objeto, haciendo evidente la “disociación entre el sistema viejo, que se resiste y el nuevo que requiere un nuevo funcionamiento”. Lacan acotaría que este rompimiento se daría por “el retorno de la verdad en la falla de un saber, [...] cuyo bello orden ella viene a perturbar”. Detrás del silencio masculino y de la mascarada alocada femenina se encuentra el sujeto que respira, después de todo. Allí apunta un análisis, al sujeto que, aún debajo, espera cultivando su jardín.


1 Blog de Renato Cisneros en “El Comercio”, versión virtual.

2 Referido a Pangloss, maestro de Cándido en la novela de Voltaire.

Fragmento de un Encuentro Cualquiera

| 0 comentarios

Por un arranque de Anna Lía llegamos a Cusco, y por su olfato nos guiamos durante esa semana. Me dejé llevar allí de la mano, ruina a ruina, con vitalidad de montaña. Confié en su olfato, y en su mano, que de alguna forma me pasea siempre entre buenos encuentros: así llegamos a Urubamba por primera vez donde nos esperaba Flor, una mujer de amplia y feliz sonrisa que con voz amistosa nos dió la bienvenida detrás de unos árboles. -¡Pasa nomás!, gritó cuando, medio nervioso, golpeé con una moneda la cerca de metal mientras la empujaba no muy convencido de entrar. Anna Lía la abrazó cariñosamente, mientras yo esperaba mi turno. Me presentó y nuevamente al verla de cerca pensé que debía decididamente, con esa sonrisa, ser feliz.

Entramos a la chacra por un caminito desnudado por la costumbre de pasar siempre por allí, una estelita de tierra familiar que nos conducía por los escalones de piedra hacia dentro de una casa de ladrillos de barro, construída a la antigua usanza local, con manos de compadres y amigos.

-Siéntense a la mesa, mientras caliento algo de agua, dijo Flor, mientras caminaba a una cocina que era sólo un decir en el círculo sin separaciones que era la casa (a la altura ecuatorial de la circunferencia le levantaba una escalera de madera hacia un altillo donde los invitados disponen de dos habitaciones independientes, bajo las que hay, como únicas puertas del primer piso, baños, para hombre y mujer). Un hombre canoso se paró a recibirnos, - Te presento a unos amigos de Lima, Anna Lía y Eduardo, continuó Flor y puso el agua a hervir tranquilamente, ahorita estoy con ustedes.

La voz baja de Gopal nos saludó amablemente y su mano invita a sentarnos, ofrece su hospitalidad estirando un montecito de coca y cal; sus uñas estaban gastadas, astilladas como las raices de un arbol viejo, noté su conexión con la Tierra.

"El problema del hombre es su orgullo", sentencia Gopal a la mitad de la tertulia. Es un hombre delgado que nos escucha con atención de niño, viste una barba a medio crecer color cana y una trenza minúscula en el occipital izquierdo. -El hombre actual no acepta su insuficiencia, en su explicación del mundo se queda en lo material pero algo se le escapa, pretende desconocer que para que exista él es necesario que exista el otro, cuando rompe ese lazo hay un desbalance, una lucha que termina siendo autodestructiva. Se debe restituir el equilibrio, pues todo tiene una polaridad o un sexo, dividido está, macho y hembra, uno con el otro.

-El orgullo del hombre lo deja solo. Si uno se queda en lo material no podra acceder a eso que su conciencia quiere negar, eso que es él intrínsecamente, pero que es oscuro a la mirada. La ayahuasca conecta con esta parte absoluta del espíritu, con dios y la identidad de cada hombre como trascendente, le da una visión de su lugar en la tierra, la abuela, y el espíritu de la respuestas, que se encuentra dentro de cada uno. Es decisión de la persona ponerse en contacto con ello.

Me parece gracioso marcarle a él, que a fin de cuentas es un francés adoptado por las montañas del Perú, el parecido que encuentro con las leyendas celtas, y que me conteste con la tradición andina.

-Hay una conexión natural del hombre con el cosmos, y de allí un saber, que se manifiesta de diferentes formas en la antiguedad. En el ande hay representaciones como el ayni, donde se ve al hombre de brazos cruzados con una palma de la mano hacia arriba y la otra hacia abajo: así se piensa a cada individuo como un punto de tránsito, recibe con una palma y da con la otra: lo que tiene viene del otro, y eso tiene que devolverlo. Te repito, uno no es sin el otro, ¿pero qué vemos ahora?, el mercado nos ha dominado, nos dominan y nos dejan en soledad.

Llega Alí a la mesa y se sienta silencioso, elige hojas bonitas del cerrito de coca y nos ofrece 3 cada vez, con una reverencia a la hoja antes de ser entregada, como una hostia. Chaccchamos. Pregunto entonces por la diferencia entre lo suyo y la religión.

- Veo la religión como parte del mismo egoísmo. La dominación de un discurso sobre otro es del mismo orden que la competencia de uno sobre otro, que miente el hombre al decir que es natural. Si no recuerdo mal, acá llegaron los curas como primera herramienta de sojuzgamiento. Nosotros no imponemos nada, damos el espacio para que quien quiera venga y tenga una experiencia consigo mismo.

Alí toma la palabra calmadamente y su diente de oro brilla tosco. - El problema es que uno tiene que desear dos cosas, deshacerse de lo que uno cree que tiene en la "ilusión" material y desear otra cosa, saber, adentrarse a lo que nunca quiso ver.

Hablamos de pérdida y deseo, amo y saber. Fumo. Gopal chaccha sonriente, tiene la boca enterrada de sus palabras, cal y coca. Me doy cuenta de su consecuencia.

Entre Don Juan y Cándido

La Masculinidad y su Declive. Síntomas Contemporáneos.

Hace un tiempo escuchaba a un niño preguntarle a su padre "¿qué es ser un hombre, papá?, y se me ocurrió pensar, al ver que era muy gráfica la situación, que es difícil toparse de bruces, así, sin avisar, con la dificultad que acarrea esa pregunta inmensa; sobre todo en el rostro de este padre, joven, sin saber responder a un enigma que cada vez, pienso, es más intrincado.

La figura masculina que hasta ahora había caracterizado la sociedad patriarcal, sus semblantes y funciones están ahora bajo un intenso debate en diferentes flancos, bajo la lupa, de la pregunta que desnuda un desacomodo, como la del niño. La cuestión es compleja: desde la ciencia, el sistema desea contemplar el cómo estos nuevos hombres adaptan sus funciones en sus reglas de juego actuales.

