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El heavy metal como instrumento de resistencia -Parte 1-

En la ciudad global aún existen ciertos ghettos que se levantan como bastiones de oposición a lo masificador de un Otro social que es reconocido por su intransigencia cuando se trata de dar lugar a lo que se ve fuera de lo establecido por él. Como en una red de túnes, los metaleros existen entre cierta extraoficialidad y orgullo de estar afuera.

El heavy metal, viéndolo desde allí, es una manifestación estética bastante particular, precisamente porque pretende ser el reverso de esta masa uniforme, pero sin forma: pretende ser un lugar donde se expresa todo lo que no se puede en el lugar de la "normalidad", tratando de rehabilitar lo virtuoso, articulándolo como un estilo de vida que propende a balancearse entre la contestación cruda y la pureza para ubicarse frente a este Otro que es un brebaje de todos los ingredientes.

Esto de la pureza es especialmente increíble, si tomamos en cuenta que el metal es asociado a lo más bajo: a la violencia, rituales satánicos y a las drogas, sin siquiera tomar en cuenta la posibilidad de que estos supuestos adoradores de la sangre son los que en su mayoría escuchan a los clásicos. No es raro encontrar a Wagner o a Tchaikovski entre los discos de un metalero (de uno verdadero). Por tanto, podemos decir que el metal se nutre del pasado, de lo olvidado que se supone que es universal, que se traduce a este tiempo, con la fuerza que es necesaria para derrocar al Amo y lo trata de volver a poner en su sitio: muy por encima del nuevo universalismo del consumo.

Lo curioso de esta noble cruzada es que, a diferencia de todas las demás cruzadas de la historia, esta no tiene como fin el triunfo.

La imagen del Metal

Ciertamente, los metaleros no se pueden quejar de la fama que poseen: el estilo oscuro que es su carta de presentación generalmente no es bien recibido, por ser un reto abierto al establishment social. Lógicamente, esto tiene una función, diría, una función de goce.

El cuerpo se significa como un lienzo donde se plasma la posición frente al Otro: el metalero siente su diferencia y le juega al imaginario a una sociedad ante la que no quiere postrarse. De allí el nacimiento de una contraestética que denuncia, una oscuridad que se lleva en la piel, pero que tiene su potencia en la interpretación que los demás hacen de ella. La oscuridad y la supuesta violencia que se les atribuye tendrían como fin ser un "filtro", pues quien realmente es del metal, debe ser capaz de cargar con la bandera que lo identifique, y eso, no es para nada poca cosa.

Contrastarse para denunciar, elegir estar afuera para distinguirse, usar la oscuridad para cubrirse. La virtud pues, no está en el para todos, sino en el más allá de él, en eso inesperado que oculta la sombra.

Un modo de vida

El alma de cualquier metalero es la transgresión: es el acto vital propio que muestra a los "semejantes" una posición frente al Otro social. De allí que la pureza del acto sea esencial, pues una impostación sería gravemente sancionada como una "pose".

Pero aún así, más que marcar a alguien como "poser", el metal tiene como principal valor la honestidad y el sentido de comunidad, de compartir y admirar. Se deja un poco atras, con el tiempo, esa rebeldía ciega contra todos para ir construyendo en este vínculo con los semejantes, una postura más moderada, aunque igualmente crítica de la sociedad y sus fenómenos, es decir contra el Todo.

Muchas veces la elección atraviesa muchos campos de la vida del sujeto, como por ejemplo el trabajo y la familia, donde pareciera incompatible el ideal del heavy metal como forma de relacionarse; pero una vez más se reafirman aquí, ante estas dificultades, los valores que se representan: ante el mercado la solución es bastante práctica, dado que lo primordial para el sujeto es reivindicar su identidad fuera de él; así el metalero actuará generalmente de la manera más honesta posible (esto muchas veces incluye su imagen), y si no consiguiera hacerse un hueco en alguna empresa, se ganará la vida en lo que su pasión le indique, generalmente proyectos propios, la música, o un negocio independiente; en cuanto a la familia, la virtud es lo que prima, así que tratará de introducir a sus hijos a este mundo, y a sus seres queridos, como compartiendo lo que le causa tanto placer.

