El heavy metal como instrumento de resistencia -Parte 1-

En la ciudad global aún existen ciertos ghettos que se levantan como bastiones de oposición a lo masificador de un Otro social que es reconocido por su intransigencia cuando se trata de dar lugar a lo que se ve fuera de lo establecido por él. Como en una red de túnes, los metaleros existen entre cierta extraoficialidad y orgullo de estar afuera.

El heavy metal, viéndolo desde allí, es una manifestación estética bastante particular, precisamente porque pretende ser el reverso de esta masa uniforme, pero sin forma: pretende ser un lugar donde se expresa todo lo que no se puede en el lugar de la "normalidad", tratando de rehabilitar lo virtuoso, articulándolo como un estilo de vida que propende a balancearse entre la contestación cruda y la pureza para ubicarse frente a este Otro que es un brebaje de todos los ingredientes.

Esto de la pureza es especialmente increíble, si tomamos en cuenta que el metal es asociado a lo más bajo: a la violencia, rituales satánicos y a las drogas, sin siquiera tomar en cuenta la posibilidad de que estos supuestos adoradores de la sangre son los que en su mayoría escuchan a los clásicos. No es raro encontrar a Wagner o a Tchaikovski entre los discos de un metalero (de uno verdadero). Por tanto, podemos decir que el metal se nutre del pasado, de lo olvidado que se supone que es universal, que se traduce a este tiempo, con la fuerza que es necesaria para derrocar al Amo y lo trata de volver a poner en su sitio: muy por encima del nuevo universalismo del consumo.

Lo curioso de esta noble cruzada es que, a diferencia de todas las demás cruzadas de la historia, esta no tiene como fin el triunfo.

La imagen del Metal

Ciertamente, los metaleros no se pueden quejar de la fama que poseen: el estilo oscuro que es su carta de presentación generalmente no es bien recibido, por ser un reto abierto al establishment social. Lógicamente, esto tiene una función, diría, una función de goce.

El cuerpo se significa como un lienzo donde se plasma la posición frente al Otro: el metalero siente su diferencia y le juega al imaginario a una sociedad ante la que no quiere postrarse. De allí el nacimiento de una contraestética que denuncia, una oscuridad que se lleva en la piel, pero que tiene su potencia en la interpretación que los demás hacen de ella. La oscuridad y la supuesta violencia que se les atribuye tendrían como fin ser un "filtro", pues quien realmente es del metal, debe ser capaz de cargar con la bandera que lo identifique, y eso, no es para nada poca cosa.

Contrastarse para denunciar, elegir estar afuera para distinguirse, usar la oscuridad para cubrirse. La virtud pues, no está en el para todos, sino en el más allá de él, en eso inesperado que oculta la sombra.

Un modo de vida

El alma de cualquier metalero es la transgresión: es el acto vital propio que muestra a los "semejantes" una posición frente al Otro social. De allí que la pureza del acto sea esencial, pues una impostación sería gravemente sancionada como una "pose".

Pero aún así, más que marcar a alguien como "poser", el metal tiene como principal valor la honestidad y el sentido de comunidad, de compartir y admirar. Se deja un poco atras, con el tiempo, esa rebeldía ciega contra todos para ir construyendo en este vínculo con los semejantes, una postura más moderada, aunque igualmente crítica de la sociedad y sus fenómenos, es decir contra el Todo.

Muchas veces la elección atraviesa muchos campos de la vida del sujeto, como por ejemplo el trabajo y la familia, donde pareciera incompatible el ideal del heavy metal como forma de relacionarse; pero una vez más se reafirman aquí, ante estas dificultades, los valores que se representan: ante el mercado la solución es bastante práctica, dado que lo primordial para el sujeto es reivindicar su identidad fuera de él; así el metalero actuará generalmente de la manera más honesta posible (esto muchas veces incluye su imagen), y si no consiguiera hacerse un hueco en alguna empresa, se ganará la vida en lo que su pasión le indique, generalmente proyectos propios, la música, o un negocio independiente; en cuanto a la familia, la virtud es lo que prima, así que tratará de introducir a sus hijos a este mundo, y a sus seres queridos, como compartiendo lo que le causa tanto placer.

Aún así no falta el componente de rechazo virulento al Amo, como la religión, los dogmas, el mercado, el capitalismo, el gobierno, etc., pues se reconoce en ellos la máscara que es señal de todo en lo que no hay que creer. Por esa razón se pueden reconocer los intentos por estructurar un discurso propio -bastante histérico- de parte de los sujetos, que puede llegar en los casos más extremos a la violencia, aunque los extremos (contrariamente a lo que se puede pensar) también generalmente son condenados por la comunidad. Ser honesto incluye dejar ser honesto al otro.

La rebeldía del rock and roll toma un cáliz conciencia social muy marcado: la palabra es muy importante pues el metalero está prácticamente en necesidad de decir algo (y lo dice). Es difícil encontrar a uno sólo que quiera sustraerse de la palabra o que no tenga una posición sobre algo, si es así seguramente estaríamos hablando de un falso metalero. El goce de la renuncia aquí se ve compensado.

No solo la identificación sino la palabra aquí hace lazo, dando consistencia a un modo de vida.

Fuera del conjunto de modas, trapos y poses, el metal ha logrado inscribirse como un referente que sirve para dar sentido a mucha gente, es una inscripcion en el alma y en la cabeza.