Desde lo social se ve que existe una cierta “ridiculización” del macho (tomando las manifestaciones y exigencias que hay desde allí: publicidad, cultura y cotidiano, para poner ejemplos de lugares desde donde las demandas se transformaron), que ahora se mira como una figura anacrónica, en un tiempo donde no debe haber uno que no pase por la castración, donde no hay un uno de la excepción de la ley, del todo gozante que forje un ideal, como Freud sostenía en Tótem y Tabú: un padre muerto que señale una forma de acceder al goce. Resultado: las líneas que dibujan el perfil del hombre cada vez se hacen más finas, recordando a lo femenino que en su reivindicación se terminó volviendo la medida de los semblantes, del borramiento de sus diferencias.

El uso masculino del semblante par el encuentro con la mujer es clave, pues tiene como fin demostrarle al partenaire que “hay”, que se tiene algo, que “se lo tiene” y desde allí la seducción funciona. El hombre aborda a la mujer, pensando en esa suficiencia, usa la mascara para velar lo real del “no hay”, y la insuficiencia que supone el no saber qué hacer en verdad con la mujer. Las mujeres modernas piden, seguramente lo imposible de saber.

Lacan centra el estrago diciendo que el hombre accede al goce por su órgano, es una unidad, donde se puede dar una medida placentera, la misma que se busca en el goce del cuerpo de la mujer, aunque no exista y ni ella misma pueda darla. La comprobación en el cuerpo de “la no toda” medida femenina, o de la falla en encontrar la respuesta de haber hecho proveído bastante goce en la mujer, aquella (in)suficiencia fantasmática viril, deja al hombre en angustia, en especial si su propia eyaculación se significa como un fracaso en encontrar lo que se desea.

Se revelan entonces problemas para gozar también del órgano. Las diferentes formas que toma en sociedad este síntoma van desde la impotencia, hasta la inapetencia sexual o la inseguridad y el retroceso ante la mujer, lo cual desnuda el sufrimiento subjetivo de aquellos hombres actuales que produjeron identificaciones que ya no les sirven como referentes. Las credenciales del padre se han devaluado.

El nombre “soy tal, hijo de cual” de la antigüedad, se volvió pregunta, ahora que la ciencia pregona lo innecesario del padre biológico. Las consecuencias son variadas en tanto la caída del ideal de hombre-padre le deja sin camino para encauzar el goce. Se hace, en resumen, lo que se puede, multiplicando las variantes sexuales.

Tomado así, metrosexuales, tecnosexuales, ciertas homosexualidades y afines como desagravio de lo fálico serian efectos del cambio cultural que afecta las posiciones sexuadas, masculina y femenina, tanto como la recurrencia cada vez mayor de casos de pederastia u otras prácticas perversas.

Queda más o menos claro que el encuentro es estos términos se vuelve (aun más, si cabe) imposible, tomando en consideración la creciente negativa femenina de ser el objeto y el efecto de limitación que trae consigo esto en el fantasma del hombre, pues está negado de gozar fuera de él. De esa fuente, los síntomas contemporáneos masculinos toman su caudal.

En cuanto a la mujer, se nota en la actualidad un cierto cambio, en tanto dejan de jugar a ser el “a”, objeto del fantasma masculino, y haciendo la operación inversa ponen como objeto al hombre.

La soledad como síntoma

Revisando la red, he encontrado variadas manifestaciones y formas de la soledad. No solo ello, y no contento tampoco, he sido partícipe activo en algunos casos de este movimiento de desvinculación de las masas.

Particularmente he quedado sorprendido de algunos de los hallazgos de mi pequeña investigación; con estas intentonas de barramiento de la no relación sexual, el encuentro, en vivo, con la ética del celibato de la que hablaba Lacan: un anhelo de no tener que pasar por el dolor de la renuncia, o si es necesario absolutamente, poder garantizar que la pérdida sea lo menos cuantiosa posible.

Se trata de la fabricación de un ideal de felicidad humana, donde se encuentre una píldora toda, una anestesia general al sujeto que desaparece así tras el discurso social o el de la ciencia.

En la cultura actual se abren ciertos espacios donde los sujetos ponen sus soledades para no juntarse, tal vez buscando la patente en estos encuentros de la suficiencia de sus goces, de su comunidad. Llamaré, arriesgándome bastante a caer en cierta mojigatería, cultura de goce a la actual, donde las comunidades que se forman (a veces no tan explícitamente) empujan por su propia estructura al autismo de un goce “personalizable”, aparentemente a la medida, pero universal al fin, un borrador de sujetos.

Hay expresiones en la actualidad muy interesantes que dan cuenta de esta tendencia. Mencionaré una en especial, que por graciosa me llamó de forma especial la mirada: “El Club del Paréntesis”.

El nombre es revelador, como suele ocurrir en estos casos; se trata de una comunidad completamente imaginaria donde se pone en relieve la sustracción de los participantes del supuesto ideal social, donde ya no hay un lugar para los compromisos, ni matrimonios, ni siquiera relaciones que impliquen una demanda medianamente severa. No y no, paso, así, a secas. Si quieres, al paso.

La razón está en un cierto amor elemental, un ensalzamiento de la propia individualidad con un tufillo (hidalgamente aceptado) de “egoísmo sano”. Un escape a la moral hipócrita de la ciudad –denuncian-, una sustracción que produce un campo donde se puede retozar en un goce autista hasta saciarse, un lugar donde se sabe lo que se quiere, o mejor dicho, se sabe lo que no se quiere perder. Una fábrica de desengañados.

Pienso, después de esto, que la búsqueda de la satisfacción mediante la sustracción del sujeto de la castración, hace juego al discurso capitalista pues es su producto, haciendo resonar ese engaño en el que viven estos escépticos sexuales, y en este caso: la obturación de la dimensión del deseo por la sobrepoblación de objetos a disposición proveídos de forma incesante por una cultura de lo descartable, de la metonimia y lo automático.

Se puede ver una cierta homogenización entre los sexos en este club, y en más amplio espectro, en la época. El hombre, en particular, como descolocado, abraza el salvavidas antes de hundirse: accede a este movimiento, desesperado.


El Club del Paréntesis o la Candidez de Don Juan.

Hay una idea de tránsito en las comunidades de goce actuales, el transito entre objetos y satisfacciones proveídas por estos. Un paso que dice que algo no se encuentra, que no convence.

Allí está la lista de Don Juan y su función de búsqueda de La Mujer fálica, la que lo complete: el paso de una a otra constante, el una por una, diciendo lo necesario a cada vez, la palabra de amor que saca a la compañera de turno de la lista.

En Don Juan se nota un despojo, dado que el universo de búsqueda no es infinito, sino que se centra en las mujeres comprometidas, propiedad de otro, que son todas sombras de la marca indeleble de la madre idealizada y así va, errando su goce. Un macho a la antigua acumula mujeres, en una rivalidad imaginaria con otros hombres, con el fantasma del falo siempre erecto y dispuesto a conseguir más. Una idiotez intrínseca a ese goce.