Aún así no falta el componente de rechazo virulento al Amo, como la religión, los dogmas, el mercado, el capitalismo, el gobierno, etc., pues se reconoce en ellos la máscara que es señal de todo en lo que no hay que creer. Por esa razón se pueden reconocer los intentos por estructurar un discurso propio -bastante histérico- de parte de los sujetos, que puede llegar en los casos más extremos a la violencia, aunque los extremos (contrariamente a lo que se puede pensar) también generalmente son condenados por la comunidad. Ser honesto incluye dejar ser honesto al otro.

La rebeldía del rock and roll toma un cáliz conciencia social muy marcado: la palabra es muy importante pues el metalero está prácticamente en necesidad de decir algo (y lo dice). Es difícil encontrar a uno sólo que quiera sustraerse de la palabra o que no tenga una posición sobre algo, si es así seguramente estaríamos hablando de un falso metalero. El goce de la renuncia aquí se ve compensado.

No solo la identificación sino la palabra aquí hace lazo, dando consistencia a un modo de vida.

Fuera del conjunto de modas, trapos y poses, el metal ha logrado inscribirse como un referente que sirve para dar sentido a mucha gente, es una inscripcion en el alma y en la cabeza.

La Caída de los Referentes o Dios y su no relación Sexual

Mucho me han preguntado acerca de las relaciones de pareja, o esas formas de lazo que hacemos los humanos con nuestros semejantes, allí donde ponemos nuestra líbido; goce y deseo, algunas veces por separado y otras pocas, junto. Quiero hablar de esta separación, tomando a un personaje al que la tradición ha dotado de una infinitud que lo inscribe aparentemente en otro orden.

Desde la antigüedad, se ha escrito que el hombre nace marcado por un estado de falta fundamental: necesita de algo/alguien para realizarse, como la fijación con el éxito de estos días, o el mito de la media naranja que ilustra mejor lo que ocurre en una búsqueda amorosa, digamos.

En sí, se puede decir que hay busqueda porque falta algo, y se asume que esto lo tiene el otro. En "El Banquete", Aristófanes habla de un ser primitivo donde había una equiproporción de masculino y femenino, un ser completo que por serlo despertó la ira de los dioses, por lo cual Zeus manda a cortarlos, introduciendo la separación y la búsqueda de aquello de lo que se gozó completamente pero ya no se tiene más.

El juego sería entonces como uno de "gallina ciega", donde cada uno tiene un objeto que lo completaría y lo busca sin consancio, pero que éste, paradójicamente, no existe. El sujeto errará en su deseo, que siempre se equivoca y cambia, pudiendo sostener relación con los objetos que guarden similitudes con el fantasma que ha marca en el sujeto su forma particular de goce, con la condición de poder ser relanzados por sí mismos, de evolucionar. Freud ya lo decía cuando definía la felicidad como "producto del contraste, no como un estado".

Eso más o menos lo sabemos nosotros los mortales, uno tropieza y se pierde, pero generalmente nos topamos con algo que relanza algo de nuestra vida y nos ordena: un amor, una ocupación, un hijo, etc. algo que nos empuja a seguir un camino, que nos da la idea de "estar completos", y que aunque dure poco, marca un camino por donde uno puede escribir su propio libro.

El deseo de dios

Vista la lógica del movimiento que tiene como base el límite de lo humano y su falta, podríamos pensar en la inmovilidad de Dios, en su deseo muerto por su omnipotencia. ¿Cuál será entonces su media naranja?.

El detalle de la envidia de la completud andrógina es interesante: existe una falta en los dioses.

Durante la historia se ha podido corroborar que Dios ha puesto en marcha infinidad de proyectos, que existe un "plan" o un "deseo", que daba sentido a la vida de los fieles. Se le supone un saber universal y a la vez una potencia sobre el hombre, que recubre lo que hay detrás de la demanda, a saber, la necesidad de ésta de ser satisfecha. Dios le demanda al hombre, pues él es su partenaire, cuidando de velar su inconsistencia con su palabra, aún con suficiente potencia como para no ser cuestionada como referente para los grupos humanos bajo su influencia.

Pero la sociedad ha sufrido cambios al pasar de los años y las cosas han cambiado un tanto también en el funcionamiento de esos discursos. La cultura del temor de dios que dejaba al hombre como una figurilla sin ninguna importancia particular, donde la virtud era el camino para ser un "elegido" ha dado paso más bien a su reverso, a la emergencia cada vez más palpable de la demanda de amor divina, en la transformación de su semblante a uno sufriente, en constante necesidad de una respuesta por parte del hombre.

