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La Democratización del Trauma

Influencias científicas en la relacion Yo - Otro y sus respuestas espontáneas.

-Texto publicado en The Wannabe número 6-


Cuando pensamos en catástrofe, seguramente echamos a andar algunos engranajes en la cabeza que llegan a la conclusión de que nos enfrentamos a un concepto que tiene que ver tanto con lo inevitable como con lo impredecible. Y es que uno no espera cataclismos cada semana.

Inmediatamente asociamos el trauma a esas cordenadas. De hecho, el trauma podría definirse como un hallazgo, un encuentro ante el cual no se puede responder; una contradicción que hace tambalear lo elemental de la concepción vital de un sujeto. Ciertamente hablamos de un gran golpe que lo deja en la impotencia, pues no tiene ninguna referencia que le sirva para dar cuenta de lo ocurrido.

El imaginario se desborda ante la falla simbólica y aparecen los síntomas.

En el tiempo actual, estas irrupciones de lo Real son peligrosas, no sólo para el sujeto, sino para el discurso moderno.

La ciencia y la vida

Hablamos de sociedad como la evidencia segura de que algo funciona, una confianza plena que tiene como sustento la certidumbre de sus pruebas, que por cierto la ciencia provee solícitamente. Así, casi sin darnos cuenta, le entregamos nuestra fe a esta construcción de la que poco sabemos.

Quedaría en este esquema el sujeto en relación a la sociedad, frente a un SsS que ordenaría de alguna forma su modus vivendi.

Ciertamente, se trama en este saber supuesto la idea de lo universal, el ideal voraz que reclama con el tiempo mayores territorios. Como los bárbaros Atilas vallejianos, la ciencia se adentra en la humanidad ferozmente, cabalgando sin dejar crecer más la hierba.

El discurso de la ciencia toma bajo su regazo el ideal de igualdad radical, en donde se busca la fórmula para acabar con el malestar social, desde el concepto alienatorio del "para todos". De esta forma la estandarización cobra vital importancia, pues allí donde esté la evidencia, funciona el saber supuesto.

Quedaría establecida entonces la hipótesis de que cualquiera que haya estado en contacto con la catástrofe necesariamente ha sido afectado y por tanto quedaría sujeto al imperativo de curación: devolver al individuo a su estado de "normalidad" o si se quiere de adaptación anterior al suceso es lo que se persigue de forma genérica, contando con el uso del Todo saber.

Pero el curar no es ni suficiente y si siquiera lo principal. El enfoque de programación es prueba de ello; una forma de conceptualizar los espacios humanos para hacerlos funcionar de manera predecible (ciudades, empresas, colegios, etc.), minimizando la posibilidad de una irrupción de lo inesperado que ponga en cuestión el saber de este Otro de la sociedad.

Para ello es necesario contar con la herramienta de la prevención a todo costo, lo que ahonda la marca de la tecnología en la vida del hombre y por sobre todo, crea un escenario donde uno siempre está a la expectativa de que algo venga a romper este bello orden. El miedo.

¿Modus Vivendi o Modus Operandi?

El ser humano, el sujeto, entra a la lógica de la programación, donde se espera que actúe según el rol que le corresponde en un ordenamiento que aún es opaco para él. Se termina convirtiendo en una de las evidencias de la existencia de la sociedad, donde se le reserva un lugar estándar, que en ningún caso tiene más valor que su semejante.

El significante amo de la democracia es un brazo de esta programación, que representa el ideal de una sociedad libre de fallas y corresponde igualmente como deber al ciudadano representado librarla de ellas; a partir de allí se puede jugar a experimentar con los irrefutables. Se buscan entonces los genes del divorcio o del alcoholismo, y el próximo paso democrático será su manipulación.

Esto se legitima pues el discurso lanzado propugna un bien común, también indudable: una pastilla de felicidad, que se puede encontrar si uno dispone de suficiente información o acceso económico.

El mercado es ese lugar de los sueños donde cada uno puede hallar lo que necesite y así acabar con sus urgencias. Entonces se realza, más que el objeto, el lugar donde se pone el objeto (con el fin de hacerlo interminablemente cambiante, incombustible) donde se puede adquirir una indulgencia ante la angustia y hacer callar lo que molesta demasiado.

