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El heavy metal como instrumento de resistencia -Parte 1-

En la ciudad global aún existen ciertos ghettos que se levantan como bastiones de oposición a lo masificador de un Otro social que es reconocido por su intransigencia cuando se trata de dar lugar a lo que se ve fuera de lo establecido por él. Como en una red de túnes, los metaleros existen entre cierta extraoficialidad y orgullo de estar afuera.

El heavy metal, viéndolo desde allí, es una manifestación estética bastante particular, precisamente porque pretende ser el reverso de esta masa uniforme, pero sin forma: pretende ser un lugar donde se expresa todo lo que no se puede en el lugar de la "normalidad", tratando de rehabilitar lo virtuoso, articulándolo como un estilo de vida que propende a balancearse entre la contestación cruda y la pureza para ubicarse frente a este Otro que es un brebaje de todos los ingredientes.

Esto de la pureza es especialmente increíble, si tomamos en cuenta que el metal es asociado a lo más bajo: a la violencia, rituales satánicos y a las drogas, sin siquiera tomar en cuenta la posibilidad de que estos supuestos adoradores de la sangre son los que en su mayoría escuchan a los clásicos. No es raro encontrar a Wagner o a Tchaikovski entre los discos de un metalero (de uno verdadero). Por tanto, podemos decir que el metal se nutre del pasado, de lo olvidado que se supone que es universal, que se traduce a este tiempo, con la fuerza que es necesaria para derrocar al Amo y lo trata de volver a poner en su sitio: muy por encima del nuevo universalismo del consumo.

Lo curioso de esta noble cruzada es que, a diferencia de todas las demás cruzadas de la historia, esta no tiene como fin el triunfo.

La imagen del Metal

Ciertamente, los metaleros no se pueden quejar de la fama que poseen: el estilo oscuro que es su carta de presentación generalmente no es bien recibido, por ser un reto abierto al establishment social. Lógicamente, esto tiene una función, diría, una función de goce.

El cuerpo se significa como un lienzo donde se plasma la posición frente al Otro: el metalero siente su diferencia y le juega al imaginario a una sociedad ante la que no quiere postrarse. De allí el nacimiento de una contraestética que denuncia, una oscuridad que se lleva en la piel, pero que tiene su potencia en la interpretación que los demás hacen de ella. La oscuridad y la supuesta violencia que se les atribuye tendrían como fin ser un "filtro", pues quien realmente es del metal, debe ser capaz de cargar con la bandera que lo identifique, y eso, no es para nada poca cosa.

Contrastarse para denunciar, elegir estar afuera para distinguirse, usar la oscuridad para cubrirse. La virtud pues, no está en el para todos, sino en el más allá de él, en eso inesperado que oculta la sombra.

Un modo de vida

El alma de cualquier metalero es la transgresión: es el acto vital propio que muestra a los "semejantes" una posición frente al Otro social. De allí que la pureza del acto sea esencial, pues una impostación sería gravemente sancionada como una "pose".

Pero aún así, más que marcar a alguien como "poser", el metal tiene como principal valor la honestidad y el sentido de comunidad, de compartir y admirar. Se deja un poco atras, con el tiempo, esa rebeldía ciega contra todos para ir construyendo en este vínculo con los semejantes, una postura más moderada, aunque igualmente crítica de la sociedad y sus fenómenos, es decir contra el Todo.

Muchas veces la elección atraviesa muchos campos de la vida del sujeto, como por ejemplo el trabajo y la familia, donde pareciera incompatible el ideal del heavy metal como forma de relacionarse; pero una vez más se reafirman aquí, ante estas dificultades, los valores que se representan: ante el mercado la solución es bastante práctica, dado que lo primordial para el sujeto es reivindicar su identidad fuera de él; así el metalero actuará generalmente de la manera más honesta posible (esto muchas veces incluye su imagen), y si no consiguiera hacerse un hueco en alguna empresa, se ganará la vida en lo que su pasión le indique, generalmente proyectos propios, la música, o un negocio independiente; en cuanto a la familia, la virtud es lo que prima, así que tratará de introducir a sus hijos a este mundo, y a sus seres queridos, como compartiendo lo que le causa tanto placer.