El cambio de postura frente a los referentes es un termómetro de la cultura actual; si seguimos este razonamiento encontraremos una "histerización" de la cultura, donde se señala la falla, como en dios, su inconsistencia es explotada para hacer notar su incompletud.

El síntoma sexual de la cultura

Así, podríamos intentar poner a la cultura en el lado femenino de las fórmulas de la sexuación, donde dios puede operar como masculino en tanto supuesto saber sobre todo, como un Amo que mediente su palabra podría dar un cauce al deseo del ser humano.

Dado que la demanda ha cambiado de dirección (ahora dios demanda al hombre que lo elija), la sociedad ahora marca la impotencia del Amo, de un dios que ya no sirve como dador del libreto humano, tanto hasta podríamos plantear que la omnipotencia está aparentemente del lado del hombre, a tal punto que el discurso de la ciencia sirve como ese dedo histérico acusador que traspasa al Amo y que precipita su caída, señalando su castración.

La palabra de dios, (o el Nombre del Padre) como organizador social es reemplazada por la ley económica de los mercados autorregulados, donde el goce sin límite del fetiche, o la eterna errancia de objetos de satisfacción, impone su descontrol.

Ahora bien, "la envidia de los dioses" es una buena forma de caracterizar una época donde el hombre tiene puesta una mascarada de completud, proveída por su relación con sus objetos de goce, y nuevamente el deseo divino estaría identificado con ello.

Es necesario hacer efectivo un segundo corte, a partir en dos pedazos al hombre, inscribiendo nuevamente una búsqueda propia, en un tiempo donde los Adán y Eva occidentales han expulsado del paraíso a su padre y tiemblan ante la invasión de una infinitud que no pueden domeñar, que no les es natural, y los deja sobrecargados pero sin saber hacer, en angustia.

La masificación del goce, vuelve a inscribir el lugar precario del hombre, ahora ya no ante su dios, que mal que bien le daba un libreto y un lugar frente a él, sino que ahora la situación se agrava pues ha quedado solo en su compulsión por gozar del fetiche.

El lugar del análisis es, entonces, hacer esa escisión, destapar de a pocos la olla, tentando construir una ética, donde el sujeto se identifique con su posición íntima y netamente particular de gozar, en la construcción de un Nombre Propio, más allá del Nombre del Padre del que se sirve. Hacer hablar al síntoma propio, escucharlo, amarlo, dándole un peso suficiente como para hacer de él una heramienta de separación del Amo y de invención única. Hacer que Adán se coma una buena manzana para el lonche.

El Buen Freud

Hace un par de días me detuve en Biography Channel porque estaba comenzando la biografía de Sigmund Freud. Me pareció un buen momento para dejar de leer y hacerme algo de canchita.

Ya anticipaba yo mientras me acomodaba en el mueble que sería una hora de televisión difícil, que me iban a tratar de tumbar los ideales con el cuentazo del "Libro Negro del Psicoanálisis" y que por otro lado se podría ser muy complaciente con él en otros aspectos. En fin nada que no se pudiera ajustar.

Creo que los datos biográficos y la investigación periodística estuvieron bien, pero tan periodística fue la primera parte que todo transcurría sin sobresaltos, era un poco sosón el programa. Hasta que (como siempre ocurre) apareció una mujer, y allí empezaron las interpretaciones y ciertas acusaciones que me parece interesante revisar.

Hay algo que podemos decir de Freud y de su descubrimiento, que no se le puede mezquinar en la historia, y es hacer de la palabra un arte de curar. La "talking cure" inaugurada con Anna O. fue eso, un descubrimiento y como toda la historia del psicoanálisis, es el paciente quien descubre. Allí está su potencia también: en su ética.

Es previsible que haya gente que diga más de lo que está en capacidad de decir en cualquier lugar, y más aún tratándose de un una personalidad que despierta tanta polémica, pero desde que tengo este pequeño rincón virtual, tengo este impulso incontenible de señalar a cualquiera y reservarme el derecho hablar de todo lo que me parece o no, y por ello aquí van algunos puntos que me gustaría aclarar acerca de éste episodio.

