El Club del Paréntesis o la candidez de Don Juan.

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Fragmento del artículo "Entre Don Juan y Cándido", recortado y reescrito para la revista de psicoanálisis "La Bella Carnicera"


No hace falta mucho esfuerzo encontrar comunidades de goce actuales que sostienen un típico “autismo”, dada la cualidad puramente virtual de sus relaciones y en las que se puede reconocer una intención de preservar sus lazos de esa forma.


Tal parece que se persiguiera una completud en términos de realidad virtual, donde la cibercultura ha establecido el ideal de “igualdad radical”, estandarizando y coagulando modos de goce, pero que a diferencia de este efecto democrático, en el mundo real se produce una segregación de “lo otro”, tanto como el consiguiente debilitamiento de los vínculos y la reducción de espacios “no programados”.


Se refleja aquí el orden de homogenización que trae consigo lo global que se ofrece como un lugar sin fisuras ni fronteras, en que emerge la lógica universalizante del discurso científico de la mano con la ya referida intolerancia a la diferencia y a lo no esperado. Así, bloggers, gamers, hackers, crackers y demás, fundan espacios virtuales (totalmente cerrados o de difícil acceso a los curiosos) donde la igualdad imaginaria es la norma, en detrimento de los lazos en la realidad y con la falta en el Otro.


Particularmente he quedado sorprendido de algunos de los hallazgos de mi pequeña investigación; con estas intentonas de barramiento de la no relación sexual, el encuentro, se constata, con la ética del celibato de la que hablaba Lacan se encuentra vigente: un anhelo de no tener que pasar por el dolor de la renuncia, o si es necesario absolutamente, poder garantizar que la pérdida sea lo menos cuantiosa posible.


Se trata de la fabricación de un ideal de felicidad humana, donde se encuentre una píldora toda, una anestesia general al sujeto que desaparece así tras el discurso social o el de la ciencia.


En la cultura actual se abren ciertos espacios donde los sujetos ponen sus soledades tal vez buscando la patente de la suficiencia de sus goces, pero donde los grupos que se forman empujan por su propia estructuración al autismo de un goce “personalizable”, aparentemente a la medida, pero universal al fin: un borrador de sujetos.


Hay expresiones en la actualidad muy interesantes que dan cuenta de esta tendencia también en la ciudad. Mencionaré una en especial, que por graciosa me llamó de forma especial la atención: “El Club del Paréntesis”1.


El nombre es revelador, como suele ocurrir en estos casos: se denota con “club”, lo común aparente de los individuos, en tanto que el “paréntesis” identifica la calidad autosatisfactoria del mismo. Este club se trata de una comunidad imaginaria donde se pone en relieve la sustracción de los participantes del supuesto ideal social de los compromisos, matrimonios, o siquiera relaciones que impliquen una demanda medianamente severa.


La razón para ello se podría encontrar en un cierto amor elemental, un ensalzamiento de la propia individualidad con un tufillo (hidalgamente aceptado) de “egoísmo sano”. Un escape de la moral hipócrita de la ciudad –denuncian-, una sustracción que crea un campo donde los individuos pueden retozar en un goce autista hasta saciarse, un lugar donde se sabe lo que se quiere, o mejor dicho, se sabe lo que no.


Pienso, después de esto, que la búsqueda de la satisfacción mediante la recusación del sujeto de la castración, hace juego al discurso capitalista, pues es su producto, haciendo resonar ese engaño en el que viven estos escépticos sexuales. En este caso la obturación de la dimensión del deseo por la sobrepoblación de objetos a disposición proveídos de forma incesante por una cultura de lo descartable, de la metonimia y lo automático.


Se puede ver una cierta homogenización entre los sexos en este club, y en un más amplio espectro, en la época. El hombre, en particular, parece descolocado, abraza el salvavidas de la posición de objeto antes de hundirse: accede a este movimiento, desesperado.


