La Democratización del Trauma

Influencias científicas en la relacion Yo - Otro y sus respuestas espontáneas.

-Texto publicado en The Wannabe número 6-


Cuando pensamos en catástrofe, seguramente echamos a andar algunos engranajes en la cabeza que llegan a la conclusión de que nos enfrentamos a un concepto que tiene que ver tanto con lo inevitable como con lo impredecible. Y es que uno no espera cataclismos cada semana.

Inmediatamente asociamos el trauma a esas cordenadas. De hecho, el trauma podría definirse como un hallazgo, un encuentro ante el cual no se puede responder; una contradicción que hace tambalear lo elemental de la concepción vital de un sujeto. Ciertamente hablamos de un gran golpe que lo deja en la impotencia, pues no tiene ninguna referencia que le sirva para dar cuenta de lo ocurrido.

El imaginario se desborda ante la falla simbólica y aparecen los síntomas.

En el tiempo actual, estas irrupciones de lo Real son peligrosas, no sólo para el sujeto, sino para el discurso moderno.

La ciencia y la vida

Hablamos de sociedad como la evidencia segura de que algo funciona, una confianza plena que tiene como sustento la certidumbre de sus pruebas, que por cierto la ciencia provee solícitamente. Así, casi sin darnos cuenta, le entregamos nuestra fe a esta construcción de la que poco sabemos.

Quedaría en este esquema el sujeto en relación a la sociedad, frente a un SsS que ordenaría de alguna forma su modus vivendi.

Ciertamente, se trama en este saber supuesto la idea de lo universal, el ideal voraz que reclama con el tiempo mayores territorios. Como los bárbaros Atilas vallejianos, la ciencia se adentra en la humanidad ferozmente, cabalgando sin dejar crecer más la hierba.

El discurso de la ciencia toma bajo su regazo el ideal de igualdad radical, en donde se busca la fórmula para acabar con el malestar social, desde el concepto alienatorio del "para todos". De esta forma la estandarización cobra vital importancia, pues allí donde esté la evidencia, funciona el saber supuesto.

Quedaría establecida entonces la hipótesis de que cualquiera que haya estado en contacto con la catástrofe necesariamente ha sido afectado y por tanto quedaría sujeto al imperativo de curación: devolver al individuo a su estado de "normalidad" o si se quiere de adaptación anterior al suceso es lo que se persigue de forma genérica, contando con el uso del Todo saber.

Pero el curar no es ni suficiente y si siquiera lo principal. El enfoque de programación es prueba de ello; una forma de conceptualizar los espacios humanos para hacerlos funcionar de manera predecible (ciudades, empresas, colegios, etc.), minimizando la posibilidad de una irrupción de lo inesperado que ponga en cuestión el saber de este Otro de la sociedad.

Para ello es necesario contar con la herramienta de la prevención a todo costo, lo que ahonda la marca de la tecnología en la vida del hombre y por sobre todo, crea un escenario donde uno siempre está a la expectativa de que algo venga a romper este bello orden. El miedo.

¿Modus Vivendi o Modus Operandi?

El ser humano, el sujeto, entra a la lógica de la programación, donde se espera que actúe según el rol que le corresponde en un ordenamiento que aún es opaco para él. Se termina convirtiendo en una de las evidencias de la existencia de la sociedad, donde se le reserva un lugar estándar, que en ningún caso tiene más valor que su semejante.

El significante amo de la democracia es un brazo de esta programación, que representa el ideal de una sociedad libre de fallas y corresponde igualmente como deber al ciudadano representado librarla de ellas; a partir de allí se puede jugar a experimentar con los irrefutables. Se buscan entonces los genes del divorcio o del alcoholismo, y el próximo paso democrático será su manipulación.

Esto se legitima pues el discurso lanzado propugna un bien común, también indudable: una pastilla de felicidad, que se puede encontrar si uno dispone de suficiente información o acceso económico.

El mercado es ese lugar de los sueños donde cada uno puede hallar lo que necesite y así acabar con sus urgencias. Entonces se realza, más que el objeto, el lugar donde se pone el objeto (con el fin de hacerlo interminablemente cambiante, incombustible) donde se puede adquirir una indulgencia ante la angustia y hacer callar lo que molesta demasiado.

El miedo como organizador

La intentona de resanar cualquier fractura de las paredes sociales, aún antes de que ellas aparezcan tiene un costo, y es el del perenne estado de alerta. Lógicamente esto desgasta al más preparado y termina por convertir la ciudad en un polvorín neurótico; el miedo a la muerte, la enfermedad, el robo, las catástrofes llegan a moldear un modo de vida moderno donde la respuesta ante los acontecimientos pasan por la referencia al supuesto saber de la ciencia, que debería ser suficiente, pero no.