  • Para tratar de acercarse a la idea de la sexualidad como "núcleo neurótico", hay que centrar, en principio la dinámica de la época y lo que se producía en los sujetos: el disfrute sexual era reprimido socialmente, era lo normalmente insportable en las histéricas de los primeros casos psicoanalíticos. Tratar de ridiculizar que lo sexual haya estado detrás de los casos de histeria consignados por Freud argumentando que hay fuerzas más importantes en la vida de un ser humano no invalida la investigación del psicoanálisis, es más bien tonto, pues se desconoce el descubrimiento de que detrás del síntoma hay un nudo, algo a tratar, pero eso, en esta sociedad de las soluciones rápidas es un pensamiento poco popular. En resumen, para pensar en el psicoanálisis, hay que pensar en la época y en sus síntomas, y eso, es un proceso interminable.
  • La teoría de la libido no sólo tiene que ver con una perspectiva "coital", sino con la energía vital que se pone en juego en tal o cual cosa. Pensemos en un caudal, un cauce de rio irrigado por la libido, donde el lecho es la relación con algun objeto o actividad más o menos fija.
  • Hay una conocida frase freudiana en la que contraindica el tratamiento "a mayores de 50 años y a mujeres de 30 años a más", esto despertó un par de comentarios socarrones, donde se insinuaba que Freud despreciaba secretamente a las mujeres. Esto pasa cuando se quiere mirar con una lente actual palabras dichas hace cerca a 100 años. Lo que no se dice es que la frase continúa diciendo la razon: "porque sus tendencias libidinales ya están irremediablemente fijas". Esto quiere decir que las personas en aquella época se asían mucho más firmemente a sus objetos de satisfacción, configurando una pulsión difícilmente abordable. Ahora la cosa es un poco diferente: el flujo de información y los estilos de vida modernos repletos de objetos de la tecnología hacen volátil lo que antes era fijo en la libido. Esta recomendación es comparable a decir en la actualidad "que los ancianos de más de 70 a 80 años difícilmente cambiarán".
  • Pero lo que realmente escandalizó a esta activista feminista fue la diferencia que hacía el pene en el pensamiento freudiano. En un arranque de democracia anatómica bramó una protesta por lo que ella juzgaba era una injusticia pensar que "las mujeres realmente envidian ese maravilloso órgano" (sic). Creo que si Freud viviera la pondría como prueba de que hay penisneid. Freud se refiere a una salida compleja del Edipo, que tiene como fin la diferencia de no separar el goce del amor, como si se separa con el órgano masculino, de allí que Freud marca que "las mujeres tienen alguna mayor dificultad en la sublimación", pues ellas ordenaron su pulsión de otra manera, donde ellas se ocupan más de lo particular, de la estética, lo emocional y los goces adyacentes; los hombres van por el lado de la civilización, afirmando el falo a cada paso. Pareciera así que el pene es más bien un limitante, un concentrador de goce.
Fuera de lo que se pueda señalar, como la superpoblación de objetos egipcios o eróticos en su consultorio, su supuesta poca actividad sexual o su posición de padre y sus demandas de total lealtad, hay un personaje crucial en la historia del siglo XX y de la cultura actual, cuya resonancia no puede ser escondida: el padre del psicoanálisis, el buen Freud.

El Club del Paréntesis o la candidez de Don Juan.

Fragmento del artículo "Entre Don Juan y Cándido", recortado y reescrito para la revista de psicoanálisis "La Bella Carnicera"


No hace falta mucho esfuerzo encontrar comunidades de goce actuales que sostienen un típico “autismo”, dada la cualidad puramente virtual de sus relaciones y en las que se puede reconocer una intención de preservar sus lazos de esa forma.


Tal parece que se persiguiera una completud en términos de realidad virtual, donde la cibercultura ha establecido el ideal de “igualdad radical”, estandarizando y coagulando modos de goce, pero que a diferencia de este efecto democrático, en el mundo real se produce una segregación de “lo otro”, tanto como el consiguiente debilitamiento de los vínculos y la reducción de espacios “no programados”.


Se refleja aquí el orden de homogenización que trae consigo lo global que se ofrece como un lugar sin fisuras ni fronteras, en que emerge la lógica universalizante del discurso científico de la mano con la ya referida intolerancia a la diferencia y a lo no esperado. Así, bloggers, gamers, hackers, crackers y demás, fundan espacios virtuales (totalmente cerrados o de difícil acceso a los curiosos) donde la igualdad imaginaria es la norma, en detrimento de los lazos en la realidad y con la falta en el Otro.