En las comunidades de goce actuales hay una idea de tránsito, el transito entre objetos y satisfacciones provistas por estos. Un paso que dice que algo no se encuentra, que no convence. Allí está la lista de Don Juan y su función de búsqueda de La Mujer fálica, aquella que lo complete: el paso de una a otra constante, el una por una, diciendo lo necesario cada vez, la palabra de amor que saca a la compañera de turno de la lista para hacerla caer y la insatisfacción consiguiente que la devuelve al papel con un check.


Don Juan como fantasma masculino se centra en las mujeres comprometidas, propiedad de otro, que son todas sombras de la marca indeleble de la madre idealizada y así va errando su goce. Un macho a la antigua acumula mujeres, en una rivalidad imaginaria con otros hombres, con el fantasma del falo siempre erecto y dispuesto a conseguir más. Una muestra de la idiotez intrínseca a ese goce.


Lo autista se marca como una salvaguarda al propio deseo, al encuentro con una castración insoportable en el cuerpo de la mujer. Hay algo que aparece como seguro en la inhibición: el discurso capitalista se encarga de mantener al sujeto en este simulacro de seguridad, idiotizándolos en su goce del consumo inacabable, como el bombardeo de objetos de autosatisfacción para taponar lo que se pueda escapar, sin asirse finalmente a nada, tanto como lo voraz del “choque y fuga” consuetudinario de hoy.


Ahora podríamos introducir una pregunta si en el grupo en cuestión no hay mujeres enamoradas, y aún más, se terminan encontrando en la misma búsqueda, ¿es necesaria la lista de Don Juan en un Club del Paréntesis?.


Cándidamente un sujeto asumiría tal vez que esa es la mejor manera de gozar en el mejor de los mundos posibles, teniendo como norte un optimismo incauto: el de ser autosuficientes y el de estar aferrado al irrenunciable lifestyle, o estilo de gozar posmoderno, lo cual diremos que es una falacia astuta, que oculta la paradoja del célibe casado, pero con su propio goce del cuerpo: la paradoja de alguien que ha elegido como pareja sexual a su propio Uno fálico.


Podríamos decir que existe una resistencia del sujeto actual a condescender con el goce fálico, a vivir el deseo bajo la forma de un amor, que se muestra aquí amenazante.


Es más posible y frecuente encontrar la queja de este sistema de rotación donjuanesco en las mujeres. En el hombre no suele aparecer mientras esta estrategia le permita acceder a dicha forma de goce, al propio, como una forma de evitar el encuentro con el Otro goce. De esta forma se las arreglaría para hacer existir “la mujer que no existe”, la que quedaría fuera de la serie, y que lo amaría.


La dinámica de estos gadgets hechos a medida del sujeto y su uso, llevan a rechazar el lazo con la mujer o su perspectiva, y lo llevan a la ilusión panglossiana2 del orden absoluto: esto está aquí para mi propio goce, sin reparar en los costos ni efectos, que bajo la vía de malestar, síntoma o angustia, se podrían poner de manifiesto.


Finalmente, creo que se podría tomar la idea de la inhibición como una ventana al síntoma masculino, como que lo deja en un silencio que no permite la negociación con las mujeres ante su retirada del lugar de objeto y su alocamiento contemporáneo. Dar pie al movimiento de la mujer y viceversa, una suerte de complicidad que devuelva el lazo y la dimensión de lo nuevo de cada encuentro: en definitiva, algo del hombre tiene que pasar por su partenaire, visto que para el hombre, la mujer es síntoma.


Posiblemente la mejor manera de hacer frente a estos devaneos actuales sea el habla, desde el amor y de la mujer, dando lugar nuevamente al objeto, haciendo evidente la “disociación entre el sistema viejo, que se resiste y el nuevo que requiere un nuevo funcionamiento”. Lacan acotaría que este rompimiento se daría por “el retorno de la verdad en la falla de un saber, [...] cuyo bello orden ella viene a perturbar”. Detrás del silencio masculino y de la mascarada alocada femenina se encuentra el sujeto que respira, después de todo. Allí apunta un análisis, al sujeto que, aún debajo, espera cultivando su jardín.


1 Blog de Renato Cisneros en “El Comercio”, versión virtual.

2 Referido a Pangloss, maestro de Cándido en la novela de Voltaire.

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