La Democratización del Trauma

Influencias científicas en la relacion Yo - Otro y sus respuestas espontáneas.

-Texto publicado en The Wannabe número 6-


Cuando pensamos en catástrofe, seguramente echamos a andar algunos engranajes en la cabeza que llegan a la conclusión de que nos enfrentamos a un concepto que tiene que ver tanto con lo inevitable como con lo impredecible. Y es que uno no espera cataclismos cada semana.

Inmediatamente asociamos el trauma a esas cordenadas. De hecho, el trauma podría definirse como un hallazgo, un encuentro ante el cual no se puede responder; una contradicción que hace tambalear lo elemental de la concepción vital de un sujeto. Ciertamente hablamos de un gran golpe que lo deja en la impotencia, pues no tiene ninguna referencia que le sirva para dar cuenta de lo ocurrido.

El imaginario se desborda ante la falla simbólica y aparecen los síntomas.

En el tiempo actual, estas irrupciones de lo Real son peligrosas, no sólo para el sujeto, sino para el discurso moderno.

La ciencia y la vida

Hablamos de sociedad como la evidencia segura de que algo funciona, una confianza plena que tiene como sustento la certidumbre de sus pruebas, que por cierto la ciencia provee solícitamente. Así, casi sin darnos cuenta, le entregamos nuestra fe a esta construcción de la que poco sabemos.

Quedaría en este esquema el sujeto en relación a la sociedad, frente a un SsS que ordenaría de alguna forma su modus vivendi.

Ciertamente, se trama en este saber supuesto la idea de lo universal, el ideal voraz que reclama con el tiempo mayores territorios. Como los bárbaros Atilas vallejianos, la ciencia se adentra en la humanidad ferozmente, cabalgando sin dejar crecer más la hierba.

El discurso de la ciencia toma bajo su regazo el ideal de igualdad radical, en donde se busca la fórmula para acabar con el malestar social, desde el concepto alienatorio del "para todos". De esta forma la estandarización cobra vital importancia, pues allí donde esté la evidencia, funciona el saber supuesto.

Quedaría establecida entonces la hipótesis de que cualquiera que haya estado en contacto con la catástrofe necesariamente ha sido afectado y por tanto quedaría sujeto al imperativo de curación: devolver al individuo a su estado de "normalidad" o si se quiere de adaptación anterior al suceso es lo que se persigue de forma genérica, contando con el uso del Todo saber.

Pero el curar no es ni suficiente y si siquiera lo principal. El enfoque de programación es prueba de ello; una forma de conceptualizar los espacios humanos para hacerlos funcionar de manera predecible (ciudades, empresas, colegios, etc.), minimizando la posibilidad de una irrupción de lo inesperado que ponga en cuestión el saber de este Otro de la sociedad.

Para ello es necesario contar con la herramienta de la prevención a todo costo, lo que ahonda la marca de la tecnología en la vida del hombre y por sobre todo, crea un escenario donde uno siempre está a la expectativa de que algo venga a romper este bello orden. El miedo.

¿Modus Vivendi o Modus Operandi?

El ser humano, el sujeto, entra a la lógica de la programación, donde se espera que actúe según el rol que le corresponde en un ordenamiento que aún es opaco para él. Se termina convirtiendo en una de las evidencias de la existencia de la sociedad, donde se le reserva un lugar estándar, que en ningún caso tiene más valor que su semejante.

El significante amo de la democracia es un brazo de esta programación, que representa el ideal de una sociedad libre de fallas y corresponde igualmente como deber al ciudadano representado librarla de ellas; a partir de allí se puede jugar a experimentar con los irrefutables. Se buscan entonces los genes del divorcio o del alcoholismo, y el próximo paso democrático será su manipulación.

Esto se legitima pues el discurso lanzado propugna un bien común, también indudable: una pastilla de felicidad, que se puede encontrar si uno dispone de suficiente información o acceso económico.

El mercado es ese lugar de los sueños donde cada uno puede hallar lo que necesite y así acabar con sus urgencias. Entonces se realza, más que el objeto, el lugar donde se pone el objeto (con el fin de hacerlo interminablemente cambiante, incombustible) donde se puede adquirir una indulgencia ante la angustia y hacer callar lo que molesta demasiado.

El miedo como organizador

La intentona de resanar cualquier fractura de las paredes sociales, aún antes de que ellas aparezcan tiene un costo, y es el del perenne estado de alerta. Lógicamente esto desgasta al más preparado y termina por convertir la ciudad en un polvorín neurótico; el miedo a la muerte, la enfermedad, el robo, las catástrofes llegan a moldear un modo de vida moderno donde la respuesta ante los acontecimientos pasan por la referencia al supuesto saber de la ciencia, que debería ser suficiente, pero no.

Recuerdo muy bien el descalabro de la sociedad norteamericana después del 11S y su respuesta automática de angustia descontrolada, dado el resquebrajamiento de lo que se pensaba inquebrantable. Nunca en la historia hubo un consumo tan masivo de máscaras anti gas.

Se hablaba entonces de "sociedad traumatizada", donde eso significaba que había una necesidad de volver a la normalidad a toda prisa. La urgencia, como vemos no era del sujeto, sino del amo que debía volver a su lugar. Las consecuencias las conocemos todos.

La ciudad como espacio programado no tiene más desembocadura que la irrupción salvaje de lo inesperado; lo Real no soporta la ley.