Particularmente he quedado sorprendido de algunos de los hallazgos de mi pequeña investigación; con estas intentonas de barramiento de la no relación sexual, el encuentro, se constata, con la ética del celibato de la que hablaba Lacan se encuentra vigente: un anhelo de no tener que pasar por el dolor de la renuncia, o si es necesario absolutamente, poder garantizar que la pérdida sea lo menos cuantiosa posible.


Se trata de la fabricación de un ideal de felicidad humana, donde se encuentre una píldora toda, una anestesia general al sujeto que desaparece así tras el discurso social o el de la ciencia.


En la cultura actual se abren ciertos espacios donde los sujetos ponen sus soledades tal vez buscando la patente de la suficiencia de sus goces, pero donde los grupos que se forman empujan por su propia estructuración al autismo de un goce “personalizable”, aparentemente a la medida, pero universal al fin: un borrador de sujetos.


Hay expresiones en la actualidad muy interesantes que dan cuenta de esta tendencia también en la ciudad. Mencionaré una en especial, que por graciosa me llamó de forma especial la atención: “El Club del Paréntesis”1.


El nombre es revelador, como suele ocurrir en estos casos: se denota con “club”, lo común aparente de los individuos, en tanto que el “paréntesis” identifica la calidad autosatisfactoria del mismo. Este club se trata de una comunidad imaginaria donde se pone en relieve la sustracción de los participantes del supuesto ideal social de los compromisos, matrimonios, o siquiera relaciones que impliquen una demanda medianamente severa.


La razón para ello se podría encontrar en un cierto amor elemental, un ensalzamiento de la propia individualidad con un tufillo (hidalgamente aceptado) de “egoísmo sano”. Un escape de la moral hipócrita de la ciudad –denuncian-, una sustracción que crea un campo donde los individuos pueden retozar en un goce autista hasta saciarse, un lugar donde se sabe lo que se quiere, o mejor dicho, se sabe lo que no.


Pienso, después de esto, que la búsqueda de la satisfacción mediante la recusación del sujeto de la castración, hace juego al discurso capitalista, pues es su producto, haciendo resonar ese engaño en el que viven estos escépticos sexuales. En este caso la obturación de la dimensión del deseo por la sobrepoblación de objetos a disposición proveídos de forma incesante por una cultura de lo descartable, de la metonimia y lo automático.


Se puede ver una cierta homogenización entre los sexos en este club, y en un más amplio espectro, en la época. El hombre, en particular, parece descolocado, abraza el salvavidas de la posición de objeto antes de hundirse: accede a este movimiento, desesperado.


En las comunidades de goce actuales hay una idea de tránsito, el transito entre objetos y satisfacciones provistas por estos. Un paso que dice que algo no se encuentra, que no convence. Allí está la lista de Don Juan y su función de búsqueda de La Mujer fálica, aquella que lo complete: el paso de una a otra constante, el una por una, diciendo lo necesario cada vez, la palabra de amor que saca a la compañera de turno de la lista para hacerla caer y la insatisfacción consiguiente que la devuelve al papel con un check.


Don Juan como fantasma masculino se centra en las mujeres comprometidas, propiedad de otro, que son todas sombras de la marca indeleble de la madre idealizada y así va errando su goce. Un macho a la antigua acumula mujeres, en una rivalidad imaginaria con otros hombres, con el fantasma del falo siempre erecto y dispuesto a conseguir más. Una muestra de la idiotez intrínseca a ese goce.


Lo autista se marca como una salvaguarda al propio deseo, al encuentro con una castración insoportable en el cuerpo de la mujer. Hay algo que aparece como seguro en la inhibición: el discurso capitalista se encarga de mantener al sujeto en este simulacro de seguridad, idiotizándolos en su goce del consumo inacabable, como el bombardeo de objetos de autosatisfacción para taponar lo que se pueda escapar, sin asirse finalmente a nada, tanto como lo voraz del “choque y fuga” consuetudinario de hoy.


Ahora podríamos introducir una pregunta si en el grupo en cuestión no hay mujeres enamoradas, y aún más, se terminan encontrando en la misma búsqueda, ¿es necesaria la lista de Don Juan en un Club del Paréntesis?.


Cándidamente un sujeto asumiría tal vez que esa es la mejor manera de gozar en el mejor de los mundos posibles, teniendo como norte un optimismo incauto: el de ser autosuficientes y el de estar aferrado al irrenunciable lifestyle, o estilo de gozar posmoderno, lo cual diremos que es una falacia astuta, que oculta la paradoja del célibe casado, pero con su propio goce del cuerpo: la paradoja de alguien que ha elegido como pareja sexual a su propio Uno fálico.