Aún así no falta el componente de rechazo virulento al Amo, como la religión, los dogmas, el mercado, el capitalismo, el gobierno, etc., pues se reconoce en ellos la máscara que es señal de todo en lo que no hay que creer. Por esa razón se pueden reconocer los intentos por estructurar un discurso propio -bastante histérico- de parte de los sujetos, que puede llegar en los casos más extremos a la violencia, aunque los extremos (contrariamente a lo que se puede pensar) también generalmente son condenados por la comunidad. Ser honesto incluye dejar ser honesto al otro.

La rebeldía del rock and roll toma un cáliz conciencia social muy marcado: la palabra es muy importante pues el metalero está prácticamente en necesidad de decir algo (y lo dice). Es difícil encontrar a uno sólo que quiera sustraerse de la palabra o que no tenga una posición sobre algo, si es así seguramente estaríamos hablando de un falso metalero. El goce de la renuncia aquí se ve compensado.

No solo la identificación sino la palabra aquí hace lazo, dando consistencia a un modo de vida.

Fuera del conjunto de modas, trapos y poses, el metal ha logrado inscribirse como un referente que sirve para dar sentido a mucha gente, es una inscripcion en el alma y en la cabeza.

Un discurso de la Exclusión

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Ya hemos reconocido que la existencia del fenómeno "chicha" se puede ubicar como producto de una radicalización moderna de la primacía del mercado, que ampara un eclecticismo democrático, donde aparentemente todos tienen un lugar.

El espacio de supuesta integración se basa en la premisa de conquista de sectores superiores de la pirámide social, dada la mediatización cultural que reivindica lo popular. Claro, como producto.

Cuando prendía el televisor hace algunos años, me encontraba con algunos programas símbolo de una "estética" emergente. Las bases de una supuesta revolución cultural se estaban fundando.

Inicialmente uno podría pensar que la apuesta por un intercambio sería lo más adecuado, pensando en el ideal igualitario de la justicia y el derecho en la sociedad.

La tecnoidentidad o desear ser el Otro
Lo que parece olvidarse cuando se habla de una fusión cultural o de una estética que da cuenta de la identidad popular, es que se basa en ideales occidentales que se aplican (como las letras de sus canciones) a rajatabla, sin ninguna interpretación ni metáfora. La impostación mata lo propio desde un Otro totalmente consistente que dicta un canon en que no interesa que los sujetos no se vean reflejados en lo más mínimo.

Los efectos se pueden notar en aspectos sociales disímiles: podemos partir por ejemplo de la política o el habla y llegar en un efecto de continuidad hacia la estética. Lo falso como un ámbito de creación de belleza, se vuelve un modo de goce, donde los wannabes encarnan el juego, que pretende -paradójicamente instalar una barrera con lo popular, algo que los diferencie de la masa. La utilidad directa de los objetos, que sirven a un cierto solipsismo moderno en detrimento del lazo social.

La tecnocumbia y su correlato social tienen como fundamento lo artificial; una pseudoinstitución que justifica esta identificación al Otro de la sociedad. Los cuerpos de vedette públicamente fileteados, sus tintes rubios oxigenados, los constantes cambios de alineación de las orquestas populares, la moda que remite a las tiendas por departamento o a grandes marcas internacionales, y demás manifestaciones cotidianas, nos dan la idea de lo "bamba" por todos lados, pero apuntan a un Ideal del yo, ante el que los sujetos se ven hambrientos, pero desheredados.

Precisamente la peculiaridad de estas manifestaciones públicas es que se goza de ser otra cosa, diferente de lo que se es. Allí reside el gusto chicha, como un brazo de la tecnocultura, donde los celulares, las siliconas y demás gadgets funcionan como una mascarada ante lo Real de la insatisfacción.