Lo autista se marca como una salvaguarda al propio deseo, al encuentro con una castración insoportable en el cuerpo de la mujer. Hay algo de lo seguro en la inhibición, el discurso capitalista se encarga de mantener al sujeto en esa supuesta seguridad, idiotizándolos en su goce del consumo, también de semejantes.

Ahora se puede hacer una pregunta dado que en el grupo en cuestión no hay mujeres enamoradas, y aún más, se terminan encontrando en la misma búsqueda, ¿es necesaria la lista de Don Juan en un Club del Paréntesis?.

Cándidamente un sujeto asumiría tal vez que esa es la mejor manera de gozar en el mejor de los mundos posibles, teniendo como norte un optimismo incauto: el de ser suficiente él mismo y su irrenunciable lifestyle posmoderno para sí mismo, lo cual diremos que es una falacia astuta, que oculta la paradoja del célibe casado, pero con su propio goce del cuerpo: la paradoja de alguien que ha elegido como pareja sexual a su propio Uno fálico.

Podríamos decir que existe una resistencia del sujeto actual con el goce fálico a condescender al deseo bajo la forma un amor amenazante, pero que es más posible y frecuente encontrar la queja de este sistema de rotación donjuanesco en las mujeres, en ese resquicio de mas allá del falo que a veces se puede encontrar. En el hombre no suele aparecer mientras esta estrategia le permite acceder a esta forma de goce, al propio, como forma de evitar el encuentro con el otro goce, el femenino, el de la mujer no-toda. De esta forma hace existir “la mujer que no existe”, la que quedaría fuera de la serie, y que lo amaría.

La dinámica de estos gadgets hechos a medida del sujeto y su uso, llevan a rechazar el lazo con la mujer o su perspectiva, y lo llevan a la ilusión panglossiana del orden absoluto: esto está aquí para mi propio goce, sin reparar en los costos ni efectos, que toman forma de malestar, síntoma o angustia. O peor, errar a la deriva de estos.

Posiblemente la mejor manera de hacer frente a estos devaneos actuales sea el habla (y es curioso que se erija como salvación lo que puede ser utilizado como trampa del goce), desde el hablar de amor, hasta del propio síntoma y de la mujer, pues, el síntoma fastidia, porque, como decía Marx, se forma una disociación entre el sistema viejo, que se resiste y el nuevo que requiere un nuevo funcionamiento. Lacan acotaría que este rompimiento se daría por “el retorno de la verdad en la falla de un saber, [...] una verdad de otra referencia que eso, representación o no, cuyo bello orden ella viene a perturbar”, el sujeto que respira, después de todo. Allí apunta un análisis, al sujeto que, aún debajo, espera cultivando su jardín.

Deseo del Analista y Dirección de la Cura

Cuando un paciente llega a consulta, puede ser porque algo de su saber hacer en la vida anda cojeando, escuchamos un “no se qué hacer” característico. Hay una queja, una falla de la compensación imaginaria creada para sostener el funcionar del síntoma: de repente algo ocurre y todo se tambalea, algo que hay que tapar se asoma. Se dice que algo falla pues se está desnudando una discordancia entre lo que el Otro exige en su norma y lo que el sujeto puede hacer al respecto; la demanda se torna insoportable.

En su historia este individuo (o este yo) ha sido insertado en el mundo del Otro, marcado por Él, como que lo preexiste y le da existencia en su reconocimiento desde que lo nombra y acoge en un lugar. Tiene, por ende un dictado, que funciona como un saber sobre el mundo, que brota desde allí y que habla en él; a saber, el discurso del Otro del que es alienado, y es, a la vez, una incógnita de la que nada se sabe, nada se sabe de la voz misteriosa del Otro.

El cojear permite, en un principio el inicio de una cura, dado que la falla en el saber del sujeto, supone la compensación en un otro en el que responderse, señala en este movimiento su potencia; y ya éste sería un inicio de la transferencia, donde el saber es supuesto al analista y en principio puede él operar desde ese lugar.

Para preguntarnos sobre una cura, es necesario, entonces, preguntarnos quién tiene el poder en ella, quién es el que la dirige y hacia dónde.

Podemos iniciar diciendo como punto central que, desde el psicoanálisis y desde su escucha, el poder está del lado del dispositivo analítico, no de los individuos involucrados en la situación de análisis.

Es allí, donde se salva el juego de tirar y aflojar la cuerda de un tratamiento, donde el yo de la defensa por un lado, hace lo posible por esconder aquel nódulo de lo inconciliable, lo reprimido y el terapeuta lucha por capturar la presa, el pequeño tesoro de lo que él interpreta como el nudo del síntoma, una construcción imaginaria propia de él que intenta descifrar, y que se imposta de un lugar al otro. Uno sobre el otro, o mejor dicho, el Otro sobre el uno nuevamente, en una relación de identificación a la que el paciente ya llega predispuesto desde su demanda.

“El paciente se resiste porque el analista empuja”, diría Lacan al referirse a la resistencia, y a este circuito. La pregunta que se abre a partir de esta frase parece decirnos que hay alguien que no está tomando el lugar que el dispositivo le exige. Hay en este tipo de relación terapéutica un deseo por curar, pero no por la cura: curar es implantar algo y usarlo como una prótesis en ese yo.

Habemos de diferenciar este furor sanandi del deseo del analista, separándonos en nuestro trabajo de la sugestión. Si bien el analista inicia en el lugar del saber, opera para a continuación caer de él, su deseo está en otro lado, diremos por el momento en el alojamiento de algo.

Para Lacan, es el deseo del analista lo que define el eje de la cura, pero el deseo del analista escapa a cualquier tipo de conducta indicada para el analista sobre lo que debe o no hacer, sin embargo. No se habla de una receta de donde se extrae una certidumbre en cuanto la dirección del tratamiento, sino precisamente de las antípodas de esa idea.

No podemos hablar entonces de una dirección sin analista, de una dirección del analista, ni de una dirección dada por el paciente. Hay un problema a resolver: definir el lugar del analista para establecer una dirección.

Función Deseo del Analista (¿Quién habla en un Análisis?)

Si definimos el deseo de curar como poner algo, tener un saber que parche, podemos decir que el deseo del analista pasa más bien por una sustracción: No querer desear – Desear; el analista calla su deseo personal.



De no ser así el analista estaría del lado del trabajo, donde él es el que tiene la verdad, y hace algo con ella. Hablaría, y desde su propio fantasma, la relación no pasaría de ser imaginaria, un complemento ficticio. De eso no se trata un análisis.

Más bien el deseo del analista está determinado por el deseo de ser incógnita, de estar en el lugar de la pregunta por el deseo del Otro; de esa forma abre un lugar para el discurso alienado del analizante.

Hay entonces, un solo sujeto, pese a que hay dos individuos, y un deseo, que es el deseo del Otro, que el analista hace aflorar como el deseo del analizante. Hay solamente uno que habla.