El miedo como organizador

La intentona de resanar cualquier fractura de las paredes sociales, aún antes de que ellas aparezcan tiene un costo, y es el del perenne estado de alerta. Lógicamente esto desgasta al más preparado y termina por convertir la ciudad en un polvorín neurótico; el miedo a la muerte, la enfermedad, el robo, las catástrofes llegan a moldear un modo de vida moderno donde la respuesta ante los acontecimientos pasan por la referencia al supuesto saber de la ciencia, que debería ser suficiente, pero no.

Recuerdo muy bien el descalabro de la sociedad norteamericana después del 11S y su respuesta automática de angustia descontrolada, dado el resquebrajamiento de lo que se pensaba inquebrantable. Nunca en la historia hubo un consumo tan masivo de máscaras anti gas.

Se hablaba entonces de "sociedad traumatizada", donde eso significaba que había una necesidad de volver a la normalidad a toda prisa. La urgencia, como vemos no era del sujeto, sino del amo que debía volver a su lugar. Las consecuencias las conocemos todos.

La ciudad como espacio programado no tiene más desembocadura que la irrupción salvaje de lo inesperado; lo Real no soporta la ley.

Freud, Lacan y el trauma

Parece ser que, no sin intención, el discurso científico actual ha olvidado que fue Freud quien llevó el trauma a la palestra de la realidad psíquica. Y si hay algo él que hizo con sus pacientes tras su descubrimiento, fue dar un lugar al habla y a la elaboración sujetiva para dar cuenta del malestar.

Al plantearse los dos tiempos del trauma, Freud abre un espacio de lo netamente particular donde el sujeto puede implicarse con lo ocurrido, elaborando con un punto de partida. Por el contrario en nuestras épocas la respuesta más rápida es la más común: una parálisis que remite al Otro un reclamo desesperado de acogida, de alivio, pero sin responsabilidad subjetiva.

Ante lo traumático (que en la sociedad tecnológica actual significa todo lo no programado aún o lo no programable) que es la ruptura entre un S1 fundamental y el saber vital, la respuesta del psicoanálisis pasa más bien por la reconstrucción del lazo social como forma de encauzar la angustia; para ello es preciso actuar con mediatez, dar un lugar para que el sujeto ponga el dicho.

Precisamente Lacan, cuando propone los cuatro discursos, acaba por destruir el Uno social, pluralizándolo, dejando a la sociedad, gigante dominadora, como una ilusión.

Chincha - 2007

Luego del terremoto de agosto del año pasado, las facultades de psicología reaccionaron inmediatamente conforme a su discurso universitario: las brigadas psicológicas eran una oportunidad propicia para probar la hipótesis de afectación traumática generalizada. Se encontraron con algo diferente.

El intento por hacer hablar, así, imnmediatamente, en aras de verificar el trauma, precisamente propicia lo contrario: la resistencia desesperada ante la intervención y una invasión de angustia descontrolada, ante lo aún no significado que es extraído a la luz sin permiso. Había que ser paciente.

Pacientes como en El Carmen, lugar donde en medio del caos, se reconstruía la vida.

Pasado algún tiempo desde el terremoto, fuimos para allá en una caravana que organizó Laura, para ella era una visita a gente entrañable a la que qería ver. Nosotros, creo que sin saber bien qué esperar, la acompañamos, lo cual a la larga fue bueno.

Si bien las cosas se veían mal y la gran mayoría de gente dormía en carpas, los Ballumbrosio nos recibieron en su golpeada casa con una sonrisa tan cálida que no nos quedó más que sentarnos a comer y conversar.

No había ni un resquicio de victimismo en sus palabras, me animo a decir que les desagradaba esa posibilidad; más bien habían conseguido, echando mano a su tradición y a su sangre, hacer pasar el terremoto por sus vidas, y como si fuera poco, de reirse un rato.

Los jóvenes y fuertes organizaban lo que llegaba de ayuda y servían de referencia para la comunidad, una comunidad que empezaba a desempolvar sus lazos antigüos, sus vínculos dormidos por la civilización; los niños dibujaban en una suerte de campamento, jugaban y nos hablaban de su casa, y de cómo esta era una oportunidad de moldear una nueva.

