La Caída de los Referentes o Dios y su no relación Sexual

Mucho me han preguntado acerca de las relaciones de pareja, o esas formas de lazo que hacemos los humanos con nuestros semejantes, allí donde ponemos nuestra líbido; goce y deseo, algunas veces por separado y otras pocas, junto. Quiero hablar de esta separación, tomando a un personaje al que la tradición ha dotado de una infinitud que lo inscribe aparentemente en otro orden.

Desde la antigüedad, se ha escrito que el hombre nace marcado por un estado de falta fundamental: necesita de algo/alguien para realizarse, como la fijación con el éxito de estos días, o el mito de la media naranja que ilustra mejor lo que ocurre en una búsqueda amorosa, digamos.

En sí, se puede decir que hay busqueda porque falta algo, y se asume que esto lo tiene el otro. En "El Banquete", Aristófanes habla de un ser primitivo donde había una equiproporción de masculino y femenino, un ser completo que por serlo despertó la ira de los dioses, por lo cual Zeus manda a cortarlos, introduciendo la separación y la búsqueda de aquello de lo que se gozó completamente pero ya no se tiene más.

El juego sería entonces como uno de "gallina ciega", donde cada uno tiene un objeto que lo completaría y lo busca sin consancio, pero que éste, paradójicamente, no existe. El sujeto errará en su deseo, que siempre se equivoca y cambia, pudiendo sostener relación con los objetos que guarden similitudes con el fantasma que ha marca en el sujeto su forma particular de goce, con la condición de poder ser relanzados por sí mismos, de evolucionar. Freud ya lo decía cuando definía la felicidad como "producto del contraste, no como un estado".

Eso más o menos lo sabemos nosotros los mortales, uno tropieza y se pierde, pero generalmente nos topamos con algo que relanza algo de nuestra vida y nos ordena: un amor, una ocupación, un hijo, etc. algo que nos empuja a seguir un camino, que nos da la idea de "estar completos", y que aunque dure poco, marca un camino por donde uno puede escribir su propio libro.

El deseo de dios

Vista la lógica del movimiento que tiene como base el límite de lo humano y su falta, podríamos pensar en la inmovilidad de Dios, en su deseo muerto por su omnipotencia. ¿Cuál será entonces su media naranja?.

El detalle de la envidia de la completud andrógina es interesante: existe una falta en los dioses.

Durante la historia se ha podido corroborar que Dios ha puesto en marcha infinidad de proyectos, que existe un "plan" o un "deseo", que daba sentido a la vida de los fieles. Se le supone un saber universal y a la vez una potencia sobre el hombre, que recubre lo que hay detrás de la demanda, a saber, la necesidad de ésta de ser satisfecha. Dios le demanda al hombre, pues él es su partenaire, cuidando de velar su inconsistencia con su palabra, aún con suficiente potencia como para no ser cuestionada como referente para los grupos humanos bajo su influencia.

Pero la sociedad ha sufrido cambios al pasar de los años y las cosas han cambiado un tanto también en el funcionamiento de esos discursos. La cultura del temor de dios que dejaba al hombre como una figurilla sin ninguna importancia particular, donde la virtud era el camino para ser un "elegido" ha dado paso más bien a su reverso, a la emergencia cada vez más palpable de la demanda de amor divina, en la transformación de su semblante a uno sufriente, en constante necesidad de una respuesta por parte del hombre.

El cambio de postura frente a los referentes es un termómetro de la cultura actual; si seguimos este razonamiento encontraremos una "histerización" de la cultura, donde se señala la falla, como en dios, su inconsistencia es explotada para hacer notar su incompletud.

El síntoma sexual de la cultura

Así, podríamos intentar poner a la cultura en el lado femenino de las fórmulas de la sexuación, donde dios puede operar como masculino en tanto supuesto saber sobre todo, como un Amo que mediente su palabra podría dar un cauce al deseo del ser humano.

Dado que la demanda ha cambiado de dirección (ahora dios demanda al hombre que lo elija), la sociedad ahora marca la impotencia del Amo, de un dios que ya no sirve como dador del libreto humano, tanto hasta podríamos plantear que la omnipotencia está aparentemente del lado del hombre, a tal punto que el discurso de la ciencia sirve como ese dedo histérico acusador que traspasa al Amo y que precipita su caída, señalando su castración.

La palabra de dios, (o el Nombre del Padre) como organizador social es reemplazada por la ley económica de los mercados autorregulados, donde el goce sin límite del fetiche, o la eterna errancia de objetos de satisfacción, impone su descontrol.

Ahora bien, "la envidia de los dioses" es una buena forma de caracterizar una época donde el hombre tiene puesta una mascarada de completud, proveída por su relación con sus objetos de goce, y nuevamente el deseo divino estaría identificado con ello.

Es necesario hacer efectivo un segundo corte, a partir en dos pedazos al hombre, inscribiendo nuevamente una búsqueda propia, en un tiempo donde los Adán y Eva occidentales han expulsado del paraíso a su padre y tiemblan ante la invasión de una infinitud que no pueden domeñar, que no les es natural, y los deja sobrecargados pero sin saber hacer, en angustia.

La masificación del goce, vuelve a inscribir el lugar precario del hombre, ahora ya no ante su dios, que mal que bien le daba un libreto y un lugar frente a él, sino que ahora la situación se agrava pues ha quedado solo en su compulsión por gozar del fetiche.

El lugar del análisis es, entonces, hacer esa escisión, destapar de a pocos la olla, tentando construir una ética, donde el sujeto se identifique con su posición íntima y netamente particular de gozar, en la construcción de un Nombre Propio, más allá del Nombre del Padre del que se sirve. Hacer hablar al síntoma propio, escucharlo, amarlo, dándole un peso suficiente como para hacer de él una heramienta de separación del Amo y de invención única. Hacer que Adán se coma una buena manzana para el lonche.

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