El inconsciente estaría sentado en el sillón del analista, como un sentido ligado a la falla, a una vacancia tanto como sujeto como de sentido que induce a una respuesta impulsada por el deseo del Otro; se desplaza el cómo el sujeto se responde a esa pregunta.

Desde allí, desde el vacío, se supera la posición primigenia de suposición de saber en el analista, que no cree en su saber y no comprende, pues no hay un deseo de respuesta de su parte, sino por el contrario: de vacancia.

El analista, así, separa la transferencia de la demanda de saber colocada en él en el eje imaginario y la devuelve al eje del Deseo, el Simbólico.

La vacancia deja el espacio para que el analizante pose su deseo allí y lo hable desde su estado alienado: mientras menos respuestas tenga, mas será evidente su alienación, será evidente su cojera y su impotencia de obtener la solución desde el Otro; emerge un espacio para implicarse.

La Interpretación (¿Quién habla entonces?)

Hay una forma de manifestación del deseo del analista y es la evidencia de su interpretación. El analista en su deseo se hace parte del dispositivo. Esto no quiere decir que la función siempre sirva para el hallazgo; a veces se oscurece en el trámite de la transferencia, no existe una pureza robótica en el análisis, pese a delimitarse el lugar del analista.

La interpretación como manifestación del deseo del analista será su reflejo, la puntuación de la incógnita por el deseo del Otro, que el sujeto debe interpretar: el lugar queda vacante para chocarse con el fantasma.

Se excluye con este motivo, el fantasma del analista, no se pone en juego su subjetividad, y desde aquí, la “contratransferencia” no es fundamento de la interpretación: sólo hay uno que habla.

No hay nada de educativo en una interpretación, nada didáctico, no hay una medida para el sujeto, que se le pueda imponer desde afuera si no es desde un ideal, como la “realidad”, el “bien común” o el propio analista; él no dice la interpretación con una intención de hacer, sino desprovisto de ella, pues no dirige al paciente, ni cobra poder sobre él: la praxis analítica es la del inconsciente.

La interpretación localiza la verdad analítica en el hablar del sujeto, como su falta en ser bajo la cadena significante: él no es, el análisis desnuda su alienación y sus identificaciones en un proceso de hilado donde se dice sin decir, se marca un vacío que emerge como una amenaza de castración, un señalamiento que deja en evidencia la rajadura que abre algo de modo certero, pero dosificado en el análisis. Hay una apuesta por la transferencia.

En su acción, el deseo del analista, le permite a éste operar a partir de su presencia, que va delimitando lo irreductible del goce, y pone al sujeto en una situación donde debe trabajar para ir deshaciéndose, en la elaboración, de sus identificaciones e ir abriendo la brecha del hallazgo, pero en este caso no de saber, no en el plano Simbólico, sino en el Real del goce (con la cuota de horror consecuente).

El lugar de la interpretación está, entonces, como traducción de algo nuevo, desde el discurso del sujeto.

Transferencia (Amor, Engaño y Agalma)

El deseo del analizante apunta al saber que lo complete, que calme su padecer ($ S2), desde allí que en un primer momento se le suponga un saber al analista, pero, no solamente le supone un saber, sino que también lo enviste de un deseo, que no está referido al deseo real del analista, sino al que el analizante le atribuye.

El analista, al colocarse en la posición del Otro, instaura en la relación analítica el enigma, es el lugar donde el sujeto pregunta “¿Che vuoi?”. Esta “x” se debe sostener para sustentar el movimiento del análisis, para que emerja algo del fantasma en el intento de respuesta.

Hay, entonces el lugar del que tiene algo, y del otro lado, del que lo quiere: el amado y el amante.

El saber en cuestión esta del lado del analista, el analizante entrega su falta, en espera de ser cubierta y a la vez es atravesado por la pregunta por el deseo de este lugar del amado; se hace mas “amable” a la vista del analista.

La suposición de saber en primera instancia es la manifestación del deseo del analizante en demanda: amar es querer ser amado; se devuelve así su demanda hacia él mismo, en la posición narcisista autoerótica de su modo de goce.

Hay dos caminos para Chamorro. El amor erótico (amor, odio) que está del lado de la pasión de transferencia, como fracaso de ella; el analista perdió su lugar en el dispositivo y se desvanece como función de deseo, se debe ahora a la satisfacción imperiosa del amante, cayó de su lugar de privilegio.

Por otro lado puede haber un trámite en el análisis, por el amor al saber, desde los lugares a los que apuntan tanto el analista S2). S1), como el analizante ($(a

El analista da vuelta a esta demanda del analizante, sacudiéndose de la posición de sujeto (de deseo), para pasar a la de objeto (causa de deseo). El amado no accede a encarnar el complemento del amante, pero le deja la promesa de un objeto precioso, un cofre que no se sabe qué contiene: una x, lo agalmático.

La rajadura que se produce y la falta de un sentido que calme la angustia de la pregunta llevan a la búsqueda, la explicitación de la insuficiencia de los significantes amos y el subsecuente deseo por parte del analizante, por saber, por el trabajo analítico. Tras el engaño del amor, queda lo agalmático, que marca un lugar de ligazón entre los deseos del analista y analizante: vacancia para la construcción.


La Causa (está fuera de La Ley)

Hemos marcado a la figura del analista como la de “causa” de deseo, causa del inconsciente o vemos causa, como impulso de trabajo.

En todo caso el efecto que produce esa causa es un sujeto de inconsciente, diremos entonces que el sujeto es un efecto de la intervención del analista, de su deseo.

En el análisis se trata de rebasar lo que supone la ley del discurso del amo: pasaje de la sujeción al significante que es agente de trabajo hacia su propio saber, que no incluye al objeto a, hacia el saber hacer con el S1, teniendo al objeto a como causa de ese deseo, de la emergencia de algo nuevo. Es, en otras palabras el paso del inconsciente como ley, al inconsciente como invención.

El implantamiento de una ley, remite a la repetición de un orden venido del Otro, un deseo por encontrar lo que se repite. Y del resquebrajar de esta norma se padece tanto al llegar como dentro del análisis. ¿Qué habría sido del descubrimiento freudiano si no se avizoraba la función de la censura, de eso que borra lo que no entra?.

Hay algo del sujeto que no permite más significado, un hallazgo de piedra que funciona como causa; el análisis apuesta por una ética.

De allí que la ética del análisis esté del lado de la hiancia que deja ver la piedra: la rajadura en que "Wo es war, soll Ich werden" ("allí donde eso era, el sujeto deba advenir "): el análisis está del lado del sujeto.

El Discurso Científico y el Impasse de la Psicología.