Freud, Lacan y el trauma

Parece ser que, no sin intención, el discurso científico actual ha olvidado que fue Freud quien llevó el trauma a la palestra de la realidad psíquica. Y si hay algo él que hizo con sus pacientes tras su descubrimiento, fue dar un lugar al habla y a la elaboración sujetiva para dar cuenta del malestar.

Al plantearse los dos tiempos del trauma, Freud abre un espacio de lo netamente particular donde el sujeto puede implicarse con lo ocurrido, elaborando con un punto de partida. Por el contrario en nuestras épocas la respuesta más rápida es la más común: una parálisis que remite al Otro un reclamo desesperado de acogida, de alivio, pero sin responsabilidad subjetiva.

Ante lo traumático (que en la sociedad tecnológica actual significa todo lo no programado aún o lo no programable) que es la ruptura entre un S1 fundamental y el saber vital, la respuesta del psicoanálisis pasa más bien por la reconstrucción del lazo social como forma de encauzar la angustia; para ello es preciso actuar con mediatez, dar un lugar para que el sujeto ponga el dicho.

Precisamente Lacan, cuando propone los cuatro discursos, acaba por destruir el Uno social, pluralizándolo, dejando a la sociedad, gigante dominadora, como una ilusión.

Chincha - 2007

Luego del terremoto de agosto del año pasado, las facultades de psicología reaccionaron inmediatamente conforme a su discurso universitario: las brigadas psicológicas eran una oportunidad propicia para probar la hipótesis de afectación traumática generalizada. Se encontraron con algo diferente.

El intento por hacer hablar, así, imnmediatamente, en aras de verificar el trauma, precisamente propicia lo contrario: la resistencia desesperada ante la intervención y una invasión de angustia descontrolada, ante lo aún no significado que es extraído a la luz sin permiso. Había que ser paciente.

Pacientes como en El Carmen, lugar donde en medio del caos, se reconstruía la vida.

Pasado algún tiempo desde el terremoto, fuimos para allá en una caravana que organizó Laura, para ella era una visita a gente entrañable a la que qería ver. Nosotros, creo que sin saber bien qué esperar, la acompañamos, lo cual a la larga fue bueno.

Si bien las cosas se veían mal y la gran mayoría de gente dormía en carpas, los Ballumbrosio nos recibieron en su golpeada casa con una sonrisa tan cálida que no nos quedó más que sentarnos a comer y conversar.

No había ni un resquicio de victimismo en sus palabras, me animo a decir que les desagradaba esa posibilidad; más bien habían conseguido, echando mano a su tradición y a su sangre, hacer pasar el terremoto por sus vidas, y como si fuera poco, de reirse un rato.

Los jóvenes y fuertes organizaban lo que llegaba de ayuda y servían de referencia para la comunidad, una comunidad que empezaba a desempolvar sus lazos antigüos, sus vínculos dormidos por la civilización; los niños dibujaban en una suerte de campamento, jugaban y nos hablaban de su casa, y de cómo esta era una oportunidad de moldear una nueva.

Los viejos estaban allí, en su lugar de saber, mostrando su ingenio, recordando sus épocas y hablando a los chicos, viviendo con ellos, proveyéndoles de ese recurso de la palabra y del amor que alivia el corazón cuando nada más funcionaría.

Se despertó el hombre.

Y no es que no haya habido desastre, no es que ellos simplemente negaran lo que les tocó para pasar la hoja fácilmente, desconociendo la historia de sus vidas; es que ese grupo de gente entendió una cosa y actuó conforme a ello: se esperaba algo de de cada uno, desde su lugar les habló un Otro particular y decidieron escuchar.

Porque la cuestión no era estar como antes, sino vivir todo lo que se puede, y asumir las consecuencias.

Un discurso de la Exclusión

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Ya hemos reconocido que la existencia del fenómeno "chicha" se puede ubicar como producto de una radicalización moderna de la primacía del mercado, que ampara un eclecticismo democrático, donde aparentemente todos tienen un lugar.

El espacio de supuesta integración se basa en la premisa de conquista de sectores superiores de la pirámide social, dada la mediatización cultural que reivindica lo popular. Claro, como producto.

Cuando prendía el televisor hace algunos años, me encontraba con algunos programas símbolo de una "estética" emergente. Las bases de una supuesta revolución cultural se estaban fundando.

Inicialmente uno podría pensar que la apuesta por un intercambio sería lo más adecuado, pensando en el ideal igualitario de la justicia y el derecho en la sociedad.

La tecnoidentidad o desear ser el Otro
Lo que parece olvidarse cuando se habla de una fusión cultural o de una estética que da cuenta de la identidad popular, es que se basa en ideales occidentales que se aplican (como las letras de sus canciones) a rajatabla, sin ninguna interpretación ni metáfora. La impostación mata lo propio desde un Otro totalmente consistente que dicta un canon en que no interesa que los sujetos no se vean reflejados en lo más mínimo.

Los efectos se pueden notar en aspectos sociales disímiles: podemos partir por ejemplo de la política o el habla y llegar en un efecto de continuidad hacia la estética. Lo falso como un ámbito de creación de belleza, se vuelve un modo de goce, donde los wannabes encarnan el juego, que pretende -paradójicamente instalar una barrera con lo popular, algo que los diferencie de la masa. La utilidad directa de los objetos, que sirven a un cierto solipsismo moderno en detrimento del lazo social.