Los viejos estaban allí, en su lugar de saber, mostrando su ingenio, recordando sus épocas y hablando a los chicos, viviendo con ellos, proveyéndoles de ese recurso de la palabra y del amor que alivia el corazón cuando nada más funcionaría.

Se despertó el hombre.

Y no es que no haya habido desastre, no es que ellos simplemente negaran lo que les tocó para pasar la hoja fácilmente, desconociendo la historia de sus vidas; es que ese grupo de gente entendió una cosa y actuó conforme a ello: se esperaba algo de de cada uno, desde su lugar les habló un Otro particular y decidieron escuchar.

Porque la cuestión no era estar como antes, sino vivir todo lo que se puede, y asumir las consecuencias.

Crash o la reinvención de una perversa sexualidad moderna

Hay algo del cine de Cronenberg que me parece entre profético (apocalípticamente hablando) y actual, y es esta tendencia a recrear una visión futurista particular, que personalmente me recuerda que "los artistas nos llevan un paso de ventaja", como decía Lacan.

Efectivamente, David Cronenberg no es un director de Hollywood, sino un artista, diríamos, un outsider. En su obra se puede reconocer al cuerpo y su transformación como un efecto de las torsiones psicológicas de los protagonistas.

En Crash, los cuerpos se confunden con los objetos de goce y las personas se confunden con los cuerpos, hay una atmósfera impersonal y fría donde no se pone en juego ninguna dimensión humana.

Creo que en la película se reconoce el "encanto" que tiene el goce como repetición mortífera: cuando uno dice "uno sufre de lo que goza", difícilmente pueda hacerse de una metáfora más clara que la excitante mortificación del cuerpo de Crash.

Así, se puede decir inicialmente que Cronenberg y que Crash, ponen en relive el objeto sexual por sobre el cuerpo, que para poder ser gozado tiene que pasar por la máquina, tener algo de ella. Y si uno agudiza la vista, podría formular la sentencia reversa, que la máquina (objeto), para ser gozada, necesita reemplazar al cuerpo. Problema de mucha actualidad si pensamos en el discurso capitalista y los malestares de la época.

El filme es un círculo que narra la transformación sexual de una pareja (se inicia la película confronándonos con lo que goza cada uno, como tarjeta de presentación), que culmina con la repetición (recreación) del momento donde cambia todo para ellos (la recreación como vertiente de repetición del goce), el un encuentro con la muerte de James, que los relacionará con los demás personajes, con una comunidad de goce en la que poco a poco se ven sumergidos.

Cronenberg acierta cuando plantea la vertiente mortífera del goce como la más seductora, y para hacerlo se ampara en un mundo donde la ley no existe (no hay un sólo policía en el film) y lo que impera es la urgencia por la satisfacción, una urgencia que acaba con la muerte, vista como el éxtasis donde se acaba todo, la búsqueda por que no pueda haber un más allá, esa ambición fálica que día a día se hace más actual, que fracasa, y se soluciona con la repetición: "para la próxima vez será".

La Mala Educación

Dadas mis actuales actividades y contactos con algunas instituciones educativas, y los efectos que tuvo en mí el ponerme en contacto con sus métodos, decidí ocuparme esta vez de lo que se pide ahora de los jóvenes en los colegios, como una tendencia que avanza hace algún tiempo con una rapidez que aunque vertiginosa, es poco aparatosa, pues parece que somos incapaces de ver los alcances reales de las nuevas formas de significar la "educación".

Creo que hay unanimidad en cuanto la valoración negativa de nuestros estándares escolares, dada su pobreza en cuanto a lo transmitido: conocimientos, valores, formación y habilidades interpersonales. Digamos que lo reflejado socialmente nos basta para dar cuenta de lo dicho: nuestros muchachos están mal preparados para la vida.

De esa afirmación que cualquiera podría haber formulado, -en especial si uno se encuentra atravesando el sagrado martirio que la paternidad supone en nuestro país, se desprende que en primer lugar hay que poner en orden a la franja adolescente de nuestra población porque al frente hay un mundo cada vez más hostil que enfrentar, pero aún un poquito por debajo de esto hay un detalle interesante que creo necesario rescatar: los padres cada vez están menos dispuestos a hacerse cargo de las vicisitudes (y malcriadeces) de sus hijos. Y es lógico, pues cada vez se tienen que hacer cargo de más cosas, lo que los lleva a encargar su responsabilidad educadora a otras manos.