O el silencio de los pacientes


Dado el avance de las ciencias y de las tecnologías afines, muy especialmente en los últimos 150 años, la (primariamente) disciplina psicológica ha sido empujada desde sus albores a la cientifización: a la corroboración de lo etéreo de su objeto de estudio en el campo de las verdades formales, donde la empiria sirva de comprobación, materializando una práctica que se establece y ampara en el marco del método científico.

La definición del objeto de estudio es, entonces, una cuestión capital en el proceso, casi exigido por la época, de hacer una ciencia de la psicología. Éste es, pues un caso sui generis en la historia de la génesis de las ciencias, pues nunca como en el caso de la psicología, el método ha antecedido a la definición de un objeto al que se quiera estudiar, y menos ha planteado la forma de definición de éste. Por ejemplo en el modelo de las ciencias físico naturales, siempre hay un objeto que causa una pregunta y luego se desarrolla un método que dé cuenta de la forma correcta de operar sobre esas circunstancias. Aquí el problema es inverso: se hace encajar un objeto al método.

En cuanto al objeto en sí, se tiene la certeza de que pertenece al rango de lo humano, pero es una dificultad conceptual harto compleja delimitar ese rango; se nos abre un orificio que demanda ser atendido y donde se posa la practica psicológica como respuesta, con todas sus variantes. No hay nada que llene de forma natural el vacío: el paradigma único se muestra como una inconsistencia radical.

Pese a ello se aspira a él, y grandes ramas de la psicología se cobijan bajo la premisa del bien hacer del ideal, dándoles a sus conceptos y métodos el membrete de “científicos”, dejando fuera a todos los demás. Este es un problema que ha mermado las posibilidades de desarrollo de la psicología en general, dado que según la mirada positiva, las construcciones humanistas, transaccionales y psicoanalíticas se reducen a “especulaciones”, modelos “apriorísticos” y “no comprobables”. Se arma entonces en el lugar del debate un lío de sordos, donde no existe la mas mínima comunión conceptual y por lo mismo, no hay ningún producto que valga la pena, mas que la propia práctica.

La imposibilidad de construir una psicología con paradigma único, se opone a la idea de ella como una ciencia natural, y se origina un problema dado que el paradigma científico nace del desarrollo paralelo de las ciencias físicas y naturales, en las que la experiencia prima por sobre lo demás y es por eso que una teoría tiene un mínimo de respetabilidad en su intento de encontrar una explicación a un suceso.

Adaptar al hombre al paradigma positivo puede ser riesgoso dado el riesgo de que el objeto sea deformado por el método que lo delimita, y en este caso lo constriñe a su necesidad. Desde el laboratorio de Wundt y su inauguración de la psicología científica ha pasado mucho, y su introspección parece haber sido victima de la ciencia experimental. El problema del objeto cobra todas sus victimas en este punto.

En la actualidad se puede ver un intento desesperado por llevar el problema de la psique a lo más biológico, a un registro donde se pueda “operar” con seguridad y eficacia cercana al ciento por cien. Cada día se hace mas “ineficaz” el habla del sujeto, y las curas se ven reducidas a una técnica puntual.

Los avances de la neuropsicología y la genética apuntan a un mundo donde la palabra no tenga mas lugar, pues ya ha sido satisfecha de antemano la demanda que la produce; por detrás, el mercado, una vez mas, teje el entramado feliz donde el ser humano tiende cada vez mas a quedar enredado: “te doy lo que quieres, pero callas”. La oferta desmedida, acalla la demanda de saber, una producción a la que se apuntaba desde los presocráticos, y desde el paradigma científico como herramienta de saber. El sujeto queda borrado y plegado a una decisión externa, alguna respuesta que lo “cure”, o la aplicación de un saber para suturar el agujero que se presenta como objeto de estudio (o de deseo).

Emparentamos entonces en la época actual al discurso del capitalismo con el discurso científico, donde el hombre se torna a cada paso más un cuerpo sin voz.

La psicología en si va perdiendo terreno, cediéndolo al modelo medico, que en muchos casos responde a la necesidad del mercado de “dar soluciones rápidas”, la psiquiatría y la conserjería social pueden dar cuenta de esto, en especial en la perspectiva actual de “integralidad” en que las aseguradoras planean terapias puntuales, como la aplicación de un saber, más que de una producción del sujeto.

El discurso científico se encuentra dando la respuesta, intentando impostar algo de su saber. En las ultimas semanas fueron celebres las investigaciones acerca de la eliminación del sufrimiento amoroso y del borramiento selectivo de memoria, vía neurotransmisores. Nadie puede negar que esto sea una realidad posible, pero la ética que se pone en juego, ni siquiera se nombra, está afirmada como una presencia tácita bajo la sombra del plus con que se enamora al hombre actual.

Pero esta repetición sistemática de la satisfacción o la venta de la esperanza traen sus propios síntomas en la clínica, y de allí se desnuda algo del propio deseo del sujeto que no puede ser capturado: el gozar ciego de las respuestas “correctas” no es suficiente, hay algo que se quiere equivocar, hay algo fuera del sistema y no se sabe qué es. ¿La dimensión humana podría ser introducida en el modelo científico?.

Queda esta pregunta como impasse, pues la relación entre lo cuantificable y lo que no lo es, lo valido y lo falso no son más que ideales a los que el científico se puede abrazar. Ampararse en el habla psicométrica es un claro ejemplo de esto. No hay investigador, sino solamente investigación.

La Psicología como Ciencia

Podemos reconocer que la psicología actual tiene multiplicidad de objetos y métodos correspondientes para tratarlos. Por lo pronto la cuestión general de si la psicología es una ciencia o no es evidente que no pueda ser respondida por la afirmativa o por la negativa en relación a la psicología en su conjunto.

Dada la alta dispersión teórico-epistemológica que la disciplina presenta, sólo cabe analizar cada una de las orientaciones teóricas que adoptan para sí mismas el nombre de "psicología", aunque se identifiquen con otras expresiones, como el conductismo o la psicología humanista.

Lo mas cercano que tenemos para nombrar a la psicología, entonces como científica es el paradigma positivista. Éste supone una concepción de la realidad que históricamente se identificó con lo que filosóficamente puede denominarse "materialismo".

La realidad es, en definitiva, realidad material y nada existe fuera de la materia. Este materialismo burdo alcanzó su pináculo durante el siglo XIX y, si bien fue superado por los avances de la física durante el siglo pasado, se incorporó como un elemento esencial de la cultura moderna: racionalista y cientificista, que deja como corolario la siguiente sentencia: “El conocimiento sólo puede ser tal en la medida que expresa la realidad; ésta es de naturaleza material, en consecuencia sólo puede haber un conocimiento posible: el que describe y explica los procesos materiales, o reductibles, en última instancia, a los mismos”.