Recuerdo muy bien el descalabro de la sociedad norteamericana después del 11S y su respuesta automática de angustia descontrolada, dado el resquebrajamiento de lo que se pensaba inquebrantable. Nunca en la historia hubo un consumo tan masivo de máscaras anti gas.

Se hablaba entonces de "sociedad traumatizada", donde eso significaba que había una necesidad de volver a la normalidad a toda prisa. La urgencia, como vemos no era del sujeto, sino del amo que debía volver a su lugar. Las consecuencias las conocemos todos.

La ciudad como espacio programado no tiene más desembocadura que la irrupción salvaje de lo inesperado; lo Real no soporta la ley.

Freud, Lacan y el trauma

Parece ser que, no sin intención, el discurso científico actual ha olvidado que fue Freud quien llevó el trauma a la palestra de la realidad psíquica. Y si hay algo él que hizo con sus pacientes tras su descubrimiento, fue dar un lugar al habla y a la elaboración sujetiva para dar cuenta del malestar.

Al plantearse los dos tiempos del trauma, Freud abre un espacio de lo netamente particular donde el sujeto puede implicarse con lo ocurrido, elaborando con un punto de partida. Por el contrario en nuestras épocas la respuesta más rápida es la más común: una parálisis que remite al Otro un reclamo desesperado de acogida, de alivio, pero sin responsabilidad subjetiva.

Ante lo traumático (que en la sociedad tecnológica actual significa todo lo no programado aún o lo no programable) que es la ruptura entre un S1 fundamental y el saber vital, la respuesta del psicoanálisis pasa más bien por la reconstrucción del lazo social como forma de encauzar la angustia; para ello es preciso actuar con mediatez, dar un lugar para que el sujeto ponga el dicho.

Precisamente Lacan, cuando propone los cuatro discursos, acaba por destruir el Uno social, pluralizándolo, dejando a la sociedad, gigante dominadora, como una ilusión.

Chincha - 2007

Luego del terremoto de agosto del año pasado, las facultades de psicología reaccionaron inmediatamente conforme a su discurso universitario: las brigadas psicológicas eran una oportunidad propicia para probar la hipótesis de afectación traumática generalizada. Se encontraron con algo diferente.

El intento por hacer hablar, así, imnmediatamente, en aras de verificar el trauma, precisamente propicia lo contrario: la resistencia desesperada ante la intervención y una invasión de angustia descontrolada, ante lo aún no significado que es extraído a la luz sin permiso. Había que ser paciente.

Pacientes como en El Carmen, lugar donde en medio del caos, se reconstruía la vida.

Pasado algún tiempo desde el terremoto, fuimos para allá en una caravana que organizó Laura, para ella era una visita a gente entrañable a la que qería ver. Nosotros, creo que sin saber bien qué esperar, la acompañamos, lo cual a la larga fue bueno.

Si bien las cosas se veían mal y la gran mayoría de gente dormía en carpas, los Ballumbrosio nos recibieron en su golpeada casa con una sonrisa tan cálida que no nos quedó más que sentarnos a comer y conversar.

No había ni un resquicio de victimismo en sus palabras, me animo a decir que les desagradaba esa posibilidad; más bien habían conseguido, echando mano a su tradición y a su sangre, hacer pasar el terremoto por sus vidas, y como si fuera poco, de reirse un rato.

Los jóvenes y fuertes organizaban lo que llegaba de ayuda y servían de referencia para la comunidad, una comunidad que empezaba a desempolvar sus lazos antigüos, sus vínculos dormidos por la civilización; los niños dibujaban en una suerte de campamento, jugaban y nos hablaban de su casa, y de cómo esta era una oportunidad de moldear una nueva.

Los viejos estaban allí, en su lugar de saber, mostrando su ingenio, recordando sus épocas y hablando a los chicos, viviendo con ellos, proveyéndoles de ese recurso de la palabra y del amor que alivia el corazón cuando nada más funcionaría.

Se despertó el hombre.

Y no es que no haya habido desastre, no es que ellos simplemente negaran lo que les tocó para pasar la hoja fácilmente, desconociendo la historia de sus vidas; es que ese grupo de gente entendió una cosa y actuó conforme a ello: se esperaba algo de de cada uno, desde su lugar les habló un Otro particular y decidieron escuchar.

Porque la cuestión no era estar como antes, sino vivir todo lo que se puede, y asumir las consecuencias.

1 comentarios:

viajera dijo...

Eso se llama resiliencia.