En pos de un lugar
Es evidente que los músicos populares exhiben en su lógica un proletariado ético que tiene que ver con esa precaria identidad mencionada antes. Por tanto es válido pensar que el movimiento popular tiene que ver algo más grande que lo direcciona.

Por ejemplo, en el proceso de formación de una orquesta, vemos que pueden intervenir muchísimos factores, exceptuando lógicamente el deseo. No hay nada que ligue a los músicos a sus creaciones, salvo el mercado; ni nada que relacione esas creaciones con la originalidad o la virtud artística, salvo el consumo.

Nunca en esta historia, por tanto, hubo una intención de contestar el estado de abandono social en el que se encuentran estos grupos sociales, sino más bien, en una jugada hábil que habla de lo camaleónico del movimiento: se decidieron a entrar en el mercado a cualquier costo, transformando lo marginal de una cultura de migrantes ávidos de triunfo, en la fórmula universal de la moda, intentando no quemarse en el intento.

La importancia de ser y parecer otro acá cobra vital sentido: para entrar en la ciudad se tuvieron que "achorar", tomando todo lo que pudieron y metiéndolo en un caldero del que resultaría la receta servil de dar lo que se pide para escalar.

El ideal de éxito provinciano se funda, pues, en dejar de ser lo anterior respondiendo a la demanda del Otro lo antes y más plenamente posible. La conquista de los estratos sociales superiores vía el mercado funciona como una reivindicación histórica que calma ese fantasma de la eterna pérdida.

La bolsa y la vida
No es infrecuente encontrarnos con algunos efectos interesantes en los rituales chicheros, que dan cuenta de su avidez vital. Digamos, una forma de goce físico que necesita existir para vivificar el cuerpo, pues la muerte reside en el olvido del Otro. Famosa frase del chuceo romántico: “¡Por ella!”.

La necesidad de exceso, de sensaciones fuertes, es un síntoma que no es propio de lo chicha propiamente, pero se ensambla perfectamente en las ceremonias sufrientes del mundo andino que se yuxtapusieron a lo capitalino; producto de ello se fabrica una forma de expresión que da cuenta de la ambición de dejar la muerte mediante el goce del cuerpo. Chuceados, bronqueados, emborrachados, pasteleados y demás, se acoplaron a la celebración lumpenesca de la vida marginal, que calaba hondo porque lo que no tenía de virtuoso lo tenía de auténtico y crudo reflejo de un abandono eterno.

La temática musical y lírica chichera desciende directamente del huayno y su tradición, que prescindiendo de metáforas, logra acceder y metabolizar los lugares comunes del sufrimiento en la sierra. De allí, una adaptación a la ciudad resultaba sencilla, pues el movimiento chicha primitivo representaba una masa social más bien homogénea.

Luego la cosa se torció. Lo chicha y lo bamba se aliaron, tomando canales mercantiles masivos de un alcance subrepticio gigantesco. La industria se ponía en marcha, decidida a tomar la ciudad, tomando como arma lo que fue su azote; se insertan entonces figuras moldeadas al gusto masivo: calatas armadas hasta los dientes con siliconas y con una limitación de talento que es tan evidente como accesoria; también pelipintados ojicoloridos, reyes de la metrosexualidad y de la pose.

El Otro ilusorio de la sociedad sonreía por fin, aprobando el giro que llevó a lo popular a la insustancialidad de la muerte que quisieron evitar a toda costa, pero que, sin embargo, lo catapultó a niveles insospechados de influencia social.

Muerta la autenticidad latiente del sufrimiento, sólo queda el goce que hace olvidar todo.

Nace una estrella
Como si se hablara de la independencia de un país, se puede hablar de próceres y precursores de lo chicha como institución de goce nacional.

Trampolín a la Fama no fue en vano el programa más longevo de la historia de la televisión peruana y tampoco es casualidad que sea el más huachafo, menos aún que lo estén repitiendo en estas épocas, y con bastante aceptación, creo.