Esta máxima positiva, deja como resultado una visión ontológica bastante cruda: “Si la realidad es material, la única posibilidad de acceso a ella es por/a través de los sentidos, por lo que el único modo legítimo de fundamentar el conocimiento es por medio de la verificación empírica, esto es, a partir de rigurosos procedimientos (método científico) de constrastación de los enunciados con los hechos, es decir, con los fenómenos y procesos de los cuales puede tenerse "evidencia" empírica”.

¿Dónde deja al hombre esta visión posmoderna del sujeto y del saber?, la pregunta se extiende y no deja mas espacio de respuesta que la ética del uno por uno; una separación que responsabilice al sujeto, de eso que accede a tomar para sí, la respuesta se anima a asomar en el lugar que la ciencia no puede ver.

El tema de fondo sigue en pie, y el forado que originó la nueva ciencia también, pues no hay un paradigma que de cuenta de la psique, aunque la psicología cada vez adopte mas el modelo alienatorio del amo.

Lo que deja pensar en esta cuestión de la ciencia y la tecnología se nos revela como una interrogante a tratar como dirección. La dirección de la cura, y la ética puesta en juego en ella.

En Defensa del Juego

| 0 comentarios

Algunos hay, aún, con esperanza


Hay seres que viven el fútbol de una forma diferente, a quienes la pelota hace dar vuelcos el corazón, a la alegría o miseria, como una contradicción a las teorías económicas de Freud, la intensidad del sentimiento es la base de la felicidad. Pasiones que no se alivian, dicen.

Recuerdo siempre una frase de Menotti (porque soy de su bando), que resume el ideal de todo verdadero hincha de fútbol, convertido en estrella en la cancha del barrio alguna tarde, que encierra desde la frustración de no pisar el césped de sus sueños, hasta la ilusión eterna puesta en los hombros de aquellos que están en un lugar de privilegio con relación a quienes sólo hemos llegado a la tribuna:

"Ser jugador de fútbol significa ser interprete principal de los sentimientos y la ilusión de mucha gente"

De modo que creo que en cierto modo hay un derecho de posesión sobre lo que debe ser un jugador. Creo que ese significante se encuentra de manera pura, ya no en la cancha, sino en el corazon del fanático.

Hablaba hace un par de días con un conocido jugador profesional, experimentado, gracioso. Trataba de decirle que ahora no sólo el fútbol se había dividido, que la lógica del mercado, lo utilitario y lo programable estaba apagando una llama que hace un tiempo parecía invencible (cuando la poesía y la gloria eran cosa de gigantes) sino que también nos había dividido a nosotros, a todos, en una desorientación insoportable donde nuestras fantasías siempre se quedan cortas, y son bombardeadas por una realidad de escándalo a la que asistimos o incrédulos o desengañados, al fin.

Hace algunos años el cuero viene perdiendo brillo entre apuestas, amaños, resultadismos, y toda clase de shows mediáticos donde cada vez los seguidores pagan más por disfrutar de héroes que quedan convertidos en cada nuevo contrato en objetos de explotación , en robots que deben dar el 100% todo el tiempo y brillar solos, resaltando por sobre el común. La posesión pasa del corazón al capital, sin anestesia.

Mi amigo dice que el fútbol es el reflejo del vibrar de los pueblos, y estoy de acuerdo. Los fenómenos sociales se reproducen de forma fiel cuando se habla de fútbol, o cuando se juega con Chile, por ejemplo. Se abre la pregunta de cómo situar al juego: como una válvula de escape o como una herramienta de alienación, una cortina de humo especialmente efectiva; depende diría, de quién hablemos, del corazón al que nos refiramos,; aunque si hablamos de masa hay ejemplos de su prostitución (como el Mundial de Argentina ´78, donde la magia del evento cegó al país de las atrocidades de una dictadura).

Los jugadores quedan al medio, sin querer, presionados por demandas imposibles de satisfacer; por un lado la cada vez mas robótica idea de "profesionalismo", donde el "atleta" debe exigir su resistencia física y mental hasta lo insospechado, no siendo raro que varios hayan ya colapsado (desde los alcoholismos de Orteguita y Adriano; las depresiones, como el caso de Deisler, que lo llevó a abandonar el juego; la gordura y el cansansio mental de los Ronaldos; hasta las muertes nunca bien esclarecidas de jugadores como Miklos Féher, del Benfica o el traumático caso de la muerte en vivo de Marc-Vivien Foe en la Copa Confederaciones) y por el otro la mirada implacable de todos a quienes representan, y ya no sólo me refiero al país, sino a quienes cimentan los pies de sus ídolos con su admiración y/o consumo. Es una encrucijada difícil de sortear para cualquiera.

La ciencia se encagarga de dotar los cuerpos para el éxito del "fútbol total", de aquella creencia disparatada (si se ven sus efectos), pero actual como nunca antes de que el resultado es lo único que importa, la tesis bilardista que reduce al juego y a sus participantes a un negocio que se engorda mientras menos sorpresas y genialidades hayan. Los jugadores quedan como creaciones científicas cada vez más precoces que deben responder a lo esperado, su cotización depende de ello; son moneda de cambio de grandes manos. Queda poco espacio para el placer.

El mercado retumba en los colectivos y las fidelidades ya no están garantizadas. Es una paradoja: mientras más garantía de éxito la ciencia provee, más rápida la producción de super-jugadores; menor es el tiempo de duración de su legado y de vigencia de sus cuerpos; los ídolos ya no son para siempre y lo que aparece ahora es que la violencia de los cuestionamientos y ataques mediáticos muchas veces no deja lugar a la recomposición psíquica y física de aquel individuo, sino que precipitan su caída hasta la profundidad de un ostracismo a la que es condenado por un sistema que ya lo reemplazó.

En este sentido, ¿qué hay del Perú?, ¿los nuestros están preparados para estas presiones?, ¿se pueden justificar dada esta óptica sus inconductas?.

Creo que no. Porque ciertamente hay jugadores peruanos que han tenido la fortaleza de destacar; el problema peruano debe estar en otro lado, es más profundo.

Challe aún se rie del pelotazo en la cabeza de Rulli en la Bombonera, aún se recuerda con cierto orgullo criollo que Valeriano tenía la cabeza tan dura en las cantinas como cuando se trataba de conectar un centro, todavía se recuerda al "Cholo" Sotil, cerrando bares de Barcelona a su llegada en Ferrari, y muchas otras joyas folklóricas nacionales. Si no se ganaba, se gozaba al menos.

El avance de la ciencia del deporte, o mejor dicho, el atraso en que nos encontramos, sumado al bagaje de pendencia del que nuestra sociedad se enorgullece, creo que producen un efecto característico de nuestros últimos tiempos de metalización del juego que nos devalúa: los internacionales le meten el dedo al hincha, pues ya no le deben nada a él, sino a sus empleadores y los nacionales que ven la vara alta, se entregan rápido, consolándose perpetuos en la derrota con un sueldo decoroso y la dosis apropiada (recargada, como la cultura chicha o decoración de pollería) de "hombría de barrio", léase chelas, chilingui y la infaltable canallesca vedette, pero todo eso es poca cosa aún comparado con la perspectiva de no ser recordado por ninguna hazaña en uno de los pocos campos actuales que quedan para realizarlas. Hace falta hambre y fuego. Yo diría que hace falta fútbol, placer, y honor.