Como siempre ante una disyuntiva de este calibre hay múltiples opciones que el mercado ofrece, pero a grandes rasgos se pueden reconocer dos propuestas: la "tradicional" y la ya autoproclamada "no tradicional", que pretende ser un negativo de la anterior, una contrapropuesta basada en las debilidades del sistema tradicional.

Para empezar, hay una asociación entre el sistema tradicional de enseñanza y el concepto de "ineficiencia", una idea de que se desperdicia el tiempo en cosas que no sirven para lograr los objetivos que se deberían trazar los jóvenes de hoy. No abogaré por ninguno, pero me encargare solo del nuevo.

Vemos que una vez más existe un ideal, que aunque medio endeble, que funge de receta para salvar a los chicos de la mediocridad, hay algo a lo que tienen que aspirar y es lo que se ofrece ya sin pudor, y es a entrar en el mercado desde la infancia (si, desde la infancia, como ir ala primaria con la idea de la universidad, instituto, trabajo, etc) y es a ello a lo que nos encaminamos, a que nuestros hijos sean afiladas máquinas mentales capaces de destruir cualquier examen tipo admisión, basados en práctica metódica de una técnica colegial de entrenar cerebros para dar respuestas.

Hoy, abiertamente se dice que la educación es un negocio, sin nada que ver con lo social, simplemente enfocada en el logro personal del recepcionario del "servicio"; podría decir que es negocio que haya ingresantes a las universidades, y ese ideal del ingresante calvo y feliz sirve de motor a los padres para elegir a quienes podrían quitarle la modorra y demás vicios sus hijos para que, basados en un régimen académico casi castrense, logren encontrar ese "talento" que aún no avisoran.

Es una paradoja moderna esto del talento, porque cada vez está más alejado del deseo y aún de la humanidad, para saberlo solo hace falta dar una leída a las currículas escolares de estas instituciones: RV, RM, Física, Biología, Geometría, Álgebra, Trigonometría y paremos de contar porque lo demás no es necesario para el modelo, sin importar que lo sea para el sujeto; por ejemplo no me imagino a un literato saliendo de una "corporación educativa", lo cual ya hace bastante claro que se trata de satisfacer la demanda del mercado a toda costa.

El avance de los enfoques tecnológicos y la emergencia poderosa de los ideales mercantiles que los sustentan, están aplastando lo que queda de particularidad y humanidad en nuestras sociedades. Los ideales globales de felicidad y de realización personal, de esos de los que hablábamos en otros posts están aquí presentes también, como receta que promete salvar al individuo, a costo de homogenizarlo en el molde del "para todos", haciéndolo renunciar a su inconsciente, precarizando a los sujetos, por tanto es una propuesta de consumo peligrosa la que hay hoy: la tecnocracia y la derecha que tienen a la supuesta eficiencia, talento, y por detrás la cientifización, alienación y el control humano como banderas de este embuste.

A ver si esa cultura del éxito a cualquier precio y la competencia sin cuartel sirven para acabar con las contradicciones sociales y con la pobreza subjetiva de nuestras poblaciones, mientras tanto, mastiquemos nuestra cultura combi y pensemos si la podremos soportar otros 50 años.

La Caída de los Referentes o Dios y su no relación Sexual

Mucho me han preguntado acerca de las relaciones de pareja, o esas formas de lazo que hacemos los humanos con nuestros semejantes, allí donde ponemos nuestra líbido; goce y deseo, algunas veces por separado y otras pocas, junto. Quiero hablar de esta separación, tomando a un personaje al que la tradición ha dotado de una infinitud que lo inscribe aparentemente en otro orden.

Desde la antigüedad, se ha escrito que el hombre nace marcado por un estado de falta fundamental: necesita de algo/alguien para realizarse, como la fijación con el éxito de estos días, o el mito de la media naranja que ilustra mejor lo que ocurre en una búsqueda amorosa, digamos.