La idea del programa era simple: rescatar lo postergado. Entonces, como un Mesías populachero, Ferrando emergía entre los arrabales a ofrecer como un acto de amor el Ideal del provinciano de éxito, una oportunidad de entrar a la ciudad por la puerta grande de la tele.

Lo interesante es que él mismo se erigía como el tirano que cobraba con humillación la oportunidad que ofrecía, marcando su lugar de diferencia frente a su público y reservándose el derecho de sellar a su vez a sus "descubrimientos", con significantes que los marcarían para siempre. El poder nuevamente se revela como el del significante.

Ahora mismo hay una fiebre apologética acerca del tema que nos ocupa, prueba que el significante ha cambiado. Se dejó de lado la verdad se sus raíces sociales y el sufrimiento del abandono para dar lugar al artificial glamour mediático de su reivindicación como una estética que revela "lo peruano" propiamente dicho, como concepto que nos hermana, como un intento de tapar la rajadura. Y es que detrás de todo esto hay algo de ingenio.

Lo chicha en su ascenso ha tergiversado la noción de inclusión social, velando su verdadero efecto, que es el de profundización de las diferencias, donde lo falso que la sustenta cae fácilmente frente a ese Otro al que se trata de emular, ganando un sitio relativo, de índole utilitaria y muy especialmente ahonda contradicciones dentro de su mismo seno, desatando una guerra en lo imaginario. Una apuesta por su actual forma lleva irremisiblemente a fortalecer el discurso de la exclusión.

Kitsch

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Hay veces en que veo a Lima como una ciudad tomada. Algo la ha conquistado y tiene que ver con el movimiento de la cultura y toda su maraña de accesorios[1], que terminan por modificar en mayor o menor grado la fisionomía urbana.

Recorro la avenida con los ojos, mientras ando medio atontado: veo tanto, que me hace falta a veces parar, tomar aire profundamente mientras aprieto los ojos como un aprendiz de nadador, para volver a sumergirme en el exceso que provee, grosero e impune, el contacto con el neón, la chicha, las combis.

Exceso es, precisamente, de lo que pocas veces uno se queja en el Perú, y sí, es raro, dado que cargamos una larga tradición de insatisfacción perennizada por nuestra ya vernácula propensión por la sumisión. Es como mascar para siempre un chicle sin sabor y sin saber (“porque es chévere”).

Sigo caminando, oyendo. Una chica usa la palabra “elegante”, para definir (contrariamente a cualquier diccionario) a su novio con diente de oro y una gorra mal puesta que corona una túnica de harapos con miles de chispas brillantes que forman un Bugs Bunny. El tipo le responde con acento dominicano artificial.

Me siento. Me siento una rareza, un anciano con andador.

Pienso en una ética del objeto, una voraz primacía que cancela a la estética. Una tautología tóxica, autoritaria. Un por que sí.

Ahora, eso configura un panorama. Hay una dirección en ese acto de inyectar el objeto por cualquier orificio del cuerpo. Una mano que quién sabe si tenga dueño, un YHWH impronunciable de la calle que no da explicaciones. El amo ha decidido hacer gozar.

Recuerdo a Voltaire: “La única verdad es el goce y lo demás es locura”[2], escribía burlón para denunciar el maniqueísmo de los objetos artificiales y la oquedad de su satisfacción. Era bastante histérico verdaderamente.

Jacques-Allain Miller define así los objetos de la cultura: “Al lado de los objetos naturales del cuerpo fragmentado, cada uno da lugar a una fabricación de objetos perecederos, lo que se produce a partir de los objetos naturales”[3], pero hay que tener cuidado, pues fácilmente uno puede confundir estos con los objetos de la sublimación, que son aquellos que están en relación con el objeto primordial, la Cosa, el Das Ding. El arte, por ejemplo, es acercamiento, una metáfora del objeto perdido y allí su virtud, el cargar algo para que el sujeto vaya por él.

Es totalmente opuesto el deseo del objeto perdido entonces a la idea de una técnica del objeto a la medida pero evanescente.