Podríamos decir que existe una resistencia del sujeto actual a condescender con el goce fálico, a vivir el deseo bajo la forma de un amor, que se muestra aquí amenazante.


Es más posible y frecuente encontrar la queja de este sistema de rotación donjuanesco en las mujeres. En el hombre no suele aparecer mientras esta estrategia le permita acceder a dicha forma de goce, al propio, como una forma de evitar el encuentro con el Otro goce. De esta forma se las arreglaría para hacer existir “la mujer que no existe”, la que quedaría fuera de la serie, y que lo amaría.


La dinámica de estos gadgets hechos a medida del sujeto y su uso, llevan a rechazar el lazo con la mujer o su perspectiva, y lo llevan a la ilusión panglossiana2 del orden absoluto: esto está aquí para mi propio goce, sin reparar en los costos ni efectos, que bajo la vía de malestar, síntoma o angustia, se podrían poner de manifiesto.


Finalmente, creo que se podría tomar la idea de la inhibición como una ventana al síntoma masculino, como que lo deja en un silencio que no permite la negociación con las mujeres ante su retirada del lugar de objeto y su alocamiento contemporáneo. Dar pie al movimiento de la mujer y viceversa, una suerte de complicidad que devuelva el lazo y la dimensión de lo nuevo de cada encuentro: en definitiva, algo del hombre tiene que pasar por su partenaire, visto que para el hombre, la mujer es síntoma.


Posiblemente la mejor manera de hacer frente a estos devaneos actuales sea el habla, desde el amor y de la mujer, dando lugar nuevamente al objeto, haciendo evidente la “disociación entre el sistema viejo, que se resiste y el nuevo que requiere un nuevo funcionamiento”. Lacan acotaría que este rompimiento se daría por “el retorno de la verdad en la falla de un saber, [...] cuyo bello orden ella viene a perturbar”. Detrás del silencio masculino y de la mascarada alocada femenina se encuentra el sujeto que respira, después de todo. Allí apunta un análisis, al sujeto que, aún debajo, espera cultivando su jardín.


1 Blog de Renato Cisneros en “El Comercio”, versión virtual.

2 Referido a Pangloss, maestro de Cándido en la novela de Voltaire.

Entre Don Juan y Cándido

La Masculinidad y su Declive. Síntomas Contemporáneos.

Hace un tiempo escuchaba a un niño preguntarle a su padre "¿qué es ser un hombre, papá?, y se me ocurrió pensar, al ver que era muy gráfica la situación, que es difícil toparse de bruces, así, sin avisar, con la dificultad que acarrea esa pregunta inmensa; sobre todo en el rostro de este padre, joven, sin saber responder a un enigma que cada vez, pienso, es más intrincado.

La figura masculina que hasta ahora había caracterizado la sociedad patriarcal, sus semblantes y funciones están ahora bajo un intenso debate en diferentes flancos, bajo la lupa, de la pregunta que desnuda un desacomodo, como la del niño. La cuestión es compleja: desde la ciencia, el sistema desea contemplar el cómo estos nuevos hombres adaptan sus funciones en sus reglas de juego actuales.

Desde lo social se ve que existe una cierta “ridiculización” del macho (tomando las manifestaciones y exigencias que hay desde allí: publicidad, cultura y cotidiano, para poner ejemplos de lugares desde donde las demandas se transformaron), que ahora se mira como una figura anacrónica, en un tiempo donde no debe haber uno que no pase por la castración, donde no hay un uno de la excepción de la ley, del todo gozante que forje un ideal, como Freud sostenía en Tótem y Tabú: un padre muerto que señale una forma de acceder al goce. Resultado: las líneas que dibujan el perfil del hombre cada vez se hacen más finas, recordando a lo femenino que en su reivindicación se terminó volviendo la medida de los semblantes, del borramiento de sus diferencias.

El uso masculino del semblante par el encuentro con la mujer es clave, pues tiene como fin demostrarle al partenaire que “hay”, que se tiene algo, que “se lo tiene” y desde allí la seducción funciona. El hombre aborda a la mujer, pensando en esa suficiencia, usa la mascara para velar lo real del “no hay”, y la insuficiencia que supone el no saber qué hacer en verdad con la mujer. Las mujeres modernas piden, seguramente lo imposible de saber.