En sí, se puede decir que hay busqueda porque falta algo, y se asume que esto lo tiene el otro. En "El Banquete", Aristófanes habla de un ser primitivo donde había una equiproporción de masculino y femenino, un ser completo que por serlo despertó la ira de los dioses, por lo cual Zeus manda a cortarlos, introduciendo la separación y la búsqueda de aquello de lo que se gozó completamente pero ya no se tiene más.

El juego sería entonces como uno de "gallina ciega", donde cada uno tiene un objeto que lo completaría y lo busca sin consancio, pero que éste, paradójicamente, no existe. El sujeto errará en su deseo, que siempre se equivoca y cambia, pudiendo sostener relación con los objetos que guarden similitudes con el fantasma que ha marca en el sujeto su forma particular de goce, con la condición de poder ser relanzados por sí mismos, de evolucionar. Freud ya lo decía cuando definía la felicidad como "producto del contraste, no como un estado".

Eso más o menos lo sabemos nosotros los mortales, uno tropieza y se pierde, pero generalmente nos topamos con algo que relanza algo de nuestra vida y nos ordena: un amor, una ocupación, un hijo, etc. algo que nos empuja a seguir un camino, que nos da la idea de "estar completos", y que aunque dure poco, marca un camino por donde uno puede escribir su propio libro.

El deseo de dios

Vista la lógica del movimiento que tiene como base el límite de lo humano y su falta, podríamos pensar en la inmovilidad de Dios, en su deseo muerto por su omnipotencia. ¿Cuál será entonces su media naranja?.

El detalle de la envidia de la completud andrógina es interesante: existe una falta en los dioses.

Durante la historia se ha podido corroborar que Dios ha puesto en marcha infinidad de proyectos, que existe un "plan" o un "deseo", que daba sentido a la vida de los fieles. Se le supone un saber universal y a la vez una potencia sobre el hombre, que recubre lo que hay detrás de la demanda, a saber, la necesidad de ésta de ser satisfecha. Dios le demanda al hombre, pues él es su partenaire, cuidando de velar su inconsistencia con su palabra, aún con suficiente potencia como para no ser cuestionada como referente para los grupos humanos bajo su influencia.

Pero la sociedad ha sufrido cambios al pasar de los años y las cosas han cambiado un tanto también en el funcionamiento de esos discursos. La cultura del temor de dios que dejaba al hombre como una figurilla sin ninguna importancia particular, donde la virtud era el camino para ser un "elegido" ha dado paso más bien a su reverso, a la emergencia cada vez más palpable de la demanda de amor divina, en la transformación de su semblante a uno sufriente, en constante necesidad de una respuesta por parte del hombre.

El cambio de postura frente a los referentes es un termómetro de la cultura actual; si seguimos este razonamiento encontraremos una "histerización" de la cultura, donde se señala la falla, como en dios, su inconsistencia es explotada para hacer notar su incompletud.

El síntoma sexual de la cultura

Así, podríamos intentar poner a la cultura en el lado femenino de las fórmulas de la sexuación, donde dios puede operar como masculino en tanto supuesto saber sobre todo, como un Amo que mediente su palabra podría dar un cauce al deseo del ser humano.

Dado que la demanda ha cambiado de dirección (ahora dios demanda al hombre que lo elija), la sociedad ahora marca la impotencia del Amo, de un dios que ya no sirve como dador del libreto humano, tanto hasta podríamos plantear que la omnipotencia está aparentemente del lado del hombre, a tal punto que el discurso de la ciencia sirve como ese dedo histérico acusador que traspasa al Amo y que precipita su caída, señalando su castración.

La palabra de dios, (o el Nombre del Padre) como organizador social es reemplazada por la ley económica de los mercados autorregulados, donde el goce sin límite del fetiche, o la eterna errancia de objetos de satisfacción, impone su descontrol.

Ahora bien, "la envidia de los dioses" es una buena forma de caracterizar una época donde el hombre tiene puesta una mascarada de completud, proveída por su relación con sus objetos de goce, y nuevamente el deseo divino estaría identificado con ello.

Es necesario hacer efectivo un segundo corte, a partir en dos pedazos al hombre, inscribiendo nuevamente una búsqueda propia, en un tiempo donde los Adán y Eva occidentales han expulsado del paraíso a su padre y tiemblan ante la invasión de una infinitud que no pueden domeñar, que no les es natural, y los deja sobrecargados pero sin saber hacer, en angustia.

