Un discurso de la Exclusión

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Ya hemos reconocido que la existencia del fenómeno "chicha" se puede ubicar como producto de una radicalización moderna de la primacía del mercado, que ampara un eclecticismo democrático, donde aparentemente todos tienen un lugar.

El espacio de supuesta integración se basa en la premisa de conquista de sectores superiores de la pirámide social, dada la mediatización cultural que reivindica lo popular. Claro, como producto.

Cuando prendía el televisor hace algunos años, me encontraba con algunos programas símbolo de una "estética" emergente. Las bases de una supuesta revolución cultural se estaban fundando.

Inicialmente uno podría pensar que la apuesta por un intercambio sería lo más adecuado, pensando en el ideal igualitario de la justicia y el derecho en la sociedad.

La tecnoidentidad o desear ser el Otro
Lo que parece olvidarse cuando se habla de una fusión cultural o de una estética que da cuenta de la identidad popular, es que se basa en ideales occidentales que se aplican (como las letras de sus canciones) a rajatabla, sin ninguna interpretación ni metáfora. La impostación mata lo propio desde un Otro totalmente consistente que dicta un canon en que no interesa que los sujetos no se vean reflejados en lo más mínimo.

Los efectos se pueden notar en aspectos sociales disímiles: podemos partir por ejemplo de la política o el habla y llegar en un efecto de continuidad hacia la estética. Lo falso como un ámbito de creación de belleza, se vuelve un modo de goce, donde los wannabes encarnan el juego, que pretende -paradójicamente instalar una barrera con lo popular, algo que los diferencie de la masa. La utilidad directa de los objetos, que sirven a un cierto solipsismo moderno en detrimento del lazo social.

La tecnocumbia y su correlato social tienen como fundamento lo artificial; una pseudoinstitución que justifica esta identificación al Otro de la sociedad. Los cuerpos de vedette públicamente fileteados, sus tintes rubios oxigenados, los constantes cambios de alineación de las orquestas populares, la moda que remite a las tiendas por departamento o a grandes marcas internacionales, y demás manifestaciones cotidianas, nos dan la idea de lo "bamba" por todos lados, pero apuntan a un Ideal del yo, ante el que los sujetos se ven hambrientos, pero desheredados.

Precisamente la peculiaridad de estas manifestaciones públicas es que se goza de ser otra cosa, diferente de lo que se es. Allí reside el gusto chicha, como un brazo de la tecnocultura, donde los celulares, las siliconas y demás gadgets funcionan como una mascarada ante lo Real de la insatisfacción.

En pos de un lugar
Es evidente que los músicos populares exhiben en su lógica un proletariado ético que tiene que ver con esa precaria identidad mencionada antes. Por tanto es válido pensar que el movimiento popular tiene que ver algo más grande que lo direcciona.

Por ejemplo, en el proceso de formación de una orquesta, vemos que pueden intervenir muchísimos factores, exceptuando lógicamente el deseo. No hay nada que ligue a los músicos a sus creaciones, salvo el mercado; ni nada que relacione esas creaciones con la originalidad o la virtud artística, salvo el consumo.

Nunca en esta historia, por tanto, hubo una intención de contestar el estado de abandono social en el que se encuentran estos grupos sociales, sino más bien, en una jugada hábil que habla de lo camaleónico del movimiento: se decidieron a entrar en el mercado a cualquier costo, transformando lo marginal de una cultura de migrantes ávidos de triunfo, en la fórmula universal de la moda, intentando no quemarse en el intento.

La importancia de ser y parecer otro acá cobra vital sentido: para entrar en la ciudad se tuvieron que "achorar", tomando todo lo que pudieron y metiéndolo en un caldero del que resultaría la receta servil de dar lo que se pide para escalar.

El ideal de éxito provinciano se funda, pues, en dejar de ser lo anterior respondiendo a la demanda del Otro lo antes y más plenamente posible. La conquista de los estratos sociales superiores vía el mercado funciona como una reivindicación histórica que calma ese fantasma de la eterna pérdida.