Pregunto, resistiendome a desengañar mi alma, si se puede salvar a la selección, a nuestro juego y encuentro una respuesta sonriente: "quiero regresar a la selección y con la gente limpia y de experiencia, sé que se puede hacer un cambio".

Le creo y le quiero creer porque hay mucho que rescatar, pero pienso que lo primero que hay que hacer no es enamorarnos de la idea del Mundial por 3 partidos, sino, nueva y perdidamente de la pelota: reconstruir ese soporte, de la pasión de cada uno, encontrar al sujeto, el deseo de jugar y encontrar placer, en la cancha, la tribuna o detrás del televisor; dar espacios al juego y no a la competencia total, esa que mata.

De estos juegos imaginarios y de la cultura de acabar con los otros o comer de ellos, nacen los barras bravas, dirigentes corruptos, periodistas mermeleros y parasitarios, y toda fauna de comechados; porque el Perú es, fielmente, como su fútbol. Para hablar de esos, ya habrá tiempo en otro post.

La Urgencia en la Civilizacion del Trauma

Desde hace algunas semanas he estado pensando en términos de civilización lo que corresponde a un término que inicialmente era del uno por uno. El trauma, pienso, se ha convertido en un nuevo estandarte de una época que pretende no dejar espacio para lo caótico, una que pretende domeñar el certero sinsentido de lo Real, angustioso sin ley por las vías del discurso científico.

Hablaba con Laura, una analista amiga, y ella muy suelta declara "el caos me da esperanza". Me dió curiosidad, aunque fue algo extraño de escuchar -¡tanto estamos dentro del discurso social a veces!-. Y es que estamos en un mundo donde se nos ofrecen todas las garantías, más bien, se venden toda clase de garantías, como si la multiplicidad de los objetos y discursos en el mercado fueran a abarcar todas las posibilidades de que algo escape. Pienso que es como una teoría tapón: el Todo para todos.

La lógica de los objetos en el capitalismo no deja, pese a lo anterior, lugar para el reposo, pues pese a la garantía que pretenden ofrecer ciertas ofertas, siempre habra una dinámica veloz de "obsoletización", donde el individuo al no alcanzar nunca lo deseado, debe hacer un gasto (psíquico también) mayor para acceder al "estar dentro", y de alguna forma calmar el miedo que produce el desamparo de la garantía. Se le atribuye un saber total al Otro

Es una táctica astuta, el sostener en falta a los individuos. El miedo sería un organizador de la ciudad.

Para graficar éste punto quisiera tomar ejemplos de lo cotidiano, para luego pasar a discutirlos:
• El miedo a lo incalculable del peligro en la ciudad nos lleva a cerrar las vías públicas y hacer de las rejas una "moda de la necesidad", por allí van también alarmas, seguros, armas, etc. Cualquier irrupción de un otro inesperado es objeto de sospecha en el mejor de los casos y de angustia, en general. Se trata de una lógica del cálculo, de minimizar el accidente a su mínima expresión. así uno vive en constante riesgo (calculable, determinable), pero teme más que a nada la emergencia del peligro, que remueve toda calculación.
• El miedo por el propio cuerpo se traduce en los nuevos síntomas que ha dado a luz ésta civilización: los productos no cancerígenos, lights, sin azucar, sin preservantes, etc. que se presentan como las herramientas de la aprehensión sintomática de una política del riesgo. Paradójicamente seríamos perseguidos por aquello mismo que nos salva. La super prevención es uno de los mercados más florecientes, por allí van caminando las exias
• Las respuestas dadas por la ciencia que reduce cada vez más sus causalidades al campo de la genética, la biología y la química, ofrecen nuevas formas de garantía, luego nuevas formas de angustia generalizada. Las píldoras nuevas y su relación con la humanidad: habría que hacer una investigación acerca de cuántas veces en los últimos 12 meses se ha publicado algún avance de éste tipo y qué es lo que ofrecen. Célebres son ya las píldoras para borrar los malos recuerdos, por ejemplo.

Podríamos pensar en el móvil de esta nueva paranoia imaginaria, esta hegemonía de lo imaginario sobre lo simbólico y sus efectos a partir de ciertos puntos de inflexion en la historia: por ejemplo me parece muy gráfico que después del ataque del 11S a New York. la administración Bush, ante la oleada de pánico desatada, decidiera que lo más sensato era trasladar su defensa al exterior, reviviendo el término de "Guerra Preventiva" y haciendo patente el dominio que aspira a tener el sistema de aquello que pueda alterarlo. La angustia toma su lugar cuando algo de ello se escapa, cuando se evidencia que no hay saber (y por tanto tampoco prevención) en lo Real.

Dentro de la civilización del trauma también debemos situar la falla en la función paterna, como protectora de la angustia y moderadora del goce, que desde Freud podemos recordar como el padre de la prohibición, que ahora ha dejado su lugar, siendoreemplazado por los objetos, lo "personalizable"de un velado "para todos".

Guillermo Belaga -en un trabajo digno de darle una repasada-, en el texto "La Ciudad Pánico", cita a Anthony Giddens cuando habla de la tecnocultura y acuña un término que me parece valioso rescatar: la "incertidumbre fabricada", que penetra todos los ámbitos de la vida de los individuos, este estar en falta, a la espera de que aparezca algo que dé garantía. Mientras dure.

Conforme a ese primer punto, hay un efecto de expansión, ante la caída del orden patriarcal, donde las personas en la lógica de lo personalizable, exigen autonomía, un nombre que los diferencie, aunque eso sea un truco: hacer del goce personalizable, anula la posibilidad de un Otro, de un lazo, pues el norte lo pone un plus-de-gozar totalmente autoerótico, donde no es necesario más, toda medida se vuelve sin medida, se barra la castración. Los síntomas actuales no remiten entonces al Otro, se sitúan fuera de él, pues se hace de la identidad un medio de goce.

Los sujetos en esta "desligazón" a los S1 patriarcales, se enfrentan a un vacío, su autonomía los lleva a perderse en su búsqueda de respuestas, y es justo allí que entra el discurso del todo saber de la ciencia que hace existir una programación vital que al sujeto lo va borrando en un efecto de fading, donde todo tiene sentido.

Ciertamente Laura me enseñó mucho con su frase, pues como ella dice, sólo en el caos se tiene a flor de piel el síntoma, eso que vivifica y que al final triunfa sobre el fantasma que vela la diferencia y sus objetos hechos para todos. Una vez más, el uno a uno del síntoma, eso de lo que hablamos en un análisis.