La masificación del goce, vuelve a inscribir el lugar precario del hombre, ahora ya no ante su dios, que mal que bien le daba un libreto y un lugar frente a él, sino que ahora la situación se agrava pues ha quedado solo en su compulsión por gozar del fetiche.

El lugar del análisis es, entonces, hacer esa escisión, destapar de a pocos la olla, tentando construir una ética, donde el sujeto se identifique con su posición íntima y netamente particular de gozar, en la construcción de un Nombre Propio, más allá del Nombre del Padre del que se sirve. Hacer hablar al síntoma propio, escucharlo, amarlo, dándole un peso suficiente como para hacer de él una heramienta de separación del Amo y de invención única. Hacer que Adán se coma una buena manzana para el lonche.

El Fracaso y otros trastos

Si hay algo a lo que el ideal de sociedad actual no soporta es la idea de la falla, de no cumplir con lo esperado, especialmente en una sociedad marcada por la sombra cada vez más densa de la "eficiencia" y el resultado. Hay al menos un par de aspectos del este término de los que creo que es bueno ocuparse.

En primer lugar se puede situar el fracaso como la postura que aparece como queja de los sujetos en la clínica: ese típico "no soy suficientemente ... " que se presenta como insoportable, una situación deficitaria en el sujeto que muestra su estado de falta, su carencia frente al Otro.

Ante esto se puede responder buscando nuevamente la homeostasis imaginaria de la que se apartó cuando apareció la angustia asociada con la presentificación de la carencia, y para esto hay muchas herramientas disponibles en el mercado, que podemos llamar "objetos compensadores" que tienen como clave la cultura del consumo, como quien resana con ese cemento la grieta que dejaba ver lo Real (insoportable) de la incompletud del sujeto, o su insuficiencia natural que lo hace necesitar de los demás. El goce desmedido del objeto corta el lazo con los semenjantes.

Esa es una salida, una posibilidad que aparece fácilmente; pero la lógica del movimiento es la necesidad imperiosa de hacer callar lo angustiante. Ahora, podríamos llamar a eso fracaso, pues el proceso de hacer desaparecer la angustia, que en el sistema actual se ve asociada con lo inesperado, lo que está fuera de lo planificado, tiene como fin la precarización del sujeto, haciéndolo cada vez más invisible, más programado, retraído bajo la palabra del Amo, que va deshaciendo los lazos sociales del sujeto, pudiendo quedar robotizado en la búsqueda de tapar lo que no se puede soportar. Hay una seguridad en el cobijo del Amo, una promesa de protección, de allí el discurso de la ciencia, que aspira a saberlo todo, y ahora, como síntoma actual, predecirlo.

Para ponerlo claro, la lógica del consumo revierte al sujeto sobre sí mismo con los objetos de satisfacción que lo calmarían, pero a la larga este silencio del sujeto termina por desaparecerlo, dejarlo paupérrimo en el goce repetitivo del objeto que tapona lo no programado de la contingencia, de la vida.

Se reconoce, entonces, un alivio en el fracaso, una identificación con la propia posición de goce: "soy desempleado", "soy ineficiente", "soy mal padre", por ejemplo, que se sostiene imaginariamente en el discurso del sujeto gracias a las explicaciones venidas del Otro de la ciencia o de la sociedad: quizá sea bueno recordar ahora a lo que el Amo aspira cuando lanza ciertos objetos al mercado (para tener más energía, más memoria, ser más atractivo, ser mejor amante, padre, trabajador, etc) o publicita descubrimientos como el gen del divorcio; es muy claro que la tendencia es hacer de la humanidad un espacio biológico programable donde se elimine lo demás, la palabra del sufriente y su síntoma, perennizando a los individuos en la dependencia.

Es interesante pensar en la palabra del Amo y su seducción, pensar en la astucia en la venta de sus ideales que apuntan siempre al sedimento más temido de la subjetividad, lo que falta y no se quiere ver, lo que necesita ser cubierto con una sábana.

Cuando sólo existe la palabra de ese Otro y el sujeto calla, queda aislado, sin deseo, dependiente de lo que pueda caer de la mesa del Amo. Hará falta hacer una construcción, una invención de un nuevo vínculo con el semejante que pueda dar curso a la angustia, de forma que la falta del sujeto pueda ser la causa del deseo, de la búsqueda de otra cosa fuera de la satisfacción estándar que se ofrece en cualquier esquina.