La tecnocumbia y su correlato social tienen como fundamento lo artificial; una pseudoinstitución que justifica esta identificación al Otro de la sociedad. Los cuerpos de vedette públicamente fileteados, sus tintes rubios oxigenados, los constantes cambios de alineación de las orquestas populares, la moda que remite a las tiendas por departamento o a grandes marcas internacionales, y demás manifestaciones cotidianas, nos dan la idea de lo "bamba" por todos lados, pero apuntan a un Ideal del yo, ante el que los sujetos se ven hambrientos, pero desheredados.

Precisamente la peculiaridad de estas manifestaciones públicas es que se goza de ser otra cosa, diferente de lo que se es. Allí reside el gusto chicha, como un brazo de la tecnocultura, donde los celulares, las siliconas y demás gadgets funcionan como una mascarada ante lo Real de la insatisfacción.

En pos de un lugar
Es evidente que los músicos populares exhiben en su lógica un proletariado ético que tiene que ver con esa precaria identidad mencionada antes. Por tanto es válido pensar que el movimiento popular tiene que ver algo más grande que lo direcciona.

Por ejemplo, en el proceso de formación de una orquesta, vemos que pueden intervenir muchísimos factores, exceptuando lógicamente el deseo. No hay nada que ligue a los músicos a sus creaciones, salvo el mercado; ni nada que relacione esas creaciones con la originalidad o la virtud artística, salvo el consumo.

Nunca en esta historia, por tanto, hubo una intención de contestar el estado de abandono social en el que se encuentran estos grupos sociales, sino más bien, en una jugada hábil que habla de lo camaleónico del movimiento: se decidieron a entrar en el mercado a cualquier costo, transformando lo marginal de una cultura de migrantes ávidos de triunfo, en la fórmula universal de la moda, intentando no quemarse en el intento.

La importancia de ser y parecer otro acá cobra vital sentido: para entrar en la ciudad se tuvieron que "achorar", tomando todo lo que pudieron y metiéndolo en un caldero del que resultaría la receta servil de dar lo que se pide para escalar.

El ideal de éxito provinciano se funda, pues, en dejar de ser lo anterior respondiendo a la demanda del Otro lo antes y más plenamente posible. La conquista de los estratos sociales superiores vía el mercado funciona como una reivindicación histórica que calma ese fantasma de la eterna pérdida.

La bolsa y la vida
No es infrecuente encontrarnos con algunos efectos interesantes en los rituales chicheros, que dan cuenta de su avidez vital. Digamos, una forma de goce físico que necesita existir para vivificar el cuerpo, pues la muerte reside en el olvido del Otro. Famosa frase del chuceo romántico: “¡Por ella!”.

La necesidad de exceso, de sensaciones fuertes, es un síntoma que no es propio de lo chicha propiamente, pero se ensambla perfectamente en las ceremonias sufrientes del mundo andino que se yuxtapusieron a lo capitalino; producto de ello se fabrica una forma de expresión que da cuenta de la ambición de dejar la muerte mediante el goce del cuerpo. Chuceados, bronqueados, emborrachados, pasteleados y demás, se acoplaron a la celebración lumpenesca de la vida marginal, que calaba hondo porque lo que no tenía de virtuoso lo tenía de auténtico y crudo reflejo de un abandono eterno.

La temática musical y lírica chichera desciende directamente del huayno y su tradición, que prescindiendo de metáforas, logra acceder y metabolizar los lugares comunes del sufrimiento en la sierra. De allí, una adaptación a la ciudad resultaba sencilla, pues el movimiento chicha primitivo representaba una masa social más bien homogénea.

Luego la cosa se torció. Lo chicha y lo bamba se aliaron, tomando canales mercantiles masivos de un alcance subrepticio gigantesco. La industria se ponía en marcha, decidida a tomar la ciudad, tomando como arma lo que fue su azote; se insertan entonces figuras moldeadas al gusto masivo: calatas armadas hasta los dientes con siliconas y con una limitación de talento que es tan evidente como accesoria; también pelipintados ojicoloridos, reyes de la metrosexualidad y de la pose.

El Otro ilusorio de la sociedad sonreía por fin, aprobando el giro que llevó a lo popular a la insustancialidad de la muerte que quisieron evitar a toda costa, pero que, sin embargo, lo catapultó a niveles insospechados de influencia social.

Muerta la autenticidad latiente del sufrimiento, sólo queda el goce que hace olvidar todo.

Nace una estrella
Como si se hablara de la independencia de un país, se puede hablar de próceres y precursores de lo chicha como institución de goce nacional.

Trampolín a la Fama no fue en vano el programa más longevo de la historia de la televisión peruana y tampoco es casualidad que sea el más huachafo, menos aún que lo estén repitiendo en estas épocas, y con bastante aceptación, creo.

La idea del programa era simple: rescatar lo postergado. Entonces, como un Mesías populachero, Ferrando emergía entre los arrabales a ofrecer como un acto de amor el Ideal del provinciano de éxito, una oportunidad de entrar a la ciudad por la puerta grande de la tele.

Lo interesante es que él mismo se erigía como el tirano que cobraba con humillación la oportunidad que ofrecía, marcando su lugar de diferencia frente a su público y reservándose el derecho de sellar a su vez a sus "descubrimientos", con significantes que los marcarían para siempre. El poder nuevamente se revela como el del significante.