Lacan centra el estrago diciendo que el hombre accede al goce por su órgano, es una unidad, donde se puede dar una medida placentera, la misma que se busca en el goce del cuerpo de la mujer, aunque no exista y ni ella misma pueda darla. La comprobación en el cuerpo de “la no toda” medida femenina, o de la falla en encontrar la respuesta de haber hecho proveído bastante goce en la mujer, aquella (in)suficiencia fantasmática viril, deja al hombre en angustia, en especial si su propia eyaculación se significa como un fracaso en encontrar lo que se desea.

Se revelan entonces problemas para gozar también del órgano. Las diferentes formas que toma en sociedad este síntoma van desde la impotencia, hasta la inapetencia sexual o la inseguridad y el retroceso ante la mujer, lo cual desnuda el sufrimiento subjetivo de aquellos hombres actuales que produjeron identificaciones que ya no les sirven como referentes. Las credenciales del padre se han devaluado.

El nombre “soy tal, hijo de cual” de la antigüedad, se volvió pregunta, ahora que la ciencia pregona lo innecesario del padre biológico. Las consecuencias son variadas en tanto la caída del ideal de hombre-padre le deja sin camino para encauzar el goce. Se hace, en resumen, lo que se puede, multiplicando las variantes sexuales.

Tomado así, metrosexuales, tecnosexuales, ciertas homosexualidades y afines como desagravio de lo fálico serian efectos del cambio cultural que afecta las posiciones sexuadas, masculina y femenina, tanto como la recurrencia cada vez mayor de casos de pederastia u otras prácticas perversas.

Queda más o menos claro que el encuentro es estos términos se vuelve (aun más, si cabe) imposible, tomando en consideración la creciente negativa femenina de ser el objeto y el efecto de limitación que trae consigo esto en el fantasma del hombre, pues está negado de gozar fuera de él. De esa fuente, los síntomas contemporáneos masculinos toman su caudal.

En cuanto a la mujer, se nota en la actualidad un cierto cambio, en tanto dejan de jugar a ser el “a”, objeto del fantasma masculino, y haciendo la operación inversa ponen como objeto al hombre.

La soledad como síntoma

Revisando la red, he encontrado variadas manifestaciones y formas de la soledad. No solo ello, y no contento tampoco, he sido partícipe activo en algunos casos de este movimiento de desvinculación de las masas.

Particularmente he quedado sorprendido de algunos de los hallazgos de mi pequeña investigación; con estas intentonas de barramiento de la no relación sexual, el encuentro, en vivo, con la ética del celibato de la que hablaba Lacan: un anhelo de no tener que pasar por el dolor de la renuncia, o si es necesario absolutamente, poder garantizar que la pérdida sea lo menos cuantiosa posible.

Se trata de la fabricación de un ideal de felicidad humana, donde se encuentre una píldora toda, una anestesia general al sujeto que desaparece así tras el discurso social o el de la ciencia.

En la cultura actual se abren ciertos espacios donde los sujetos ponen sus soledades para no juntarse, tal vez buscando la patente en estos encuentros de la suficiencia de sus goces, de su comunidad. Llamaré, arriesgándome bastante a caer en cierta mojigatería, cultura de goce a la actual, donde las comunidades que se forman (a veces no tan explícitamente) empujan por su propia estructura al autismo de un goce “personalizable”, aparentemente a la medida, pero universal al fin, un borrador de sujetos.

Hay expresiones en la actualidad muy interesantes que dan cuenta de esta tendencia. Mencionaré una en especial, que por graciosa me llamó de forma especial la mirada: “El Club del Paréntesis”.

El nombre es revelador, como suele ocurrir en estos casos; se trata de una comunidad completamente imaginaria donde se pone en relieve la sustracción de los participantes del supuesto ideal social, donde ya no hay un lugar para los compromisos, ni matrimonios, ni siquiera relaciones que impliquen una demanda medianamente severa. No y no, paso, así, a secas. Si quieres, al paso.

La razón está en un cierto amor elemental, un ensalzamiento de la propia individualidad con un tufillo (hidalgamente aceptado) de “egoísmo sano”. Un escape a la moral hipócrita de la ciudad –denuncian-, una sustracción que produce un campo donde se puede retozar en un goce autista hasta saciarse, un lugar donde se sabe lo que se quiere, o mejor dicho, se sabe lo que no se quiere perder. Una fábrica de desengañados.