El fracaso, diremos entonces, se puede centrar en el trámite de la angustia y en los efectos de aquella elección, lo humano o no del camino que se elija, y saber que siempre el fracaso, como el dolor, tiene algo que decirnos.

El Discurso Científico y el Impasse de la Psicología.

O el silencio de los pacientes


Dado el avance de las ciencias y de las tecnologías afines, muy especialmente en los últimos 150 años, la (primariamente) disciplina psicológica ha sido empujada desde sus albores a la cientifización: a la corroboración de lo etéreo de su objeto de estudio en el campo de las verdades formales, donde la empiria sirva de comprobación, materializando una práctica que se establece y ampara en el marco del método científico.

La definición del objeto de estudio es, entonces, una cuestión capital en el proceso, casi exigido por la época, de hacer una ciencia de la psicología. Éste es, pues un caso sui generis en la historia de la génesis de las ciencias, pues nunca como en el caso de la psicología, el método ha antecedido a la definición de un objeto al que se quiera estudiar, y menos ha planteado la forma de definición de éste. Por ejemplo en el modelo de las ciencias físico naturales, siempre hay un objeto que causa una pregunta y luego se desarrolla un método que dé cuenta de la forma correcta de operar sobre esas circunstancias. Aquí el problema es inverso: se hace encajar un objeto al método.

En cuanto al objeto en sí, se tiene la certeza de que pertenece al rango de lo humano, pero es una dificultad conceptual harto compleja delimitar ese rango; se nos abre un orificio que demanda ser atendido y donde se posa la practica psicológica como respuesta, con todas sus variantes. No hay nada que llene de forma natural el vacío: el paradigma único se muestra como una inconsistencia radical.

Pese a ello se aspira a él, y grandes ramas de la psicología se cobijan bajo la premisa del bien hacer del ideal, dándoles a sus conceptos y métodos el membrete de “científicos”, dejando fuera a todos los demás. Este es un problema que ha mermado las posibilidades de desarrollo de la psicología en general, dado que según la mirada positiva, las construcciones humanistas, transaccionales y psicoanalíticas se reducen a “especulaciones”, modelos “apriorísticos” y “no comprobables”. Se arma entonces en el lugar del debate un lío de sordos, donde no existe la mas mínima comunión conceptual y por lo mismo, no hay ningún producto que valga la pena, mas que la propia práctica.

La imposibilidad de construir una psicología con paradigma único, se opone a la idea de ella como una ciencia natural, y se origina un problema dado que el paradigma científico nace del desarrollo paralelo de las ciencias físicas y naturales, en las que la experiencia prima por sobre lo demás y es por eso que una teoría tiene un mínimo de respetabilidad en su intento de encontrar una explicación a un suceso.

Adaptar al hombre al paradigma positivo puede ser riesgoso dado el riesgo de que el objeto sea deformado por el método que lo delimita, y en este caso lo constriñe a su necesidad. Desde el laboratorio de Wundt y su inauguración de la psicología científica ha pasado mucho, y su introspección parece haber sido victima de la ciencia experimental. El problema del objeto cobra todas sus victimas en este punto.

En la actualidad se puede ver un intento desesperado por llevar el problema de la psique a lo más biológico, a un registro donde se pueda “operar” con seguridad y eficacia cercana al ciento por cien. Cada día se hace mas “ineficaz” el habla del sujeto, y las curas se ven reducidas a una técnica puntual.

Los avances de la neuropsicología y la genética apuntan a un mundo donde la palabra no tenga mas lugar, pues ya ha sido satisfecha de antemano la demanda que la produce; por detrás, el mercado, una vez mas, teje el entramado feliz donde el ser humano tiende cada vez mas a quedar enredado: “te doy lo que quieres, pero callas”. La oferta desmedida, acalla la demanda de saber, una producción a la que se apuntaba desde los presocráticos, y desde el paradigma científico como herramienta de saber. El sujeto queda borrado y plegado a una decisión externa, alguna respuesta que lo “cure”, o la aplicación de un saber para suturar el agujero que se presenta como objeto de estudio (o de deseo).