La salida del Padre, se daría humanizándolo, pues no basta con lo imposible de su generalización universal como la ley de la prohibición freudiana, cada sujeto debe "encontrar a ese padre" y "vivir con él". Acceder a la dimensión del deseo del padre lacaniano: una autorización al deseo en lo particular.

El analista encuentra su lugar frente al sujeto en la urgencia (otra salida, donde se demanda una respuesta al Otro, donde el lugar del sujeto falla), como lo que está en el lazo que se cayó. El lazo social es terapéutico y está es sólo para él: lo sostiene en la reconstrucción del lazo, ahora que lo Real se muestra en el mundo con su cara más violenta.

"La vida no tiene sentido", escuché decir sonriente a Ángela Fischer en una reunión de nuestro cartel, y creo que ahora la entiendo: tengo esperanza también.

El Guardián de Troya y el Discurso del Amo Antiguo

Hace algunos días pensaba cómo podía explicarle a un amigo algunas nociones acerca del discurso del amo y para tocar el capitalismo luego. Tengo que aceptar que no sabía muy bien por dónde empezar, así que decidí que lo mejor era esperar a ver qué se decantaba cuando las aguas de mi pensamiento se hayan calmado. No me equivoqué, pues la contingencia -nuevamente- vino en mi rescate y trajo a mí un buen ejemplo de Amo Antiguo: El Guardián de Troya. Llegó a mí resonando algunos versos de una canción.

"Destino cruel, que me obliga a defender
los frutos de una traición, de un desatino.
Una mujer todo un reino condenó...
no entiendo la situación... ni la he elegido.

Soy el guardián, la llave de mi ciudad,
el que dentro quiera entrar peleará conmigo.

No hay una razón solo tengo una misión
combatir hasta el final al enemigo"

Me remonto a pensar en el orden cultural griego, donde la introducción al orden y la participación social daban al sujeto su estatuto. Uno era lo que hacía en la polis.

Por otro lado se ve lo inevitable del conflicto entre los dioses y los hombres, por ejemplo en la guerra de Troya, donde aparentemente una acción de orden humano desata el enfrentamiento entre los bandos, cada uno con alianzas divinas que garantizan, al menos por un cierto tiempo, un equilibrio, que demanda ciertamente un compromiso total de los hombres. Casi una excusa de los dioses para medir fuerzas, un ajedrez del Ápeiron*.

Primaba pues, el orden divino sobre el humano. La aparente humanidad del rapto amoroso de Paris, se desvanece en tanto que su causa es el juicio por el que Afrodita lo premió, por distinguirla como la más bella, enamorándolo de Helena. Un capricho, no de hombre, digamos un Otro capricho.

Tenemos, ahora los lugares en el discurso como Lacan los sitúa, y trataremos de explicar cómo deja esto a nuestro soldado.

S1 -> S2
--- ----
$ // a


Y donde Lacan sitúa:

agente ... otro
-------- ----------
verdad .. producción

El esclavo trabaja para el amo, y el discurso de este amo ocupa el lugar de la ley (S1 ------> S2). El soldado entra al orden, se hace representar por el S1 aceptando que el Otro mande, la ley de los dioses aliados resuena en el mandato que debe ser cumplido para garantizar el equilibrio. El $ se encuentra entonces en una posición pasiva.

Cuando hablamos que guerrear, que puede cofundirse con actividad, hablamos de el uso que se hace de la técnica y el trabajo para cumplir con el mandato ciego del amo. El amo, efectivamente no necesita saber nada más que su propia ley; el saber lo tiene el esclavo producto de su trabajo, que al final lo hará, en Hegel, invertir la fórmula y triunfar. Su eje es S2 , el saber hacer sobre la técnica, la techné, y produciendo algo, un a que escapa a ese saber.

Lo que produce la guerra es el capricho de las diosas, creando toda clase de consecuencias, el S1 está por eso en la posicion de agente, las luchas divinas internas quedan veladas para los hombres, y es que al amo le interesa mantener el dominio para siempre. El Status quo, solo se sostiene privando del saber a sí mismo y al esclavo, mandando. Elude su división subjetiva.

Y es que no se sabe, hay una pregunta en ese a por la causa del deseo del amo, algo que se produjo que no encaja con el saber de la techné, y que en el discurso queda bloqueado al acceso ($ // a), no hay articulación entre el lugar de la verdad y la producción (puesta como la causa de deseo del amo, y tambien como goce, en su sentido prohibido por definición), se goza, pero no se sabe.

J.A. Miller luego nombraría los lugares como de Ignorancia y Trabajo, los superiores y Pereza y Producto los inferiores. Esto da más claridad al postulado, que intenta dar cuenta de la sumisión de nuestro soldado a esa ley que según Anaximandro "todo lo gobierna", ese Otro indiviso y consistente del equilibrio caprichoso.

Ignorancia ... trabajo
------------ ----------
pereza ...... producto


Para terminar creo que es necesario adjuntar la segunda parte de la letra, por ser ilustrativa de eso que se encuentra como "a", ad portas de lo real de su propia desaparición, real que rasga el discurso, que deja ver lo último de la verdad de ese Otro, que se revela como el destino de forma pura, arbitraria, y, ahora si asumida, por nuestro guardián caído. Ahora, exhausto, sabe.

Mucho dura ya, la batalla, la agresión.
Nunca he visto un corazón tan vengativo.
No me toca a mi el buscar una solución,
sólo sirvo a una razón... lucho por los míos.

Puede que hoy llegue el final...
Puede que el día yo no vea acabar...
mas si ese es mi destino,
no le haré esperar.

Y así acabó, triste final.
Caigo en la tierra, con una herida mortal,
mas si ese es mi destino,
no le haré esperar.

Siento llegar la oscuridad...
Muero tranquilo,he luchado hasta el final.
Por mi hogar doy la vida,
no puedo... dar más.

Tomando una frase de Feuerbach "El ser absoluto, el Dios del hombre, es su propia esencia", en relación a este amo en toda su potencia y su vínculo íntimo a la vez con la naturaleza del hombre, hace recordar mucho a Lacan en el Seminario 17, donde se refiere al inconsciente: "Este discurso del inconsciente corresponde a algo que depende de la propia institución del discurso del amo. A esto se llama inconsciente". Esta identidad habla de la marca de los significantes amo, por los que el sujeto se hace representar y su consentimiento fundamental al ser introducido al lenguaje. El discurso del inconsciente es el discurso del amo. Creo que ya eso es motivo de otro post, después del amo moderno y del capitalismo.



Ápeiron.- el principio de todo: algo indefinido, que era la ley universal. Para Anaximandro, fuerza que restablece el equilibrio cuando alguna fuerza se impone sobre su opuesto. Ley universalizable, engrendradora de todas las cosas.