Deseo del Analista y Dirección de la Cura

Cuando un paciente llega a consulta, puede ser porque algo de su saber hacer en la vida anda cojeando, escuchamos un “no se qué hacer” característico. Hay una queja, una falla de la compensación imaginaria creada para sostener el funcionar del síntoma: de repente algo ocurre y todo se tambalea, algo que hay que tapar se asoma. Se dice que algo falla pues se está desnudando una discordancia entre lo que el Otro exige en su norma y lo que el sujeto puede hacer al respecto; la demanda se torna insoportable.

En su historia este individuo (o este yo) ha sido insertado en el mundo del Otro, marcado por Él, como que lo preexiste y le da existencia en su reconocimiento desde que lo nombra y acoge en un lugar. Tiene, por ende un dictado, que funciona como un saber sobre el mundo, que brota desde allí y que habla en él; a saber, el discurso del Otro del que es alienado, y es, a la vez, una incógnita de la que nada se sabe, nada se sabe de la voz misteriosa del Otro.

El cojear permite, en un principio el inicio de una cura, dado que la falla en el saber del sujeto, supone la compensación en un otro en el que responderse, señala en este movimiento su potencia; y ya éste sería un inicio de la transferencia, donde el saber es supuesto al analista y en principio puede él operar desde ese lugar.

Para preguntarnos sobre una cura, es necesario, entonces, preguntarnos quién tiene el poder en ella, quién es el que la dirige y hacia dónde.

Podemos iniciar diciendo como punto central que, desde el psicoanálisis y desde su escucha, el poder está del lado del dispositivo analítico, no de los individuos involucrados en la situación de análisis.

Es allí, donde se salva el juego de tirar y aflojar la cuerda de un tratamiento, donde el yo de la defensa por un lado, hace lo posible por esconder aquel nódulo de lo inconciliable, lo reprimido y el terapeuta lucha por capturar la presa, el pequeño tesoro de lo que él interpreta como el nudo del síntoma, una construcción imaginaria propia de él que intenta descifrar, y que se imposta de un lugar al otro. Uno sobre el otro, o mejor dicho, el Otro sobre el uno nuevamente, en una relación de identificación a la que el paciente ya llega predispuesto desde su demanda.

“El paciente se resiste porque el analista empuja”, diría Lacan al referirse a la resistencia, y a este circuito. La pregunta que se abre a partir de esta frase parece decirnos que hay alguien que no está tomando el lugar que el dispositivo le exige. Hay en este tipo de relación terapéutica un deseo por curar, pero no por la cura: curar es implantar algo y usarlo como una prótesis en ese yo.

Habemos de diferenciar este furor sanandi del deseo del analista, separándonos en nuestro trabajo de la sugestión. Si bien el analista inicia en el lugar del saber, opera para a continuación caer de él, su deseo está en otro lado, diremos por el momento en el alojamiento de algo.

Para Lacan, es el deseo del analista lo que define el eje de la cura, pero el deseo del analista escapa a cualquier tipo de conducta indicada para el analista sobre lo que debe o no hacer, sin embargo. No se habla de una receta de donde se extrae una certidumbre en cuanto la dirección del tratamiento, sino precisamente de las antípodas de esa idea.

No podemos hablar entonces de una dirección sin analista, de una dirección del analista, ni de una dirección dada por el paciente. Hay un problema a resolver: definir el lugar del analista para establecer una dirección.

Función Deseo del Analista (¿Quién habla en un Análisis?)

Si definimos el deseo de curar como poner algo, tener un saber que parche, podemos decir que el deseo del analista pasa más bien por una sustracción: No querer desear – Desear; el analista calla su deseo personal.



De no ser así el analista estaría del lado del trabajo, donde él es el que tiene la verdad, y hace algo con ella. Hablaría, y desde su propio fantasma, la relación no pasaría de ser imaginaria, un complemento ficticio. De eso no se trata un análisis.

Más bien el deseo del analista está determinado por el deseo de ser incógnita, de estar en el lugar de la pregunta por el deseo del Otro; de esa forma abre un lugar para el discurso alienado del analizante.

Hay entonces, un solo sujeto, pese a que hay dos individuos, y un deseo, que es el deseo del Otro, que el analista hace aflorar como el deseo del analizante. Hay solamente uno que habla.

El inconsciente estaría sentado en el sillón del analista, como un sentido ligado a la falla, a una vacancia tanto como sujeto como de sentido que induce a una respuesta impulsada por el deseo del Otro; se desplaza el cómo el sujeto se responde a esa pregunta.

Desde allí, desde el vacío, se supera la posición primigenia de suposición de saber en el analista, que no cree en su saber y no comprende, pues no hay un deseo de respuesta de su parte, sino por el contrario: de vacancia.

El analista, así, separa la transferencia de la demanda de saber colocada en él en el eje imaginario y la devuelve al eje del Deseo, el Simbólico.

La vacancia deja el espacio para que el analizante pose su deseo allí y lo hable desde su estado alienado: mientras menos respuestas tenga, mas será evidente su alienación, será evidente su cojera y su impotencia de obtener la solución desde el Otro; emerge un espacio para implicarse.

La Interpretación (¿Quién habla entonces?)

Hay una forma de manifestación del deseo del analista y es la evidencia de su interpretación. El analista en su deseo se hace parte del dispositivo. Esto no quiere decir que la función siempre sirva para el hallazgo; a veces se oscurece en el trámite de la transferencia, no existe una pureza robótica en el análisis, pese a delimitarse el lugar del analista.