Y es que las modas se diferencian de lo clásico como el imperativo del desiderativo. Viendo las cosas de este punto de vista el imperativo categórico de esta generación es el goce (aunque Kant y Voltaire no sean precisamente aliados) que obturaría la división subjetiva. Tapona el agujero del deseo.

Los fenómenos de masas actuales recurren a la fórmula del goce ilimitado, el todo tener que tan bien va con el giro capitalista posmoderno.

Emerge entonces lo sobrepoblado, lo desesperadamente llamativo como una alternativa de vida moderna: el estilo de vida ricachón epicúreo que pretende mostrar potencia para barrar su insignificancia.

Lo dicho tiene muchas manifestaciones, desde la montura salvaje de significantes, superlativos especialmente, uno sobre otro (turbo, extra, súper, max, poder, superior, etc.), hasta la música y el comportamiento asociado a ella como identificación.

El superlativo tiene como función resaltar el grado virtuoso absoluto del sustantivo. Es lo máximo que se puede hacer por él, al menos gramaticalmente (aunque como vemos ya no se puede confiar en el diccionario como antes). Esto no es impedimento para las deformaciones, porque el capital, sabemos, se rige con sus propias leyes.

La palabra cobra sentidos interesantes entonces: pues la insustancialidad del objeto muy seguramente es directamente proporcional a su cantidad de superlativos. La palabra al final termina denunciando, como siempre, eso que no marcha. Famosas son las radios chichas por sus pregones, sus stickers, y su particular forma de luchar contra la exclusión social haciéndose un hueco en el mercado, en el ideal del éxito sin más por qués.

Otra proporción: a más insustancial, más repeticiones son necesarias. Y si hay algo repetitivo es el reggaetón, que es otra forma urbana de decirle al mundo que no hacen falta más metáforas, porque lo que realmente importa está al alcance de los sentidos. Una proporción para la no-proporción sexual. Ingenioso.

Es curioso notar que el capitalismo astutamente ha hermanado géneros que no tienen mucho que ver, estilos y razas, los ha chocolateado y ha creado fórmulas volátiles pero efectivas de consumo: el eclecticismo del que se enorgullecen algunos, que para mí no es más que la debilidad de los referentes, nos deja hundiendo el mentón hasta que nos guillotine el siguiente éxito del Grupo 5, la malcriada del Trome, o alguna ocurrencia de Alan.

Y es ese carácter de subordinación lo que al final hace la diferencia, porque lo chicha como institución (de goce nacional, en todo aspecto) ha logrado crecer sin freno. Claro, el Perú es la tierra mágica donde nada se desecha, nada se destruye y todo se sintetiza; donde la escasez es pecado y pan de cada día. Eso es lo criollo, dicen algunos.

No lo creo.

De Lima criolla no quedan sino los balcones; el río Rímac ha hablado mucho y no se atrevería (él tampoco) a referirse así a la ciudad hoy. Sentado tranquilamente pienso en que Salazar Bondy no hubiera imaginado oda a la cursilería más destemplada que los “Parques Mágicos del Agua” (donde las lucecitas se yuxtaponen a la magia y crean un perfecto mamarracho) o ese ángel que quién sabe qué hace en el Óvalo Gutiérrez, cuando dijo que Lima era simplemente horrible.

Un ejercicio de economía significante, un clásico para una tierra exagerada (y ahora también, fosforescente y negro).


[1] Contrariamente a lo que sucede generalmente, en esta época los accesorios (superpuestos unos sobre otros) tienen la primacía que recubre un fondo escaso e insustancial.
[2] Zadig y el destino - Voltaire
[3] Jacques-Allain Miller - Presentación hecha en Roma el 15 de julio del 2006, del tema del Congreso de la AMP.