Ahora mismo hay una fiebre apologética acerca del tema que nos ocupa, prueba que el significante ha cambiado. Se dejó de lado la verdad se sus raíces sociales y el sufrimiento del abandono para dar lugar al artificial glamour mediático de su reivindicación como una estética que revela "lo peruano" propiamente dicho, como concepto que nos hermana, como un intento de tapar la rajadura. Y es que detrás de todo esto hay algo de ingenio.

Lo chicha en su ascenso ha tergiversado la noción de inclusión social, velando su verdadero efecto, que es el de profundización de las diferencias, donde lo falso que la sustenta cae fácilmente frente a ese Otro al que se trata de emular, ganando un sitio relativo, de índole utilitaria y muy especialmente ahonda contradicciones dentro de su mismo seno, desatando una guerra en lo imaginario. Una apuesta por su actual forma lleva irremisiblemente a fortalecer el discurso de la exclusión.

Kitsch

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Hay veces en que veo a Lima como una ciudad tomada. Algo la ha conquistado y tiene que ver con el movimiento de la cultura y toda su maraña de accesorios[1], que terminan por modificar en mayor o menor grado la fisionomía urbana.

Recorro la avenida con los ojos, mientras ando medio atontado: veo tanto, que me hace falta a veces parar, tomar aire profundamente mientras aprieto los ojos como un aprendiz de nadador, para volver a sumergirme en el exceso que provee, grosero e impune, el contacto con el neón, la chicha, las combis.

Exceso es, precisamente, de lo que pocas veces uno se queja en el Perú, y sí, es raro, dado que cargamos una larga tradición de insatisfacción perennizada por nuestra ya vernácula propensión por la sumisión. Es como mascar para siempre un chicle sin sabor y sin saber (“porque es chévere”).

Sigo caminando, oyendo. Una chica usa la palabra “elegante”, para definir (contrariamente a cualquier diccionario) a su novio con diente de oro y una gorra mal puesta que corona una túnica de harapos con miles de chispas brillantes que forman un Bugs Bunny. El tipo le responde con acento dominicano artificial.

Me siento. Me siento una rareza, un anciano con andador.

Pienso en una ética del objeto, una voraz primacía que cancela a la estética. Una tautología tóxica, autoritaria. Un por que sí.

Ahora, eso configura un panorama. Hay una dirección en ese acto de inyectar el objeto por cualquier orificio del cuerpo. Una mano que quién sabe si tenga dueño, un YHWH impronunciable de la calle que no da explicaciones. El amo ha decidido hacer gozar.

Recuerdo a Voltaire: “La única verdad es el goce y lo demás es locura”[2], escribía burlón para denunciar el maniqueísmo de los objetos artificiales y la oquedad de su satisfacción. Era bastante histérico verdaderamente.

Jacques-Allain Miller define así los objetos de la cultura: “Al lado de los objetos naturales del cuerpo fragmentado, cada uno da lugar a una fabricación de objetos perecederos, lo que se produce a partir de los objetos naturales”[3], pero hay que tener cuidado, pues fácilmente uno puede confundir estos con los objetos de la sublimación, que son aquellos que están en relación con el objeto primordial, la Cosa, el Das Ding. El arte, por ejemplo, es acercamiento, una metáfora del objeto perdido y allí su virtud, el cargar algo para que el sujeto vaya por él.

Es totalmente opuesto el deseo del objeto perdido entonces a la idea de una técnica del objeto a la medida pero evanescente.

Y es que las modas se diferencian de lo clásico como el imperativo del desiderativo. Viendo las cosas de este punto de vista el imperativo categórico de esta generación es el goce (aunque Kant y Voltaire no sean precisamente aliados) que obturaría la división subjetiva. Tapona el agujero del deseo.

Los fenómenos de masas actuales recurren a la fórmula del goce ilimitado, el todo tener que tan bien va con el giro capitalista posmoderno.

Emerge entonces lo sobrepoblado, lo desesperadamente llamativo como una alternativa de vida moderna: el estilo de vida ricachón epicúreo que pretende mostrar potencia para barrar su insignificancia.

Lo dicho tiene muchas manifestaciones, desde la montura salvaje de significantes, superlativos especialmente, uno sobre otro (turbo, extra, súper, max, poder, superior, etc.), hasta la música y el comportamiento asociado a ella como identificación.

El superlativo tiene como función resaltar el grado virtuoso absoluto del sustantivo. Es lo máximo que se puede hacer por él, al menos gramaticalmente (aunque como vemos ya no se puede confiar en el diccionario como antes). Esto no es impedimento para las deformaciones, porque el capital, sabemos, se rige con sus propias leyes.

La palabra cobra sentidos interesantes entonces: pues la insustancialidad del objeto muy seguramente es directamente proporcional a su cantidad de superlativos. La palabra al final termina denunciando, como siempre, eso que no marcha. Famosas son las radios chichas por sus pregones, sus stickers, y su particular forma de luchar contra la exclusión social haciéndose un hueco en el mercado, en el ideal del éxito sin más por qués.

Otra proporción: a más insustancial, más repeticiones son necesarias. Y si hay algo repetitivo es el reggaetón, que es otra forma urbana de decirle al mundo que no hacen falta más metáforas, porque lo que realmente importa está al alcance de los sentidos. Una proporción para la no-proporción sexual. Ingenioso.