Emparentamos entonces en la época actual al discurso del capitalismo con el discurso científico, donde el hombre se torna a cada paso más un cuerpo sin voz.

La psicología en si va perdiendo terreno, cediéndolo al modelo medico, que en muchos casos responde a la necesidad del mercado de “dar soluciones rápidas”, la psiquiatría y la conserjería social pueden dar cuenta de esto, en especial en la perspectiva actual de “integralidad” en que las aseguradoras planean terapias puntuales, como la aplicación de un saber, más que de una producción del sujeto.

El discurso científico se encuentra dando la respuesta, intentando impostar algo de su saber. En las ultimas semanas fueron celebres las investigaciones acerca de la eliminación del sufrimiento amoroso y del borramiento selectivo de memoria, vía neurotransmisores. Nadie puede negar que esto sea una realidad posible, pero la ética que se pone en juego, ni siquiera se nombra, está afirmada como una presencia tácita bajo la sombra del plus con que se enamora al hombre actual.

Pero esta repetición sistemática de la satisfacción o la venta de la esperanza traen sus propios síntomas en la clínica, y de allí se desnuda algo del propio deseo del sujeto que no puede ser capturado: el gozar ciego de las respuestas “correctas” no es suficiente, hay algo que se quiere equivocar, hay algo fuera del sistema y no se sabe qué es. ¿La dimensión humana podría ser introducida en el modelo científico?.

Queda esta pregunta como impasse, pues la relación entre lo cuantificable y lo que no lo es, lo valido y lo falso no son más que ideales a los que el científico se puede abrazar. Ampararse en el habla psicométrica es un claro ejemplo de esto. No hay investigador, sino solamente investigación.

La Psicología como Ciencia

Podemos reconocer que la psicología actual tiene multiplicidad de objetos y métodos correspondientes para tratarlos. Por lo pronto la cuestión general de si la psicología es una ciencia o no es evidente que no pueda ser respondida por la afirmativa o por la negativa en relación a la psicología en su conjunto.

Dada la alta dispersión teórico-epistemológica que la disciplina presenta, sólo cabe analizar cada una de las orientaciones teóricas que adoptan para sí mismas el nombre de "psicología", aunque se identifiquen con otras expresiones, como el conductismo o la psicología humanista.

Lo mas cercano que tenemos para nombrar a la psicología, entonces como científica es el paradigma positivista. Éste supone una concepción de la realidad que históricamente se identificó con lo que filosóficamente puede denominarse "materialismo".

La realidad es, en definitiva, realidad material y nada existe fuera de la materia. Este materialismo burdo alcanzó su pináculo durante el siglo XIX y, si bien fue superado por los avances de la física durante el siglo pasado, se incorporó como un elemento esencial de la cultura moderna: racionalista y cientificista, que deja como corolario la siguiente sentencia: “El conocimiento sólo puede ser tal en la medida que expresa la realidad; ésta es de naturaleza material, en consecuencia sólo puede haber un conocimiento posible: el que describe y explica los procesos materiales, o reductibles, en última instancia, a los mismos”.

Esta máxima positiva, deja como resultado una visión ontológica bastante cruda: “Si la realidad es material, la única posibilidad de acceso a ella es por/a través de los sentidos, por lo que el único modo legítimo de fundamentar el conocimiento es por medio de la verificación empírica, esto es, a partir de rigurosos procedimientos (método científico) de constrastación de los enunciados con los hechos, es decir, con los fenómenos y procesos de los cuales puede tenerse "evidencia" empírica”.

¿Dónde deja al hombre esta visión posmoderna del sujeto y del saber?, la pregunta se extiende y no deja mas espacio de respuesta que la ética del uno por uno; una separación que responsabilice al sujeto, de eso que accede a tomar para sí, la respuesta se anima a asomar en el lugar que la ciencia no puede ver.

El tema de fondo sigue en pie, y el forado que originó la nueva ciencia también, pues no hay un paradigma que de cuenta de la psique, aunque la psicología cada vez adopte mas el modelo alienatorio del amo.

Lo que deja pensar en esta cuestión de la ciencia y la tecnología se nos revela como una interrogante a tratar como dirección. La dirección de la cura, y la ética puesta en juego en ella.