Pienso, después de esto, que la búsqueda de la satisfacción mediante la sustracción del sujeto de la castración, hace juego al discurso capitalista pues es su producto, haciendo resonar ese engaño en el que viven estos escépticos sexuales, y en este caso: la obturación de la dimensión del deseo por la sobrepoblación de objetos a disposición proveídos de forma incesante por una cultura de lo descartable, de la metonimia y lo automático.

Se puede ver una cierta homogenización entre los sexos en este club, y en más amplio espectro, en la época. El hombre, en particular, como descolocado, abraza el salvavidas antes de hundirse: accede a este movimiento, desesperado.


El Club del Paréntesis o la Candidez de Don Juan.

Hay una idea de tránsito en las comunidades de goce actuales, el transito entre objetos y satisfacciones proveídas por estos. Un paso que dice que algo no se encuentra, que no convence.

Allí está la lista de Don Juan y su función de búsqueda de La Mujer fálica, la que lo complete: el paso de una a otra constante, el una por una, diciendo lo necesario a cada vez, la palabra de amor que saca a la compañera de turno de la lista.

En Don Juan se nota un despojo, dado que el universo de búsqueda no es infinito, sino que se centra en las mujeres comprometidas, propiedad de otro, que son todas sombras de la marca indeleble de la madre idealizada y así va, errando su goce. Un macho a la antigua acumula mujeres, en una rivalidad imaginaria con otros hombres, con el fantasma del falo siempre erecto y dispuesto a conseguir más. Una idiotez intrínseca a ese goce.

Lo autista se marca como una salvaguarda al propio deseo, al encuentro con una castración insoportable en el cuerpo de la mujer. Hay algo de lo seguro en la inhibición, el discurso capitalista se encarga de mantener al sujeto en esa supuesta seguridad, idiotizándolos en su goce del consumo, también de semejantes.

Ahora se puede hacer una pregunta dado que en el grupo en cuestión no hay mujeres enamoradas, y aún más, se terminan encontrando en la misma búsqueda, ¿es necesaria la lista de Don Juan en un Club del Paréntesis?.

Cándidamente un sujeto asumiría tal vez que esa es la mejor manera de gozar en el mejor de los mundos posibles, teniendo como norte un optimismo incauto: el de ser suficiente él mismo y su irrenunciable lifestyle posmoderno para sí mismo, lo cual diremos que es una falacia astuta, que oculta la paradoja del célibe casado, pero con su propio goce del cuerpo: la paradoja de alguien que ha elegido como pareja sexual a su propio Uno fálico.

Podríamos decir que existe una resistencia del sujeto actual con el goce fálico a condescender al deseo bajo la forma un amor amenazante, pero que es más posible y frecuente encontrar la queja de este sistema de rotación donjuanesco en las mujeres, en ese resquicio de mas allá del falo que a veces se puede encontrar. En el hombre no suele aparecer mientras esta estrategia le permite acceder a esta forma de goce, al propio, como forma de evitar el encuentro con el otro goce, el femenino, el de la mujer no-toda. De esta forma hace existir “la mujer que no existe”, la que quedaría fuera de la serie, y que lo amaría.

La dinámica de estos gadgets hechos a medida del sujeto y su uso, llevan a rechazar el lazo con la mujer o su perspectiva, y lo llevan a la ilusión panglossiana del orden absoluto: esto está aquí para mi propio goce, sin reparar en los costos ni efectos, que toman forma de malestar, síntoma o angustia. O peor, errar a la deriva de estos.

Posiblemente la mejor manera de hacer frente a estos devaneos actuales sea el habla (y es curioso que se erija como salvación lo que puede ser utilizado como trampa del goce), desde el hablar de amor, hasta del propio síntoma y de la mujer, pues, el síntoma fastidia, porque, como decía Marx, se forma una disociación entre el sistema viejo, que se resiste y el nuevo que requiere un nuevo funcionamiento. Lacan acotaría que este rompimiento se daría por “el retorno de la verdad en la falla de un saber, [...] una verdad de otra referencia que eso, representación o no, cuyo bello orden ella viene a perturbar”, el sujeto que respira, después de todo. Allí apunta un análisis, al sujeto que, aún debajo, espera cultivando su jardín.