Es curioso notar que el capitalismo astutamente ha hermanado géneros que no tienen mucho que ver, estilos y razas, los ha chocolateado y ha creado fórmulas volátiles pero efectivas de consumo: el eclecticismo del que se enorgullecen algunos, que para mí no es más que la debilidad de los referentes, nos deja hundiendo el mentón hasta que nos guillotine el siguiente éxito del Grupo 5, la malcriada del Trome, o alguna ocurrencia de Alan.

Y es ese carácter de subordinación lo que al final hace la diferencia, porque lo chicha como institución (de goce nacional, en todo aspecto) ha logrado crecer sin freno. Claro, el Perú es la tierra mágica donde nada se desecha, nada se destruye y todo se sintetiza; donde la escasez es pecado y pan de cada día. Eso es lo criollo, dicen algunos.

No lo creo.

De Lima criolla no quedan sino los balcones; el río Rímac ha hablado mucho y no se atrevería (él tampoco) a referirse así a la ciudad hoy. Sentado tranquilamente pienso en que Salazar Bondy no hubiera imaginado oda a la cursilería más destemplada que los “Parques Mágicos del Agua” (donde las lucecitas se yuxtaponen a la magia y crean un perfecto mamarracho) o ese ángel que quién sabe qué hace en el Óvalo Gutiérrez, cuando dijo que Lima era simplemente horrible.

Un ejercicio de economía significante, un clásico para una tierra exagerada (y ahora también, fosforescente y negro).


[1] Contrariamente a lo que sucede generalmente, en esta época los accesorios (superpuestos unos sobre otros) tienen la primacía que recubre un fondo escaso e insustancial.
[2] Zadig y el destino - Voltaire
[3] Jacques-Allain Miller - Presentación hecha en Roma el 15 de julio del 2006, del tema del Congreso de la AMP.

La televisión en la época de lo Real

O porqué lo clásico no pasa de moda

Debo confesar que soy un nostálgico de la tele, y no es que me disguste demasiado pasar una noche sintiendo vergüenzas ajenas, torturándome con la fase clasificatoria de American Idol, o burlándome de los sueños destruidos de un puñado de pobres modelos, objetos prefabricados del capital, protagonistas de “The Next American Top Model” mientras escarbo ansiosamente mi litro de helado de sabor a vainilla. No es eso.

Me parece que pese a poseer una leve vena maliciosa, requisito mínimo necesario para soportar estos espectáculos actuales y de tener una novia dueña del control remoto, me alinearía más bien con la pequeña facción conservadora de televidentes.

La cuestión de la verdad

Se puede decir mucho acerca de la ficción, desde la ya bastante citada frase lacaniana: “la realidad tiene estructura de ficción”, que mira esta realidad como una construcción, una narrativa que da cuenta del mismo sujeto. Pero no ahora, para beneplácito de las bellas almas, asistimos a la prevalencia de reggaetones, bailongos, realities, talk shows, chismes, noticieros amarillos y demás; todos ellos tienen en común la pretensión de ser “reales”, digamos, en su acepción más barrunta.

Aquello voltearía la fórmula aparentemente: Laura Bozzo lanzando destemplados insultos a sus detractores, Tongo en Asia, Tula y Gisela intercambiando dardos, tanto como los gringos de MTV, o los reggaetoneros que taladran sin misericordia cerebros (no tan) inocentes, se levantarían de entre todos los demás para decir, enfáticos: “Somos la verdad”. Y lo peor del caso es que puede que sea cierto.

En psicoanálisis, hay una cierta identidad entre lo Real (no la realidad) y el Goce, ligándolos la angustia, y como podemos ver a nuestro alrededor, no hay nada que abunde más hoy en día. Hábilmente se ha creado un way of life gozante, quitando el velo que cubría el horror de la imagen, reivindicando el supremo y supuesto derecho a mostrar, el seductor derecho a Todo.

Lacan ya centraba el estatuto de la verdad “imposible de decir completa”, y por tanto, también imposible encarnarla y añade que “por ese imposible, la verdad toca lo Real”[1]. Es decir y planteándonos nuestra actualidad, podemos reconocer la vigencia del postulado postmoderno de: “la única verdad es el goce”, que no es sin angustia, pero que a la vez es producto de ella.

Una torsión capitalista

Digamos que, en efecto, el objeto de consumo se vuelve la verdad y el mercado, Ley; lo que se espera es que los objetos se refinen en una espiral de competencia interminable que aspiraría al Todo imposible o haga semblante de serlo: la noción de ultimate, de lo acabado, lo que realmente es. Disfrazar la ficción de realidad.

Cuando era niño, me explicaron que en el lenguaje había 3 tiempos: pasado, presente y futuro. Sin duda alguna –lo recuerdo muy claramente, el tiempo más difícil era el presente, simplemente porque no existía. Así, inaprensible, el presente volaba a una velocidad más vertiginosa que mi pensamiento y por mucho que intentara llegar al punto de declarar “éste es el presente”, él ya se había ido.

El presente y la realidad son análogos en algo, en que se escurren entre los dedos. Sin embargo, la ambición técnica de poseer la realidad da al comunicador la posibilidad de congelarla, al menos por un tiempo, hasta que, como todo producto, quede obsoleta.