La bolsa y la vida
No es infrecuente encontrarnos con algunos efectos interesantes en los rituales chicheros, que dan cuenta de su avidez vital. Digamos, una forma de goce físico que necesita existir para vivificar el cuerpo, pues la muerte reside en el olvido del Otro. Famosa frase del chuceo romántico: “¡Por ella!”.

La necesidad de exceso, de sensaciones fuertes, es un síntoma que no es propio de lo chicha propiamente, pero se ensambla perfectamente en las ceremonias sufrientes del mundo andino que se yuxtapusieron a lo capitalino; producto de ello se fabrica una forma de expresión que da cuenta de la ambición de dejar la muerte mediante el goce del cuerpo. Chuceados, bronqueados, emborrachados, pasteleados y demás, se acoplaron a la celebración lumpenesca de la vida marginal, que calaba hondo porque lo que no tenía de virtuoso lo tenía de auténtico y crudo reflejo de un abandono eterno.

La temática musical y lírica chichera desciende directamente del huayno y su tradición, que prescindiendo de metáforas, logra acceder y metabolizar los lugares comunes del sufrimiento en la sierra. De allí, una adaptación a la ciudad resultaba sencilla, pues el movimiento chicha primitivo representaba una masa social más bien homogénea.

Luego la cosa se torció. Lo chicha y lo bamba se aliaron, tomando canales mercantiles masivos de un alcance subrepticio gigantesco. La industria se ponía en marcha, decidida a tomar la ciudad, tomando como arma lo que fue su azote; se insertan entonces figuras moldeadas al gusto masivo: calatas armadas hasta los dientes con siliconas y con una limitación de talento que es tan evidente como accesoria; también pelipintados ojicoloridos, reyes de la metrosexualidad y de la pose.

El Otro ilusorio de la sociedad sonreía por fin, aprobando el giro que llevó a lo popular a la insustancialidad de la muerte que quisieron evitar a toda costa, pero que, sin embargo, lo catapultó a niveles insospechados de influencia social.

Muerta la autenticidad latiente del sufrimiento, sólo queda el goce que hace olvidar todo.

Nace una estrella
Como si se hablara de la independencia de un país, se puede hablar de próceres y precursores de lo chicha como institución de goce nacional.

Trampolín a la Fama no fue en vano el programa más longevo de la historia de la televisión peruana y tampoco es casualidad que sea el más huachafo, menos aún que lo estén repitiendo en estas épocas, y con bastante aceptación, creo.

La idea del programa era simple: rescatar lo postergado. Entonces, como un Mesías populachero, Ferrando emergía entre los arrabales a ofrecer como un acto de amor el Ideal del provinciano de éxito, una oportunidad de entrar a la ciudad por la puerta grande de la tele.

Lo interesante es que él mismo se erigía como el tirano que cobraba con humillación la oportunidad que ofrecía, marcando su lugar de diferencia frente a su público y reservándose el derecho de sellar a su vez a sus "descubrimientos", con significantes que los marcarían para siempre. El poder nuevamente se revela como el del significante.

Ahora mismo hay una fiebre apologética acerca del tema que nos ocupa, prueba que el significante ha cambiado. Se dejó de lado la verdad se sus raíces sociales y el sufrimiento del abandono para dar lugar al artificial glamour mediático de su reivindicación como una estética que revela "lo peruano" propiamente dicho, como concepto que nos hermana, como un intento de tapar la rajadura. Y es que detrás de todo esto hay algo de ingenio.

Lo chicha en su ascenso ha tergiversado la noción de inclusión social, velando su verdadero efecto, que es el de profundización de las diferencias, donde lo falso que la sustenta cae fácilmente frente a ese Otro al que se trata de emular, ganando un sitio relativo, de índole utilitaria y muy especialmente ahonda contradicciones dentro de su mismo seno, desatando una guerra en lo imaginario. Una apuesta por su actual forma lleva irremisiblemente a fortalecer el discurso de la exclusión.