Fragmento de un Encuentro Cualquiera

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Por un arranque de Anna Lía llegamos a Cusco, y por su olfato nos guiamos durante esa semana. Me dejé llevar allí de la mano, ruina a ruina, con vitalidad de montaña. Confié en su olfato, y en su mano, que de alguna forma me pasea siempre entre buenos encuentros: así llegamos a Urubamba por primera vez donde nos esperaba Flor, una mujer de amplia y feliz sonrisa que con voz amistosa nos dió la bienvenida detrás de unos árboles. -¡Pasa nomás!, gritó cuando, medio nervioso, golpeé con una moneda la cerca de metal mientras la empujaba no muy convencido de entrar. Anna Lía la abrazó cariñosamente, mientras yo esperaba mi turno. Me presentó y nuevamente al verla de cerca pensé que debía decididamente, con esa sonrisa, ser feliz.

Entramos a la chacra por un caminito desnudado por la costumbre de pasar siempre por allí, una estelita de tierra familiar que nos conducía por los escalones de piedra hacia dentro de una casa de ladrillos de barro, construída a la antigua usanza local, con manos de compadres y amigos.

-Siéntense a la mesa, mientras caliento algo de agua, dijo Flor, mientras caminaba a una cocina que era sólo un decir en el círculo sin separaciones que era la casa (a la altura ecuatorial de la circunferencia le levantaba una escalera de madera hacia un altillo donde los invitados disponen de dos habitaciones independientes, bajo las que hay, como únicas puertas del primer piso, baños, para hombre y mujer). Un hombre canoso se paró a recibirnos, - Te presento a unos amigos de Lima, Anna Lía y Eduardo, continuó Flor y puso el agua a hervir tranquilamente, ahorita estoy con ustedes.

La voz baja de Gopal nos saludó amablemente y su mano invita a sentarnos, ofrece su hospitalidad estirando un montecito de coca y cal; sus uñas estaban gastadas, astilladas como las raices de un arbol viejo, noté su conexión con la Tierra.

"El problema del hombre es su orgullo", sentencia Gopal a la mitad de la tertulia. Es un hombre delgado que nos escucha con atención de niño, viste una barba a medio crecer color cana y una trenza minúscula en el occipital izquierdo. -El hombre actual no acepta su insuficiencia, en su explicación del mundo se queda en lo material pero algo se le escapa, pretende desconocer que para que exista él es necesario que exista el otro, cuando rompe ese lazo hay un desbalance, una lucha que termina siendo autodestructiva. Se debe restituir el equilibrio, pues todo tiene una polaridad o un sexo, dividido está, macho y hembra, uno con el otro.

-El orgullo del hombre lo deja solo. Si uno se queda en lo material no podra acceder a eso que su conciencia quiere negar, eso que es él intrínsecamente, pero que es oscuro a la mirada. La ayahuasca conecta con esta parte absoluta del espíritu, con dios y la identidad de cada hombre como trascendente, le da una visión de su lugar en la tierra, la abuela, y el espíritu de la respuestas, que se encuentra dentro de cada uno. Es decisión de la persona ponerse en contacto con ello.

Me parece gracioso marcarle a él, que a fin de cuentas es un francés adoptado por las montañas del Perú, el parecido que encuentro con las leyendas celtas, y que me conteste con la tradición andina.

-Hay una conexión natural del hombre con el cosmos, y de allí un saber, que se manifiesta de diferentes formas en la antiguedad. En el ande hay representaciones como el ayni, donde se ve al hombre de brazos cruzados con una palma de la mano hacia arriba y la otra hacia abajo: así se piensa a cada individuo como un punto de tránsito, recibe con una palma y da con la otra: lo que tiene viene del otro, y eso tiene que devolverlo. Te repito, uno no es sin el otro, ¿pero qué vemos ahora?, el mercado nos ha dominado, nos dominan y nos dejan en soledad.

Llega Alí a la mesa y se sienta silencioso, elige hojas bonitas del cerrito de coca y nos ofrece 3 cada vez, con una reverencia a la hoja antes de ser entregada, como una hostia. Chaccchamos. Pregunto entonces por la diferencia entre lo suyo y la religión.