La escala de depuración capitalista lleva indefectiblemente a la evanescencia de los objetos (productos), que caen pronto ante lo nuevo, lo perfeccionado: garantía del consumo ilimitado, lo que elimine la falta del sujeto, colmándolo de goce, sin límites.

Volviendo a la tele, vemos el efecto de ésta lógica en el ascenso y caída de las fórmulas. Las miniseries toman el control de los horarios estelares: las historias no se sostienen por sí mismas, se apoyan en la expectativa y en el golpe de impacto que puedan ocasionar.

Lo patético del caso es que las “figuras” es que también entran a esta lógica, a mas exposición corren riesgo de ser desechados al agotarse su atractivo, provocando ilustres manotazos de ahogado. Como pasa casi siempre que uno miente, uno se aproxima a lo peor[2] (ver los desesperados casos de Chacaloncito llorando como cocodrilo por el grupo Néctar, o a Deyvis Orozco subastando la “verdadera” historia de su padre).

La nostalgia naíf

En el Perú hay una fijación por revivir el pasado, como una vieja herida que nos ha quedado abierta y una urgencia por volver a pasar por el mismo lugar para curarla. Una otra escena donde se supone algo perdido que se nos debe.

Volvemos a buscar en las viejas repeticiones futbolísticas el honor patrio que alguna vez nos enorgulleció (el que diga lo contrario que revise el video de la final de la Copa América del 75, donde Morales Bermúdez le pide la camiseta a Chumpitaz, para celebrar la victoria cantando el himno nacional), o vitoreamos entusiastas antiguas producciones nacionales que, valgan verdades, eran bastante malas (tengo el recuerdo incrustado de los Volkswagen escarabajo sin tapabarros que salían en casi todos los capítulos de “Natacha”), quizá con la esperanza de reencontrarnos con nuestro tesoro. Esperamos como Cándido a nuestra bella Cunegunda y tal como le pasó a él, sólo nos retorna una realidad gorda y maltrecha: nos retorna Tongo.

Pero si hay algo que caracteriza al peruano es su capacidad de mirar para otro lado, y –aceptémoslo, el lugar más seguro al que puede mirar es atrás, aferrándonos firmemente a eso como al arado del campo reseco de nuestro presente.

Vivimos el sueño de idealizar las épocas felices, reviviéndolas, pero la tele es cruel, nos enrostra cada vez que puede que no hay mejor tiempo que el presente; será por eso ahora nos parece estúpido que “Los Magníficos” no mataran a nadie, sin hablar de Candy –prototipo histérico insufrible del que eran adictas todas mis amigas cuando eran chicas, por ejemplo, que son series que pese a todo lo que digamos de ellas, la mayoría no vería ahora. ¿Alguien ha tratado de ver Meteoro últimamente?.

Hace poco volvieron a poner “Días Felices” en canal 2, y lo disfruté, mucho. Lamentablemente tuve una sombría corazonada, que me decía ni bien hubo terminado el programa que esto no podía durar demasiado, ¡que una vez más me lo iban a quitar!.

Es terrible pensar ahora con qué van a llenar ese espacio. Lo más seguro es que pongan cumbias, reggaetones o alguna miniserie de chicheros, -porque quién sabe por qué lo kitsch está de moda. Siendo así casi puedo extrañar a los empalagosos Backstreet Boys[3].

Pero somos tercos, la tele no se irá pronto y tampoco esa autorregulación de mercado que tan poco tiene que ver con la virtud y tanto con el imperativo “¡Goza!”; así que, histéricos, nos seguiremos quejando a media voz, mientras nos masticamos la misma angustia que nos presenta la pantalla, procesada y en dosis controladas científicamente.

Si, también seguiremos recordando, porque a diferencia de hoy, antes la tele no tenía la pretensión de decir la verdad.


[1] Jacques Lacan, “Télévision” (1973), Autres écrits, Seuil, Paris, 2001, p. 509.

[2]Jean-Claude Milner, “El Gran Secreto de la Ideología de la Evaluación”, Publicado en Le Nouvel Âne. Nº 2. Diciembre 2003.

[3] El autor probablemente se arrepienta pronto de esta arriesgada declaración.

Crash o la reinvención de una perversa sexualidad moderna

Hay algo del cine de Cronenberg que me parece entre profético (apocalípticamente hablando) y actual, y es esta tendencia a recrear una visión futurista particular, que personalmente me recuerda que "los artistas nos llevan un paso de ventaja", como decía Lacan.

Efectivamente, David Cronenberg no es un director de Hollywood, sino un artista, diríamos, un outsider. En su obra se puede reconocer al cuerpo y su transformación como un efecto de las torsiones psicológicas de los protagonistas.

En Crash, los cuerpos se confunden con los objetos de goce y las personas se confunden con los cuerpos, hay una atmósfera impersonal y fría donde no se pone en juego ninguna dimensión humana.

Creo que en la película se reconoce el "encanto" que tiene el goce como repetición mortífera: cuando uno dice "uno sufre de lo que goza", difícilmente pueda hacerse de una metáfora más clara que la excitante mortificación del cuerpo de Crash.

Así, se puede decir inicialmente que Cronenberg y que Crash, ponen en relive el objeto sexual por sobre el cuerpo, que para poder ser gozado tiene que pasar por la máquina, tener algo de ella. Y si uno agudiza la vista, podría formular la sentencia reversa, que la máquina (objeto), para ser gozada, necesita reemplazar al cuerpo. Problema de mucha actualidad si pensamos en el discurso capitalista y los malestares de la época.

