Entre Don Juan y Cándido

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La Masculinidad y su Declive. Síntomas Contemporáneos.

Hace un tiempo escuchaba a un niño preguntarle a su padre "¿qué es ser un hombre, papá?, y se me ocurrió pensar, al ver que era muy gráfica la situación, que es difícil toparse de bruces, así, sin avisar, con la dificultad que acarrea esa pregunta inmensa; sobre todo en el rostro de este padre, joven, sin saber responder a un enigma que cada vez, pienso, es más intrincado.

La figura masculina que hasta ahora había caracterizado la sociedad patriarcal, sus semblantes y funciones están ahora bajo un intenso debate en diferentes flancos, bajo la lupa, de la pregunta que desnuda un desacomodo, como la del niño. La cuestión es compleja: desde la ciencia, el sistema desea contemplar el cómo estos nuevos hombres adaptan sus funciones en sus reglas de juego actuales.

Desde lo social se ve que existe una cierta “ridiculización” del macho (tomando las manifestaciones y exigencias que hay desde allí: publicidad, cultura y cotidiano, para poner ejemplos de lugares desde donde las demandas se transformaron), que ahora se mira como una figura anacrónica, en un tiempo donde no debe haber uno que no pase por la castración, donde no hay un uno de la excepción de la ley, del todo gozante que forje un ideal, como Freud sostenía en Tótem y Tabú: un padre muerto que señale una forma de acceder al goce. Resultado: las líneas que dibujan el perfil del hombre cada vez se hacen más finas, recordando a lo femenino que en su reivindicación se terminó volviendo la medida de los semblantes, del borramiento de sus diferencias.

El uso masculino del semblante par el encuentro con la mujer es clave, pues tiene como fin demostrarle al partenaire que “hay”, que se tiene algo, que “se lo tiene” y desde allí la seducción funciona. El hombre aborda a la mujer, pensando en esa suficiencia, usa la mascara para velar lo real del “no hay”, y la insuficiencia que supone el no saber qué hacer en verdad con la mujer. Las mujeres modernas piden, seguramente lo imposible de saber.

Lacan centra el estrago diciendo que el hombre accede al goce por su órgano, es una unidad, donde se puede dar una medida placentera, la misma que se busca en el goce del cuerpo de la mujer, aunque no exista y ni ella misma pueda darla. La comprobación en el cuerpo de “la no toda” medida femenina, o de la falla en encontrar la respuesta de haber hecho proveído bastante goce en la mujer, aquella (in)suficiencia fantasmática viril, deja al hombre en angustia, en especial si su propia eyaculación se significa como un fracaso en encontrar lo que se desea.

Se revelan entonces problemas para gozar también del órgano. Las diferentes formas que toma en sociedad este síntoma van desde la impotencia, hasta la inapetencia sexual o la inseguridad y el retroceso ante la mujer, lo cual desnuda el sufrimiento subjetivo de aquellos hombres actuales que produjeron identificaciones que ya no les sirven como referentes. Las credenciales del padre se han devaluado.

El nombre “soy tal, hijo de cual” de la antigüedad, se volvió pregunta, ahora que la ciencia pregona lo innecesario del padre biológico. Las consecuencias son variadas en tanto la caída del ideal de hombre-padre le deja sin camino para encauzar el goce. Se hace, en resumen, lo que se puede, multiplicando las variantes sexuales.

Tomado así, metrosexuales, tecnosexuales, ciertas homosexualidades y afines como desagravio de lo fálico serian efectos del cambio cultural que afecta las posiciones sexuadas, masculina y femenina, tanto como la recurrencia cada vez mayor de casos de pederastia u otras prácticas perversas.

Queda más o menos claro que el encuentro es estos términos se vuelve (aun más, si cabe) imposible, tomando en consideración la creciente negativa femenina de ser el objeto y el efecto de limitación que trae consigo esto en el fantasma del hombre, pues está negado de gozar fuera de él. De esa fuente, los síntomas contemporáneos masculinos toman su caudal.

En cuanto a la mujer, se nota en la actualidad un cierto cambio, en tanto dejan de jugar a ser el “a”, objeto del fantasma masculino, y haciendo la operación inversa ponen como objeto al hombre.

La soledad como síntoma

Revisando la red, he encontrado variadas manifestaciones y formas de la soledad. No solo ello, y no contento tampoco, he sido partícipe activo en algunos casos de este movimiento de desvinculación de las masas.

Particularmente he quedado sorprendido de algunos de los hallazgos de mi pequeña investigación; con estas intentonas de barramiento de la no relación sexual, el encuentro, en vivo, con la ética del celibato de la que hablaba Lacan: un anhelo de no tener que pasar por el dolor de la renuncia, o si es necesario absolutamente, poder garantizar que la pérdida sea lo menos cuantiosa posible.

Se trata de la fabricación de un ideal de felicidad humana, donde se encuentre una píldora toda, una anestesia general al sujeto que desaparece así tras el discurso social o el de la ciencia.

En la cultura actual se abren ciertos espacios donde los sujetos ponen sus soledades para no juntarse, tal vez buscando la patente en estos encuentros de la suficiencia de sus goces, de su comunidad. Llamaré, arriesgándome bastante a caer en cierta mojigatería, cultura de goce a la actual, donde las comunidades que se forman (a veces no tan explícitamente) empujan por su propia estructura al autismo de un goce “personalizable”, aparentemente a la medida, pero universal al fin, un borrador de sujetos.