- Veo la religión como parte del mismo egoísmo. La dominación de un discurso sobre otro es del mismo orden que la competencia de uno sobre otro, que miente el hombre al decir que es natural. Si no recuerdo mal, acá llegaron los curas como primera herramienta de sojuzgamiento. Nosotros no imponemos nada, damos el espacio para que quien quiera venga y tenga una experiencia consigo mismo.

Alí toma la palabra calmadamente y su diente de oro brilla tosco. - El problema es que uno tiene que desear dos cosas, deshacerse de lo que uno cree que tiene en la "ilusión" material y desear otra cosa, saber, adentrarse a lo que nunca quiso ver.

Hablamos de pérdida y deseo, amo y saber. Fumo. Gopal chaccha sonriente, tiene la boca enterrada de sus palabras, cal y coca. Me doy cuenta de su consecuencia.

En Defensa del Juego

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Algunos hay, aún, con esperanza


Hay seres que viven el fútbol de una forma diferente, a quienes la pelota hace dar vuelcos el corazón, a la alegría o miseria, como una contradicción a las teorías económicas de Freud, la intensidad del sentimiento es la base de la felicidad. Pasiones que no se alivian, dicen.

Recuerdo siempre una frase de Menotti (porque soy de su bando), que resume el ideal de todo verdadero hincha de fútbol, convertido en estrella en la cancha del barrio alguna tarde, que encierra desde la frustración de no pisar el césped de sus sueños, hasta la ilusión eterna puesta en los hombros de aquellos que están en un lugar de privilegio con relación a quienes sólo hemos llegado a la tribuna:

"Ser jugador de fútbol significa ser interprete principal de los sentimientos y la ilusión de mucha gente"

De modo que creo que en cierto modo hay un derecho de posesión sobre lo que debe ser un jugador. Creo que ese significante se encuentra de manera pura, ya no en la cancha, sino en el corazon del fanático.

Hablaba hace un par de días con un conocido jugador profesional, experimentado, gracioso. Trataba de decirle que ahora no sólo el fútbol se había dividido, que la lógica del mercado, lo utilitario y lo programable estaba apagando una llama que hace un tiempo parecía invencible (cuando la poesía y la gloria eran cosa de gigantes) sino que también nos había dividido a nosotros, a todos, en una desorientación insoportable donde nuestras fantasías siempre se quedan cortas, y son bombardeadas por una realidad de escándalo a la que asistimos o incrédulos o desengañados, al fin.

Hace algunos años el cuero viene perdiendo brillo entre apuestas, amaños, resultadismos, y toda clase de shows mediáticos donde cada vez los seguidores pagan más por disfrutar de héroes que quedan convertidos en cada nuevo contrato en objetos de explotación , en robots que deben dar el 100% todo el tiempo y brillar solos, resaltando por sobre el común. La posesión pasa del corazón al capital, sin anestesia.

Mi amigo dice que el fútbol es el reflejo del vibrar de los pueblos, y estoy de acuerdo. Los fenómenos sociales se reproducen de forma fiel cuando se habla de fútbol, o cuando se juega con Chile, por ejemplo. Se abre la pregunta de cómo situar al juego: como una válvula de escape o como una herramienta de alienación, una cortina de humo especialmente efectiva; depende diría, de quién hablemos, del corazón al que nos refiramos,; aunque si hablamos de masa hay ejemplos de su prostitución (como el Mundial de Argentina ´78, donde la magia del evento cegó al país de las atrocidades de una dictadura).

Los jugadores quedan al medio, sin querer, presionados por demandas imposibles de satisfacer; por un lado la cada vez mas robótica idea de "profesionalismo", donde el "atleta" debe exigir su resistencia física y mental hasta lo insospechado, no siendo raro que varios hayan ya colapsado (desde los alcoholismos de Orteguita y Adriano; las depresiones, como el caso de Deisler, que lo llevó a abandonar el juego; la gordura y el cansansio mental de los Ronaldos; hasta las muertes nunca bien esclarecidas de jugadores como Miklos Féher, del Benfica o el traumático caso de la muerte en vivo de Marc-Vivien Foe en la Copa Confederaciones) y por el otro la mirada implacable de todos a quienes representan, y ya no sólo me refiero al país, sino a quienes cimentan los pies de sus ídolos con su admiración y/o consumo. Es una encrucijada difícil de sortear para cualquiera.