El filme es un círculo que narra la transformación sexual de una pareja (se inicia la película confronándonos con lo que goza cada uno, como tarjeta de presentación), que culmina con la repetición (recreación) del momento donde cambia todo para ellos (la recreación como vertiente de repetición del goce), el un encuentro con la muerte de James, que los relacionará con los demás personajes, con una comunidad de goce en la que poco a poco se ven sumergidos.

Cronenberg acierta cuando plantea la vertiente mortífera del goce como la más seductora, y para hacerlo se ampara en un mundo donde la ley no existe (no hay un sólo policía en el film) y lo que impera es la urgencia por la satisfacción, una urgencia que acaba con la muerte, vista como el éxtasis donde se acaba todo, la búsqueda por que no pueda haber un más allá, esa ambición fálica que día a día se hace más actual, que fracasa, y se soluciona con la repetición: "para la próxima vez será".

Adhesión

Hago extensivo al público en general un par de comunicados de interés psicoanalítico. Lo hago porque la idea misma de este blog y su orientación se ven materializadas en las cartas citadas; de allí mi adhesión, sincera y decidida, a la causa analítica y su batalla por venir.

Sin agregar una coma, allí van.












Colegas y amigos del psicoanálisis, todos:

Como se indica en el mensaje que consta líneas abajo, hemos sido convocados a pronunciarnos respecto del embate que, contra la práctica del psicoanálisis, se viene desarrollando en varios países del globo y que, concretamente, ha alcanzado hoy en Francia su punto más álgido. Allí, Jacques Alain Miller, junto con un gran número de personas, entre los que figuran también destacados intelectuales, escritores, cineastas, etc., viene sosteniendo una política sin tregua en defensa de la singularidad en que se apoya la clínica del sujeto, contra la medicalización y contra las terapias cognitivas que tan fácilmente se pliegan al discurso de laboratorios y aseguradoras bajo la promesa de colaborar con los Estados para paliar los estragos que los mercados económicos producen en los sujetos.

Somos testigos cada día, por ejemplo, de una campaña sutil pero continua para combatir la depresión. Según rezan las más recientes estadísticas, el 90 % de la población se deprime al menos una vez al año… en consecuencia, se supone que habría que extender el uso de los medicamentos antidepresivos y ampliar su prescripción hasta la infancia, inclusive. ¿Entristecerse al menos una vez por año es acaso estar enfermo?

Igualmente, cada día vemos más niños diagnosticados de Déficit de atención e Hiperactividad, razón por la cual el Ritalín y el cognitivismo aparecen como la solución indicada bajo pena de expulsión escolar cuando no de enjuiciamiento hacia los padres por irresponsables para el caso de que no quieran someterse a estas prescripciones.

Esta lucha que se desarrolla en Francia también es nuestra porque de su éxito dependerá en gran medida nuestro porvenir. ¡Todos nosotros estamos éticamente obligados a pronunciarnos frente a esta campaña ideológica que afecta lo real de la vida misma!

Marita Hamann
Fernando Gómez
Patricia Tagle
Directorio NEL-Lima


Declaración de Adhesión Para que viva el psicoanálisis, contra el cognitivismo y la cuantificación generalizada

Estimados colegas:

El pasado 9 y 10 de febrero se realizó en París el gran Meeting de la Mutualité, impulsado por Jacques-Alain Miller y bajo la égida de Le Nouvel Âne -LNA, para la defensa y la promoción del psicoanálisis, y contra el cognitivismo. Estuvieron presentes miembros de las distintas Escuelas de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, así como defensores e interesados del psicoanálisis; más de 1300 personas entusiastas que debatieron sobre el momento actual.

El objetivo fue poner un freno a la política cognitivista que se ha difundido por toda Europa por las burocracias estatales. Esta política, autoritaria y utópica, que sostiene el culto por la cifra, busca generalizar de manera insensata la evaluación cuantitativa. Es una política en contra de las prácticas de la escucha, y la eliminación del psicoanálisis es su principal objetivo, tanto de las universidades como de su ejercicio privado y en instituciones.

Esta lucha iniciada por Jacques-Alain Miller no nos es ajena, el cognitivismo está presente en todas nuestras universidades y sistemas de salud; tendrá consecuencias para la práctica del psicoanálisis en las Sedes y Delegaciones pertenecientes a la NEL. De ahí la importancia de contribuir y dar nuestro respaldo a este combate.

Hacemos un llamado para refrendar el apoyo a las tesis sostenidas en el Meeting realizado el 9 y 10 de febrero, y para apoyar y alentar el siguiente que tendrá lugar el 28 y 29 de marzo próximos. Invitamos a todos los miembros y asociados de las Sedes y Delegaciones de la NEL, a los alumnos de los CIDs, así como a todos los amigos e interesados en el psicoanálisis a sumarse a la lucha firmando esta declaración de adhesión.

Solo tienen que enviar un mail nuevaescuelalacaniana.nel@gmail.com anotando su nombre, dirección y profesión.La lista de adherentes se publicará en AMP-UQBAR y será comunicada a las autoridades francesas.

Un cordial saludo,

María Hortensia Cárdenas
Presidente de la NEL