Hay expresiones en la actualidad muy interesantes que dan cuenta de esta tendencia. Mencionaré una en especial, que por graciosa me llamó de forma especial la mirada: “El Club del Paréntesis”.

El nombre es revelador, como suele ocurrir en estos casos; se trata de una comunidad completamente imaginaria donde se pone en relieve la sustracción de los participantes del supuesto ideal social, donde ya no hay un lugar para los compromisos, ni matrimonios, ni siquiera relaciones que impliquen una demanda medianamente severa. No y no, paso, así, a secas. Si quieres, al paso.

La razón está en un cierto amor elemental, un ensalzamiento de la propia individualidad con un tufillo (hidalgamente aceptado) de “egoísmo sano”. Un escape a la moral hipócrita de la ciudad –denuncian-, una sustracción que produce un campo donde se puede retozar en un goce autista hasta saciarse, un lugar donde se sabe lo que se quiere, o mejor dicho, se sabe lo que no se quiere perder. Una fábrica de desengañados.

Pienso, después de esto, que la búsqueda de la satisfacción mediante la sustracción del sujeto de la castración, hace juego al discurso capitalista pues es su producto, haciendo resonar ese engaño en el que viven estos escépticos sexuales, y en este caso: la obturación de la dimensión del deseo por la sobrepoblación de objetos a disposición proveídos de forma incesante por una cultura de lo descartable, de la metonimia y lo automático.

Se puede ver una cierta homogenización entre los sexos en este club, y en más amplio espectro, en la época. El hombre, en particular, como descolocado, abraza el salvavidas antes de hundirse: accede a este movimiento, desesperado.


El Club del Paréntesis o la Candidez de Don Juan.

Hay una idea de tránsito en las comunidades de goce actuales, el transito entre objetos y satisfacciones proveídas por estos. Un paso que dice que algo no se encuentra, que no convence.

Allí está la lista de Don Juan y su función de búsqueda de La Mujer fálica, la que lo complete: el paso de una a otra constante, el una por una, diciendo lo necesario a cada vez, la palabra de amor que saca a la compañera de turno de la lista.

En Don Juan se nota un despojo, dado que el universo de búsqueda no es infinito, sino que se centra en las mujeres comprometidas, propiedad de otro, que son todas sombras de la marca indeleble de la madre idealizada y así va, errando su goce. Un macho a la antigua acumula mujeres, en una rivalidad imaginaria con otros hombres, con el fantasma del falo siempre erecto y dispuesto a conseguir más. Una idiotez intrínseca a ese goce.

Lo autista se marca como una salvaguarda al propio deseo, al encuentro con una castración insoportable en el cuerpo de la mujer. Hay algo de lo seguro en la inhibición, el discurso capitalista se encarga de mantener al sujeto en esa supuesta seguridad, idiotizándolos en su goce del consumo, también de semejantes.

Ahora se puede hacer una pregunta dado que en el grupo en cuestión no hay mujeres enamoradas, y aún más, se terminan encontrando en la misma búsqueda, ¿es necesaria la lista de Don Juan en un Club del Paréntesis?.

Cándidamente un sujeto asumiría tal vez que esa es la mejor manera de gozar en el mejor de los mundos posibles, teniendo como norte un optimismo incauto: el de ser suficiente él mismo y su irrenunciable lifestyle posmoderno para sí mismo, lo cual diremos que es una falacia astuta, que oculta la paradoja del célibe casado, pero con su propio goce del cuerpo: la paradoja de alguien que ha elegido como pareja sexual a su propio Uno fálico.

Podríamos decir que existe una resistencia del sujeto actual con el goce fálico a condescender al deseo bajo la forma un amor amenazante, pero que es más posible y frecuente encontrar la queja de este sistema de rotación donjuanesco en las mujeres, en ese resquicio de mas allá del falo que a veces se puede encontrar. En el hombre no suele aparecer mientras esta estrategia le permite acceder a esta forma de goce, al propio, como forma de evitar el encuentro con el otro goce, el femenino, el de la mujer no-toda. De esta forma hace existir “la mujer que no existe”, la que quedaría fuera de la serie, y que lo amaría.

La dinámica de estos gadgets hechos a medida del sujeto y su uso, llevan a rechazar el lazo con la mujer o su perspectiva, y lo llevan a la ilusión panglossiana del orden absoluto: esto está aquí para mi propio goce, sin reparar en los costos ni efectos, que toman forma de malestar, síntoma o angustia. O peor, errar a la deriva de estos.

Posiblemente la mejor manera de hacer frente a estos devaneos actuales sea el habla (y es curioso que se erija como salvación lo que puede ser utilizado como trampa del goce), desde el hablar de amor, hasta del propio síntoma y de la mujer, pues, el síntoma fastidia, porque, como decía Marx, se forma una disociación entre el sistema viejo, que se resiste y el nuevo que requiere un nuevo funcionamiento. Lacan acotaría que este rompimiento se daría por “el retorno de la verdad en la falla de un saber, [...] una verdad de otra referencia que eso, representación o no, cuyo bello orden ella viene a perturbar”, el sujeto que respira, después de todo. Allí apunta un análisis, al sujeto que, aún debajo, espera cultivando su jardín.

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