La ciencia se encagarga de dotar los cuerpos para el éxito del "fútbol total", de aquella creencia disparatada (si se ven sus efectos), pero actual como nunca antes de que el resultado es lo único que importa, la tesis bilardista que reduce al juego y a sus participantes a un negocio que se engorda mientras menos sorpresas y genialidades hayan. Los jugadores quedan como creaciones científicas cada vez más precoces que deben responder a lo esperado, su cotización depende de ello; son moneda de cambio de grandes manos. Queda poco espacio para el placer.

El mercado retumba en los colectivos y las fidelidades ya no están garantizadas. Es una paradoja: mientras más garantía de éxito la ciencia provee, más rápida la producción de super-jugadores; menor es el tiempo de duración de su legado y de vigencia de sus cuerpos; los ídolos ya no son para siempre y lo que aparece ahora es que la violencia de los cuestionamientos y ataques mediáticos muchas veces no deja lugar a la recomposición psíquica y física de aquel individuo, sino que precipitan su caída hasta la profundidad de un ostracismo a la que es condenado por un sistema que ya lo reemplazó.

En este sentido, ¿qué hay del Perú?, ¿los nuestros están preparados para estas presiones?, ¿se pueden justificar dada esta óptica sus inconductas?.

Creo que no. Porque ciertamente hay jugadores peruanos que han tenido la fortaleza de destacar; el problema peruano debe estar en otro lado, es más profundo.

Challe aún se rie del pelotazo en la cabeza de Rulli en la Bombonera, aún se recuerda con cierto orgullo criollo que Valeriano tenía la cabeza tan dura en las cantinas como cuando se trataba de conectar un centro, todavía se recuerda al "Cholo" Sotil, cerrando bares de Barcelona a su llegada en Ferrari, y muchas otras joyas folklóricas nacionales. Si no se ganaba, se gozaba al menos.

El avance de la ciencia del deporte, o mejor dicho, el atraso en que nos encontramos, sumado al bagaje de pendencia del que nuestra sociedad se enorgullece, creo que producen un efecto característico de nuestros últimos tiempos de metalización del juego que nos devalúa: los internacionales le meten el dedo al hincha, pues ya no le deben nada a él, sino a sus empleadores y los nacionales que ven la vara alta, se entregan rápido, consolándose perpetuos en la derrota con un sueldo decoroso y la dosis apropiada (recargada, como la cultura chicha o decoración de pollería) de "hombría de barrio", léase chelas, chilingui y la infaltable canallesca vedette, pero todo eso es poca cosa aún comparado con la perspectiva de no ser recordado por ninguna hazaña en uno de los pocos campos actuales que quedan para realizarlas. Hace falta hambre y fuego. Yo diría que hace falta fútbol, placer, y honor.

Pregunto, resistiendome a desengañar mi alma, si se puede salvar a la selección, a nuestro juego y encuentro una respuesta sonriente: "quiero regresar a la selección y con la gente limpia y de experiencia, sé que se puede hacer un cambio".

Le creo y le quiero creer porque hay mucho que rescatar, pero pienso que lo primero que hay que hacer no es enamorarnos de la idea del Mundial por 3 partidos, sino, nueva y perdidamente de la pelota: reconstruir ese soporte, de la pasión de cada uno, encontrar al sujeto, el deseo de jugar y encontrar placer, en la cancha, la tribuna o detrás del televisor; dar espacios al juego y no a la competencia total, esa que mata.

De estos juegos imaginarios y de la cultura de acabar con los otros o comer de ellos, nacen los barras bravas, dirigentes corruptos, periodistas mermeleros y parasitarios, y toda fauna de comechados; porque el Perú es, fielmente, como su fútbol. Para hablar de esos, ya habrá tiempo en otro post.