La interpretación como manifestación del deseo del analista será su reflejo, la puntuación de la incógnita por el deseo del Otro, que el sujeto debe interpretar: el lugar queda vacante para chocarse con el fantasma.

Se excluye con este motivo, el fantasma del analista, no se pone en juego su subjetividad, y desde aquí, la “contratransferencia” no es fundamento de la interpretación: sólo hay uno que habla.

No hay nada de educativo en una interpretación, nada didáctico, no hay una medida para el sujeto, que se le pueda imponer desde afuera si no es desde un ideal, como la “realidad”, el “bien común” o el propio analista; él no dice la interpretación con una intención de hacer, sino desprovisto de ella, pues no dirige al paciente, ni cobra poder sobre él: la praxis analítica es la del inconsciente.

La interpretación localiza la verdad analítica en el hablar del sujeto, como su falta en ser bajo la cadena significante: él no es, el análisis desnuda su alienación y sus identificaciones en un proceso de hilado donde se dice sin decir, se marca un vacío que emerge como una amenaza de castración, un señalamiento que deja en evidencia la rajadura que abre algo de modo certero, pero dosificado en el análisis. Hay una apuesta por la transferencia.

En su acción, el deseo del analista, le permite a éste operar a partir de su presencia, que va delimitando lo irreductible del goce, y pone al sujeto en una situación donde debe trabajar para ir deshaciéndose, en la elaboración, de sus identificaciones e ir abriendo la brecha del hallazgo, pero en este caso no de saber, no en el plano Simbólico, sino en el Real del goce (con la cuota de horror consecuente).

El lugar de la interpretación está, entonces, como traducción de algo nuevo, desde el discurso del sujeto.

Transferencia (Amor, Engaño y Agalma)

El deseo del analizante apunta al saber que lo complete, que calme su padecer ($ S2), desde allí que en un primer momento se le suponga un saber al analista, pero, no solamente le supone un saber, sino que también lo enviste de un deseo, que no está referido al deseo real del analista, sino al que el analizante le atribuye.

El analista, al colocarse en la posición del Otro, instaura en la relación analítica el enigma, es el lugar donde el sujeto pregunta “¿Che vuoi?”. Esta “x” se debe sostener para sustentar el movimiento del análisis, para que emerja algo del fantasma en el intento de respuesta.

Hay, entonces el lugar del que tiene algo, y del otro lado, del que lo quiere: el amado y el amante.

El saber en cuestión esta del lado del analista, el analizante entrega su falta, en espera de ser cubierta y a la vez es atravesado por la pregunta por el deseo de este lugar del amado; se hace mas “amable” a la vista del analista.

La suposición de saber en primera instancia es la manifestación del deseo del analizante en demanda: amar es querer ser amado; se devuelve así su demanda hacia él mismo, en la posición narcisista autoerótica de su modo de goce.

Hay dos caminos para Chamorro. El amor erótico (amor, odio) que está del lado de la pasión de transferencia, como fracaso de ella; el analista perdió su lugar en el dispositivo y se desvanece como función de deseo, se debe ahora a la satisfacción imperiosa del amante, cayó de su lugar de privilegio.

Por otro lado puede haber un trámite en el análisis, por el amor al saber, desde los lugares a los que apuntan tanto el analista S2). S1), como el analizante ($(a

El analista da vuelta a esta demanda del analizante, sacudiéndose de la posición de sujeto (de deseo), para pasar a la de objeto (causa de deseo). El amado no accede a encarnar el complemento del amante, pero le deja la promesa de un objeto precioso, un cofre que no se sabe qué contiene: una x, lo agalmático.

La rajadura que se produce y la falta de un sentido que calme la angustia de la pregunta llevan a la búsqueda, la explicitación de la insuficiencia de los significantes amos y el subsecuente deseo por parte del analizante, por saber, por el trabajo analítico. Tras el engaño del amor, queda lo agalmático, que marca un lugar de ligazón entre los deseos del analista y analizante: vacancia para la construcción.


La Causa (está fuera de La Ley)

Hemos marcado a la figura del analista como la de “causa” de deseo, causa del inconsciente o vemos causa, como impulso de trabajo.

En todo caso el efecto que produce esa causa es un sujeto de inconsciente, diremos entonces que el sujeto es un efecto de la intervención del analista, de su deseo.

En el análisis se trata de rebasar lo que supone la ley del discurso del amo: pasaje de la sujeción al significante que es agente de trabajo hacia su propio saber, que no incluye al objeto a, hacia el saber hacer con el S1, teniendo al objeto a como causa de ese deseo, de la emergencia de algo nuevo. Es, en otras palabras el paso del inconsciente como ley, al inconsciente como invención.

El implantamiento de una ley, remite a la repetición de un orden venido del Otro, un deseo por encontrar lo que se repite. Y del resquebrajar de esta norma se padece tanto al llegar como dentro del análisis. ¿Qué habría sido del descubrimiento freudiano si no se avizoraba la función de la censura, de eso que borra lo que no entra?.

Hay algo del sujeto que no permite más significado, un hallazgo de piedra que funciona como causa; el análisis apuesta por una ética.

De allí que la ética del análisis esté del lado de la hiancia que deja ver la piedra: la rajadura en que "Wo es war, soll Ich werden" ("allí donde eso era, el sujeto deba advenir "): el análisis está del lado del sujeto.

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